Hace pocos días, en un impresionante tour de force final, acabé de leer Crimen y castigo, de Fiódor Dostoyevski, que se ha convertido en la primera novela rusa del XIX que me he echado a los ojos.
Podemos decir que no me era familiar nada más que el título, y eso gracias a las clases de Literatura Universal del fenecido B.U.P; lo mismo podemos decir de su autor. O sea, que me lancé más o menos a la ventura, tratando de ampliar mis horizontes culturales.
La verdad, no puedo decir que el resultado haya sido satisfactorio. Crimen y castigo ha sido uno de los libros que más me ha costado leer y no, como pudiera ser Nocturna, por su calidad, sino porque me ha resultado difícil meterme en la historia. Principalmente por dos razones: su estilo y su protagonista.
El estilo de Crimen y castigo es muy decimonónico, abundante en descripciones, digresiones y monólogos. No es que me apasione, pero lo tolero bastante bien cuando lo soportan una historia adecuada y/o unos personajes carismáticos. En este caso, si bien la historia tiene momentos de interés, el personaje principal no me ha atraído. Más bien al contrario, me he sentido repelido por él y he sido incapaz de sentir la más mínima empatía.
Rodion Romanovitch Raskolnikof es un personaje difícil. Cínico, orgulloso hasta la soberbia, engreído... En muchas fases de la novela resulta crispante. En otras, directamente odioso. La relación que mantiene con sus amigos, hermana y madre, el poco respeto con que las trata, la dificultad que tiene para desarrollar una sensación mínima de afecto, lo convierten en un ser frío y poco recomendable. Ni siquiera en sus momentos más bajos, durante su enfermedad o al final de la novela, mientras cumple condena en Siberia, es capaz de corresponder a las atenciones que recibe. Sólo un poco antes de leer el ansiado FIN, parece que hay esperanza con él.
Así que para mí ha sido casi un suplicio el ir pasando las páginas, encontrando la motivación necesaria para llegar al final (pocos libros he dejado inacabados). No obstante, ya que es mi primera incursión en autor y entorno, me queda confirmar que no haya sido yo mismo el problema.
Al final, me quedo con una desagradable sensación. Está claro que no todo el mundo puede leer cualquier libro.
vamos, calcao a Ignatius Relly pero en ladrillo infumable, no?
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