Transformers: el despertar de las bestias continúa el lucrativo universo de los robots convertibles. Un universo que resulta ser bastante más lucrativo que cualitativo, porque salvo la primera película y, quizás la segunda, la franquicia se desliza por una pendiente pronunciada hasta el inevitable abismo.
No se puede negar que se buscan puntos de interés nuevos. De esta forma, esta será la primera vez que veamos a los robots animales en pantalla: los maximals y sus enemigos, los terrorcons. O sea, un traslado de la dicotomía autobots-decepticons en el reino animal. Vaya por delante que el actual líder de los maximals no es otro que Optimus Primal, un nombre que recuerda poderosamente al de otro líder carismático.
Añadamos a una entidad superior, Unicron, que por supuesto no quiere nada bueno. Añadamos también un artefacto, la llave transwarp, que permite a quien la use abrir portales en el espacio y en el tiempo. Ni hay que decir que si Unicron consigue esta llave, la cosa se va a poner bastante mal para los habitantes de este planeta, tanto orgánicos como cibernéticos.
Un protagonista inadaptado, que tiene que hacer cosas discutibles para salir adelante, pero que tiene un corazón que se le sale en el pecho de bueno que es, por accidente toma contacto con los autobots cuando intenta robar un porsche que resulta ser uno de ellos disfrazado.
De esta no original manera, Noah Díaz se va a ver involucrado en un conflicto cósmico entre el bien y el mal, con tintes ecológicos propios de los tiempos actuales. La chica de esta entrega es Elena, trabajadora del museo en el que la llave transwarp está almacenada, identificada por los atrasados humanos como un artefacto indígena desde que una expedición se la trajera de la Amazonia en 1994.
No se puede negar que los diseños resultan impactantes |
Ya tenemos el lío, más o menos superficial, que será la excusa para el despliegue de los efectos visuales que, como siempre, serán impactantes con las transformaciones robóticas al frente. Sin olvidar las escenas de lucha en la que la cámara sufrirá el pertinente baile de san Vito, propio del estilo Michael Bay.
Serán algo más de dos horas de frenética actividad sin una sólida base ni argumental ni interpretativa, sostenida única y exclusivamente por el poder visual de la propuesta. Los fanáticos la disfrutarán, mientras el resto de los mortales la olvidarán tan pronto la consuman.
No obstante, mientras las películas sean rentables y el público vaya a verlas, mucho me temo que tendremos robots para rato. Y esta última entrega todavía lo ha sido, con más de cuatrocientos millones de facturación y un presupuesto algo inferior a doscientos millones. Aún así, se ha quedado en el límite inferior de lo que se considera rentable, al tener que sumar todos los gastos promocionales.
No puede faltar el honorable Optimus Prime |
No añadiré nada más a todo lo dicho. Solo que en imdb cotiza a un 6,0 que, visto lo visto, hasta me parece demasiado.
Solo para muy cafeteros.