sábado, 26 de mayo de 2018

El infiltrado

John Le Carré ha sido un maestro de las novelas de espías en los años setenta y ochenta. Como Frederick Forsyth. Historias que enganchaban desde el principio. Más contenidas y cerebrales las de Le Carré; con un poco más de salsa las de Forsyth. 

No diré que lo tenían fácil, pero la Guerra Fría era un conflicto continuado de baja intensidad que daba mucho juego de por sí. Y estos dos genios lo aprovechaban a la perfección. 

En mi juventud era más de Forsyth. Ahora que peino canas, soy más de Le Carré. Y más después de haber visto la tremenda adaptación que es El topo

Así llegué a ver la miniserie El infiltrado. Otra tremenda adaptación de una obra de Le Carré, en este caso de The night manager. Algo así como "El responsable de noche", ya que Jonathan Pine (Tom Hiddleston) es eso, el responsable de noche en un hotel del Cairo. Es en ese hotel donde se desencadenan los acontecimientos que llevarán a Pine a infiltrarse en la organización de tráfico de armas de Richard Roper (Hugh Laurie). 



Son seis capítulos de buena televisión británica. No se le ha olvidado a los puñeteros hacerla, no. 

Grandes personajes y grandes historias. No sé lo que engancha más, la verdad, pero unos y otras se acoplan a la perfección. 

En El infiltrado tenemos a Richard Roper, un magnate que trafica con armas y que dirige su organización con puño de hierro mientras que muestra un guante de seda al exterior. Hugh Laurie hace un papel tremendo y el desasosiego que uno pasa cada vez que mira con esos ojos azules no se hubiera conseguido de otra forma. 

El antagonista de Roper es Jonathan Pine. Tom Hiddleston ha demostrado que es mucho más que un robaescenas de Marvel con su papel de Loki, sino que además es un grandísimo actor. Habrá que verle en más títulos y más variados, pero ya es un grande. 



Junto a estos dos titanes, una pléyade de secundarios potentes. A destacar la elegancia de Elizabeth Debicki (una señora de 1,90 m) en el papel de la amante de Roper, Jed Marshall. A Elizabeth Debicki la vimos como la emperatriz Ayesha en los Guardianes de la Galaxia V.2

Tom Hollander es Corky, un personaje aún más desasosegante que Roper. El único que desconfía de Pine, es un homosexual alcohólico con crisis de furia que lo hacen aún más peligroso. Su final... 

Termino destacando a Olivia Colman, que ya vimos en Broadchurch. Ella es Angela Burr, lleva años detrás de Roper y es la responsable de infiltrar a Pine en su organización. Su prominente barriga de embarazada lleva a pensar que es frágil, pero no. Es más dura que el granito. 

Grande, El infiltrado.

lunes, 21 de mayo de 2018

Creed

Sagas eternas. Sagas que no terminan nunca. Cuando parece que ya, que sí, que hemos llegado al final, te encuentras otra entrega... Hay muchos ejemplos, tanto en cine (Resident Evil, Fast and Furious, Pesadilla en Elm Street, Saw...) como literarias (La rueda del tiempo, La espada de la verdad, El elfo oscuro, series de detectives...). 



Tantas y tantas....

La saga de Rocky es un ejemplo más. Tenemos hasta Rocky, Rocky II..., así hasta Rocky V. Luego ya cambia el nombre: Balboa. Y, finalmente, rizando el rizo, aparecen los hijos de los protagonistas originales. Porque Creed es la historia del hijo natural de Apollo, que va camino de ser saga propia porque ya está en rodaje Creed II, con ¡el hijo de Iván Drago como antagonista!. 

El acabóse. Saga fundada en 1976 y con el oscar a la mejor película como hito incomparable.

La verdad sea dicha que Creed es una película que se deja ver. Quiere volver a los orígenes, quiere ser una película de boxeo... pero es difícil sacarse de encima toda la parafernalia que viene de serie con Rocky Balboa. 

Primero un izquierdazo a mano abierta..


Tiene un protagonista creíble (Adonis Creed), sobre el que se construye una historia de superación (en este caso el querer progresar por uno mismo y sin ayuda del apellido paterno) con el que se puede empatizar, tiene una buena coreografía y tal...

Pero tiene también demasiada moralina y un toque de "trampa emocional" con la enfermedad de Rocky y demás. Algo que no nos tiene que sorprender, porque viene siendo habitual en la saga (recordemos el sonrojante discurso de Rocky ante un hierático público soviético que rompe a aplaudir, eso sí, como autómatas).


Y ahora al matadero...


Entretenida, pero no es una maravilla como se ha querido vender. Más bien regularcilla.

sábado, 12 de mayo de 2018

Terramar

Tolkien puso las bases del género de Fantasía con la publicación en tres volúmenes de El señor de los anillos, pero otros autores, ya en los años sesenta, trabajaron en sus propios fundamentos. Uno de ellos podría ser Michael Moorcock (Elric de Melniboné, una faceta del arquetipo del Campeón Eterno). Otra sería Ursula K. LeGuin, con su serie sobre Terramar. 



Terramar, un mundo de tierra y mar. De perogrullo. Un mundo con islas, muchas islas, un gran archipiélago en el que viven distintos pueblos. Incluso hay un pueblo que vive de continuo en el mar, sobre enormes almadías, y que solo se acerca a tierra en contadas ocasiones. 

Hay magos. Y una orden de ellos, que tiene una escuela en la isla de Roke. Magos que conocen la lengua de la creación y los nombres verdaderos de todas las cosas. Porque la magia, en Terramar, se basa en que si el mago conoce el nombre verdadero de algo o de alguien, tiene poder sobre ello.

Hay un rey. O lo había. Y su palacio se encuentra en Havnor. 

Y hay dragones, cuyo idioma no es otro que la lengua de la creación.

En Un mago de Terramar conocemos a Ged (o Gavilán), descubierto por el mago Ogion y después de pasar un tiempo con él, lo envía a Roke a que siga su formación mientras que debe zafarse de la sombra que, incansable, le persigue. 



Las tumbas de Atuan son el hogar de Tenar, considerada la reencarnación de una diosa. Allí se adentrará cada vez más en el laberinto subterráneo que esconde tesoros y poderes, hasta memorizarlo paso a paso, recoveco a recoveco. Y allí, también, encontrará a Ged cuando éste acuda en busca de la mitad del anillo de Erreth-Akbé. 



Hasta La costa más lejana deberá viajar Ged, Archimago de Roke, en busca de la causa de que la magia esté desapareciendo en Terramar. El futuro rey de Havnor le acompañará en su viaje y estará a su lado, al final de todas las cosas. 



Tehanu, la huérfana que Tenar cuida como una hija, se convertirá también en hija adoptiva de Ged cuando, habiendo consumido todo su poder, vuelva a la casa de Ogion y se encuentre con que su viejo maestro ha fallecido.



Por último, En el otro viento se conseguirá evitar la amenaza que los dragones han lanzado al mundo: la guerra final entre dragones y hombres. Y conoceremos el origen común de ambas razas y cómo se separaron hasta hoy. 



La serie de Terramar es el ejemplo de cómo, hace treinta o cuarenta años, los autores de género (ciencia ficción, fantasía...) eran capaces de escribir historias en apenas doscientas cincuenta páginas. No obstante, en casi todos los libros he tenido la misma sensación: un desarrollo lento, tedioso en ocasiones, que se acelera hacia el final y precipita un desenlace en un puñado de páginas. Ha sido sobre todo así en el tercer y en el quinto volumen, y me ha dejado una sensación de que faltan muchas cosas y que el final no resulta satisfactorio.

No obstante, como serie fundacional de la fantasía moderna, todo lector debería visitar Terramar. Al menos el primer viaje. Luego, ya, dependerá de gustos seguir... 






domingo, 6 de mayo de 2018

Tanta paz llevéis como descanso dejáis

Hace unos días hemos vivido un hecho que en poco tiempo entrará en los libros de Historia: el comunicado de disolución de ETA. 

Han sido sesenta años, centenares de atentados y una lista de 829 nombres.

Vale que durante los años del tardofranquismo, los miembros de ETA estaban rodeados de un aura de luchadores por la libertad, la democracia y tal y tal. Pero todo eso ardió durante la transición, durante los llamados años del plomo, duante los que los atentados y los asesinados se contaban por centenares y que hicieron tambalearse los cimientos de nuestra joven democracia, avivando los rescoldos de los involucionistas y dando alas a los halcones del ejército hasta materializar el golpe de estado del 23 de febrero de 1981. 

El franquismo ya había acabado, pero ETA seguía matando. Con la connivencia de la iglesia vasca y de una ciudadanía en la que imperaba mayoritariamente el "algo habrán hecho" y el "sí, pero no era de los nuestros". La serpiente, durante años con una pátina de romanticismo, mostraba su verdadero rostro y sus colmillos goteantes de veneno.

Recuerdo vagamente aquellos años. Yo no llegaba a los diez años, pero cada telediario era una crónica repleta de altercados, coches bomba, ataques indiscriminados... Desde la lejanía tengo que admitir que a todo acaba uno acostumbrándose, acaba haciéndose bicho bola y las noticias dejan de hacer mella.

Atentados como el de la casa cuartel de Vic, El Corte Inglés de Barcelona, Irene Villa y tantos y tantos otros. El Estado respondía con la llamada guerra sucia. Con la perspectiva de los años, pienso que aquello fue necesario, aunque no estoy seguro de que ayudara a recortar los años de pesadilla y que sirviera como coartada futura. 

Afortunadamente las cosas fueron cambiando. Empezando porque Francia, por fin, colaboraba con las autoridades españolas y dejaba de ser un santuario para los asesinos y sus estructuras de soporte. Aquello, sin duda, cogió a ETA con el pie cambiado y dio un respiro a nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, hartos seguramente de perseguir a estas alimañas hasta la frontera para luego ser burlados continuamente. 

Después, pero no menos importante, llegó el giro de la opinión pública vasca. Los que antes jaleaban, o callaban o, en el mejor de los casos miraban hacia otro lado, dejaron de hacerlo y se atrevieron a enfrentarse con la rama política que, con diversos nombres, pululaba por el espectro electoral vasco. Y todo ello "gracias" al asesinato de Miguel Ángel Blanco. Nadie pudo anticipar que las consecuencias serían muy distintas a las esperadas por los mismos verdugos. Lejos de poner de rodillas al Estado, le dio nuevos ánimos avivados por una oleada de indignación como pocas veces se ha visto en España. Miguel Ángel Blanco, el joven concejal del PP con cara de buena persona, se convirtió en mártir y en símbolo. Un precio demasiado alto. 

A partir de ahí, la cuesta abajo. Y cuanto más abajo, más relevancia tomaba la lista creciente de asesinados, porque Miguel Ángel no fue el último, y más amarga la repulsa que cada uno de ellos recibía de todos los ámbitos de la sociedad. 

Sesenta años después, y tras diversos paripés con observadores internacionales, entregas parciales de armas y retórica almibarada, ETA se va por la puerta de atrás de la Historia. Derrotada en la práctica, con el vértigo de que todo el sufrimiento causado no ha servido para nada, intentan salvar la cara con un patético comunicado final y una aún más patética ceremonia en Francia.

Es deber de todos ganar esta última batalla, la del mensaje. Tanta maldad, tanta hipocresía y tanto daño no pueden quedar impunes e los libros de Historia. Debemos dejar claro que unos mataban y otros, muchos inocentes, mujeres, niños, morían a mayor gloria del denominado conflicto vasco, solo vigente en un puñado de mentes enfermas y fanáticas que no conocían la piedad. 

Quedan, por cierto, más de trescientos atentados sin resolver. No deben quedar impunes, porque la Justicia no debe mirar para otro lado. La maquinaria no debe detenerse ni todo este montaje debe servir como indulgencia plenaria para aquellos que tengan cuentas por pagar. 

Por fin, ETA se ha convertido solo en un recuerdo de un mal sueño del que hemos podido despertar como resultado de la voluntad de una sociedad madura. Se van, sin pedir perdón, pero se van.

Por eso, desgraciados, tanta paz llevéis como descanso dejáis. Y si tenéis un poco de conciencia, espero que los recuerdos de tantos asesinatos inútiles no os dejen dormir por las noches y despertéis sobresaltados, solo para daros cuenta de que habéis malgastado años de vuestras vidas y las vidas enteras de otros.