viernes, 8 de abril de 2011

Panem et circenses

Pues sí señor. Así se decía hace muchos años (nosotros, en este país tan nuestro, podríamos decir fútbol y toros, viniendo a ser lo mismo). Los espectáculos en el circo y en el coliseo eran el pan nuestro de cada día en la antigua Roma.

Y érase una vez en Capua un lanista llamado Batiato que, por aquellos azares del destino, se hace dueño de un tal Espartaco, tracio, del que poco se sabe pero que puso en jaque a las legiones de la República de Roma tras escaparse junto con sus compañeros gladiadores y juntar miles de seguidores, deambulando por la bota italiana como Pedro por su casa.


Spartacus, blood and sand, serie que ha emitido Cuatro, es la recreación de la estancia de Espartaco en el ludus. Y es una serie de gran nivel, con personajes creíbles, una buena historia, efectos especiales... Vamos, que lo tiene todo para triunfar.

Su estética, similar a aquella que vimos en 300, no me acaba de enamorar, pero tengo que reconocer que en ocasiones es épica de narices. También un poco gore (a veces demasiado para mi gusto): enormes chorros de sangre que brotan de las heridas, miembros amputados, entrañas que se salen del vientre, tremendos golpes de los que no sabemos cómo salen en pie... Y sexo, que ayuda a vender. Bastante y sin demasiados tapujos para el horario en que se exhibe... No es precisamente una serie para niños...

Hay momentos para recordar: la lucha de Espartaco y Crixo contra Teocles, la sombra mortal. Probablemente la lucha en la arena mejor conseguida. Y la presentación del mítico Teocles es de lo más acertada, primero insinuando su nombre, contando historias en episodios previos y luego la visión de un gigante albino que sólo vive para matar. La pera.

Otro momento es el último capítulo completo, Matadlos a todos, que termina en un horrendo baño de sangre, lamentablemente creíble.

Aunque quizá lo mejor sean los personajes, con sus luces y sus sombras, con historias que contar. Personajes a los que amar o a los que odiar. Personajes a los que admirar.

El pétreo Espartaco (me gusta que no sepamos su nombre); su rival Crixo (basado probablemente en uno de sus lugartenientes que dirigió a uno de los dos grupos en que se dividió la multitud que los seguía); su único amigo Varro, romano que se presenta en el ludus para saldar sus deudas, su final es de los más duros de la serie; Ashur, el esclavo de confianza de Batiato, ladino y escurridizo; Doctore, el instructor, me encanta este personaje encarnado por un desconocido para mí Peter Mensah, un gigante de ébano con gran carisma; el propio Batiato; la retorcida Ilitia (gran salida en el último episodio)...

Dos curiosidades: la primera es la vuelta de Lucy Lawless, Xena para el gran público, encarnando a la mujer de Batiato, ambiciosa como su marido y trabajadora para conseguir el objetivo de la familia. La segunda, el legado Glabro, que separa a Espartaco de su mujer y desea por todos los medios acabar con él, no es otro que Haldir de Lórien en El Señor de los Anillos. Con la misma cara de empanado, todo hay que decirlo.

Trece capítulos de 50 minutos de duración que mantienen entretenido y que no defraudan. El clímax para la segunda temporada es perfecto. No veo el momento de sentarme de nuevo ante el televisor, si no fuera porque...

Andy Whitfield, desconocido para mí hasta ahora, padece una rara leucemia. Es la segunda vez, ya que estuvo tratándose hasta hace poco tiempo de ella, pero parece haberse reproducido. El rodaje de la segunda temporada se aplaza por tanto sine die, habiendo comenzado el de una precuela.

En definitiva, muy, pero que muy recomendable. No dejéis de verla.

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