Desde el primer momento hasta su final, la primera temporada de Silo es una de esas maravillas que te encuentras en televisión y que enganchan a la pantalla hasta que salen los títulos de crédito.
Basada en tres libros que conforman Las crónicas del silo, de Hugh Howey, la serie no es nada amigable para el espectador, que tiene que ir aprendiendo poco a poco de qué va todo lo que está viendo mientras queda fascinado, sin remedio.
Estamos ante una sociedad que se presume en un futuro más o menos cercano, compuesta por unas diez mil personas cuyo número está regulado por estrictas normas de control de la natalidad y que viven todas ellas en un inmenso complejo subterráneo con ciento y pico niveles que se adentran en la tierra hasta el fondo, parcialmente inundado de agua, en el que permanecen los restos de las máquinas tuneladoras que ayudaron a construirla.
No sabemos por qué se encuentra esta gente en esta situación. Es más, ellos tampoco lo saben, o lo han olvidado, por lo que tenemos que suponer que llevan ya un período apreciable de tiempo.
La sociedad es, tiene que ser, autosuficiente, puesto que es imposible salir al exterior debido a una sustancia venenosa que permanece en el aire y que impide toda vida fuera de la seguridad del silo. Así que hay toda una casta de mecánicos que dedican su vida a reparar y reciclar todo tipo de componentes mecánicos, entre los que se cuentan los que pertenecen a Ingeniería, encargados de mantener en funcionamiento la planta de energía que produce la electricidad necesaria para la circulación de aire y la iluminación.
El silo tiene alcalde, un sheriff con un grupo de alguaciles a su cargo y un juez para el que trabaja un cuerpo especializado que mantiene la paz en una sociedad que, por sus propias características, debe mantenerse en paz si no se quiere desestabilizar. Además de esos tres cargos, digamos principales, hay toda una pléyade adicional que forma la estructura social, incluyendo médicos y un jefe de informática que tiene un papel inicialmente menor, pero que a medida que avance la trama veremos que tiene una importancia extrema.
La cohesión se consigue a través de un cuerpo legislativo que se conoce como El Pacto y una tolerancia cero ante los crímenes más graves, que se castigan mediante la condena a salir a limpiar las cámaras que muestran imágenes del exterior, que no es sino un eufemismo para la pena de muerte, pues todos los que han salido a limpiar fallecen en el exterior, a pesar de hacerlo envueltos en un traje estanco con filtro de aire y casco. Es llamativo que una de esas normas del Pacto indica que si un ciudadano quiere salir voluntariamente, debe hacerlo de inmediato.
Otra cosa bastante curiosa es que hay objetos cuya posesión está totalmente prohibido, generalmente cosas relacionadas con la tecnología y la informática, pero también otras cosas aparentemente tan inocuas como un dispensador de caramelos PEZ o libros infantiles.
Es en esta sociedad, descrita y representada de una forma que resulta verosímil hasta el extremo en la que se desarrolla una historia con cada vez más ramificaciones que enredará a Julie Nichols, antigua ingeniera y luego sheriff, en la búsqueda de una reliquia peligrosa: un disco duro con información del silo y registros de imágenes de una salida al exterior.
Es difícil hablar de la serie sin destripar nada. Solo diré que el final de la primera temporada es de esos que dejan con la boca abierta después de haber jugado con el espectador durante varios capítulos en los que los giros de guion son tantos y tan bien tratados que no sabemos qué es cierto y qué no.
La segunda temporada ahonda más en lo que es el silo y da pistas sobre los creadores del mismo, además de las causas de su construcción y casi que es mejor que no hable de nada más. Lo más inocuo que se puede decir es que, si bien es inferior a la primera temporada, quizá porque en cierto modo se pierde el efecto sorpresa y porque Julie Nichols se enreda esta vez en una trama secundaria, hay personajes que ganan mucho más peso y las hipótesis sobre lo que va a pasar en la tercera temporada se disparan.
Una clave del éxito de la serie está en la interpretación de los actores y los correspondientes personajes. Así, Rebecca Ferguson encarna a Nichols, que con el devenir de los capítulos se convierte en un icono en la lucha social del silo. Tim Robbins está espectacular como Bernard Holland, jefe de Informática que tiene mucha más información y poder (¿acaso no es lo mismo?) que lo que puede parecer en un principio. Chinaza Uche es el sheriff Paul Billings, puesto a dedo por Bernard porque pensaba que iba a poder manejarle y que sorprenderá con una cabeza muy bien amueblada.
Dejo para el final el que es para mí el mayor descubrimiento: Robert Sims, el jefe del temido poder judicial, encarnado por el rapero Common, del que no sabía su existencia. Sims es un personaje inquietante, con una estética que le aporta un carisma impresionante y un aura de poder que no está basado en la violencia, sino en la amenaza física y psicológica.
Estos serían los más importantes, pero Silo cuenta con un puñado de personajes secundarios que no paran de dar solidez a esa sociedad claustrofóbica que estamos viendo y que gracias a ellos la serie es lo que es: una de las sorpresas más gratificantes de la televisión reciente y una de mis series favoritas de los últimos tiempos.
Tiene en imdb una valoración media de 8,1 y, si vemos las valoraciones por capítulo, resulta evidente que la primera temporada es mejor que la segunda. El reto es aguantar la parte central de la segunda temporada, que es la más pesada con diferencia, porque el premio es un par de capítulos finales que lo precipitan todo y que están valorados al nivel de los mejores capítulos de la primera temporada.
El cierre ha sido por todo lo alto y el interés, de cara a la tercera temporada, están por las nubes.