sábado, 8 de diciembre de 2012

La conquista de la longitud

Por mucho que el gran Terry Pratchett se empeñe en demostrar lo contrario, el mundo es redondo. 

Y en esta gran pelota (achatada por los polos para los que estudiamos la EGB), en este esferoide, los seres humanos han tratado de orientarse y viajar.

Al principio, cuando los hombres eran nómadas, tampoco tenía mucha importancia dónde ibas a parar, siempre que hubiera agua, alimentos y refugio por una temporada. Una vez agotados los recursos naturales, a emigrar y a otra cosa (los hombres somos un poco como langostas, pero a gran escala; el problema es que ahora, a escala planetaria, no hay dónde ir cuando acabemos con los recursos que ahora mismo tenemos). 

Luego, el hombre se enfrentó a un nuevo reto: navegar. Pero los inicios tampoco fueron tan complicados. Bastaba con navegar bien pegadito a la costa para saber dónde estabas y, si la cosa se complicaba, acercarse a la playa y hacer un vivac hasta el día siguiente.

Así podríamos seguir, pero llegó un momento en que los hombres tenían que viajar sin ver tierra. Y es en esos duros momentos donde hacía falta una buena técnica de geolocalización. Aparecen entonces los mapas y las referencias, para dividir la superficie de la Tierra en una inmensa rejilla que ayudara a trazar rumbos y marcar posiciones. 

Pero como somos así de raritos, cada país, cada región tomaba una referencia distinta, así que a cada mapa había que añadirle la cifra que lo hacía entendible para todos los demás. O sea, el punto de referencia que se había tomado para su desarrollo y el de los rumbos trazados.

Básicamente, cada punto de la Tierra viene definido por dos coordenadas: latitud y longitud. 

La latitud es cómo al norte o al sur se encuentra un punto del Ecuador. Para eso, están los paralelos (círculos imaginarios, de radio decreciente, que discurren paralelos al Ecuador entre éste y los polos). La forma de medir la latitud se conocía de antiguo, midiendo la altura de astros conocidos con elementos de ayuda fabricados por el hombre (sextantes, cuadrantes, octantes....). 

El problema venía al definir la longidud. O sea, la distancia al este o al oeste que se encontraba un punto de la Tierra, respecto a un meridiano (círculo imaginario perpendicular al Ecuador y que pasa por los polos, en los que se divide la Tierra) de referencia (hoy en día, el que pasa por Greenwich; podía haber sido el que pasa por Madrid, pero España perdió su oportunidad, en esto y en otras muchas cosas...).

Medir la longitud no era tan sencillo. Había que medir la diferencia horaria entre el punto de referencia y la localización del barco (porque esta dificultad aparece principalmente en las grandes travesías transoceánicas de los siglos pasados). Y la cosa no es baladí, porque los relojes, los cronómetros, tienen un error. Y si hay un error en la hora, hay un error en la posición. ¿Como de importante? Veamos.

Relooooj, no marques las horaaaaaaas


Supongamos que la circunferencia de la Tierra en el Ecuador es de 40.000 km. Y que tenemos 24 husos horarios de 15º cada uno. O sea, que cada hora supone aprox. 40.000 / 24 = 1.666,66 km (periódico puro). Y un minuto supone un error de 1.666,66 / 60 = 27,77 km. Y un segundo supone casi 500 m de desfase.

¿Cómo medir la diferencia horaria? Sencillo en principio, no tanto en la práctica: la hora local se mide por mera observación del sol. Pero para saber, en todo momento, la hora del punto de origen o de referencia, hay que tener un reloj que te la marque. Un reloj que soporte las penalidades del viaje (no despreciables en la época de la que hablamos) y que no atrase (aún más complicado). 

La Royal Navy británica convocó un concurso allá por el siglo XVIII a quien consiguiera determinar con exactitud (bueno, con un margen de error aceptable) la longitud. Y gracias a un tal John Harrison, inventor de varios cronómetros mecánicos (alguno de los cuales aún se puede ver en museos de la pérfida Albión), los barcos de Su Graciosa Majestad marinearon durante décadas con una gran ventaja tecnológica que convirtió a Inglaterra en dueña de un Imperio Global (el segundo, que nosotros fuimos los primeros...)


John Harrison, evidentemente


La inventiva del ser humano es, a veces, impresionante.

Por cierto, en esta entrada he empleado varias veces la palabra "hombre". Lo he hecho porque existe en castellano, y porque está generalmente aceptado su uso para referirse al género humano. Paso de correcciones políticas y de @ para dar idea de dos sexos. El castellano está para usarse, qué demonios.

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