La saga The elder scrolls nos ha dejado hitos como Morrowind u Oblivion, pero no ha sido hasta que me compré la PS4 el verano de la pandemia que jugué a uno de ellos, The elder scrolls V: Skyrim.
Para ponerlo en contexto, Skyrim es un juego que se lanzó en 2011 en diversas plataformas. Yo había oído hablar de él como un juego espectacular, así que un buen día me pillé la Edición Especial, que viene con algunos DLC, y lo puse en la pila de juegos a la espera de su turno.
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Tras la portada sobria, un mundo inmenso
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Fue en febrero de 2022, recién terminado el decepcionante Spider-Man, cuando lo cargué y me dediqué a él durante los siguientes meses, hasta noviembre del mismo año. Yo soy así, juego al mismo título hasta que lo termino o llego a un punto muerto. Esta manía tiene que ver en que no soy demasiado hábil con los controles, por lo que necesito centrarme en un tipo de acciones para poder ser lo más eficiente posible. Si jugara a dos o más títulos a la vez, estoy seguro de que no sería capaz de mantener el tipo en cualquiera de ellos.
Lo primero que me llamó la atención fue la calidad gráfica. El tiempo pasa factura en casi todos los campos, pero en el tecnológico todavía más, y una década sería equiparable a la prehistoria. Si bien Skyrim mantiene más o menos el tipo en cuanto a los gráficos del entorno (ríos, montes, cielo, etc.), no es así en cuanto a los personajes. Ahí se le ven las costuras de una forma importante, como también en la IA de los PNJs y sus líneas de diálogo, bastante limitadas en algunas ocasiones.
Pasado ese momento, llegas a acostumbrarte, creas el personaje principal y comienza la historia.
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Paisajes extraordinarios
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Al no haber jugado nunca a un juego de esta serie en particular o de Bethesda en general, desconozco si todos sus juegos son iguales. No me costó demasiado pillarle el truco al combate, que no es especialmente complicado, y me llamó la atención la gran cantidad de acciones que se pueden llevar a cabo fuera de él: forjar, curtir pieles, pescar, cocinar, fabricar objetos, destilar pociones, casarte, adoptar hijos, construir una casa (o varias), etc. Aunque parezca exagerado, puedes construirte un simulacro de vida en este mundo virtual.
Otra novedad fue el tener que aprender a forzar cerraduras con un cuchillo y una ganzúa, proceso en el que tiene que ver el pulso con los mandos, el nivel del personaje en la habilidad correspondiente y, cómo no, un poco de suerte. Después de tantas horas, me convertí en un consumado reventador de cerraduras.
Sin duda, lo que me resultó más llamativo fue el hecho de que los personajes no están divididos en clases (guerrero, mago, clérigo, etc.), sino que en lo que se convierta es un resultado directo de tu propio estilo de juego. Tu personaje va a aprender las habilidades mediante dos caminos: las veces que hagas algo o pagar a un profesor que te enseñe (ojo, las lecciones están limitadas por nivel). Así que puedes centrarte en lo que más te guste o, simplemente, te encuentres más cómodo (magia, combate, sigilo...). Incluso los efectos de los distintos ingredientes que te encuentras en el mundo los vas aprendiendo sobre la marcha y los puedes combinar como quieras para conseguir pociones de efectos muy diversos.
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Marco incomparable
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Otra circunstancia apabullante es la dimensión del juego. Puedes caminar durante horas y horas, por caminos o campo a través, subiendo montañas o bajando a cuevas y descubriendo asentamientos, ruinas o instalaciones que estarán repletas de enemigos o tesoros. Estoy seguro de que me dejé un gran número de sitios sin explorar o ni siquiera sin descubrir. Lo que pasa es que esta exploración se convierte en bastante repetitiva cuando las ubicaciones no están relacionadas con ninguna misión, así que mientras pasan las horas acabé perdiendo interés.
Me resultó decepcionante la historia principal. Esperaba bastante más y me encontré con algo con lo que no acabé de conectar. Una vez llegué al final pensé ¿ya está?. Hay juegos bastante más pequeños con una historia mucho más impactante o sólida. Incluso me resultó bastante más atractiva la historia del DLC de la Guardia del Alba, además de encontrarme con el personaje más interesante del juego: la vampira Serana, que además puede convertirse en tu seguidora. Llegué a sentir ternura por ella, por su triste historia y por su afán por hacer lo correcto, además de ser una de las mejores seguidoras que puedes tener. El DLC de la Hermandad Oscura (la sociedad de asesinos) es también bastante interesante, aunque los dilemas morales que propone están a años luz de otros juegos.
Aunque llegué a convertirme en licántropo, no le saqué partido, la verdad. Y no me convertí en vampiro porque complica bastante las cosas al tener que ocultar tu condición, buscar víctimas de las que alimentarte a escondidas, tener que esconderte del sol, etc. Es caminar en un frágil equilibrio entre las desventajas y los poderes que se obtienen y ya me pareció demasiada complicación.
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La adorable Serana
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Entre las opciones del menú principal me llamó la atención un modo de juego ultrarrealista en el que no es posible el viaje rápido, la curación al descansar, obligarte a dormir o comer o sufrir las consecuencias del frío ambiental (cuando te encuentras en una región bastante fría). En esas condiciones seguro que duraría bastante poco.
Al final lo dejé por aburrimiento, habiendo terminado todas las misiones principales, secundarias y DLC, excepto el de la Hermandad Oscura. Fueron nueve meses intensos e incontables horas (no llevé la cuenta, pero si no superó las doscientas se quedó cerca) tras las que tenía la sensación de estar todavía muy lejos de exprimir el título, hasta que tuve la irreprimible necesidad de pasar página.
Como resumen, el juego impresiona por su inmensidad, pero se queda bastante corto en otros temas, sobre todo historia. No obstante, es uno de esos títulos que se tienen que probar y sentir esa sensación de libertad que es tan difícil conseguir en un videojuego.