Una vez más, los pobladores del Multiverso han convocado el certamen de microrrelatos Teseo, siendo ésta su sexta edición. La gracia del tema es que en menos de 500 palabras se debe contestar a una pregunta propuesta por el organizador (el ganador del anterior certamen). La pregunta fue ¿Por qué brillan las estrellas? Sin dudar, me lancé al reto de escribir algo coherente para tan evocadora cuestión. Así nacieron Atrezzo y Hereje.
Si vamos a los puros números, quedaron empatados en la novena y décima posición de un total de 28 relatos. Cada uno de ellos obtuvo 11 puntos y recibieron votos de un porcentaje significativo de los participantes. Los resultados son bastante alentadores, la verdad.
En cuanto a calidad, me gustan bastante aunque Hereje termina de una forma un tanto abrupta debido al límite de palabras y Atrezzo parece ser un relato poco claro ya que una parte significativa de los comentarios, a pesar de alabar su calidad formal, indicaban que los lectores no entendían el final. Eso lastró lamentablemente sus posibilidades, pero sigo estando satisfecho y creo que, convenientemente retocados y adaptados a una mayor extensión, pueden hacer un buen papel en otros certámenes.
El ganador fue el poblador Caballero, con Aristarco de Samos, un muy bien micro que se llevó 43 puntejos. A él le tocará organizar el Teseo VII.
Os dejo con los relatos. Se leen rápido, que son cortitos.
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ATREZZO
—Señor, la última placa de unobtainium de la superestructura estará en su lugar en quince minutos.
El comandante T´zahrr asintió levemente, satisfecho. Todo indicaba que cumplirían puntualmente el programa. Echó un vistazo a la holopantalla desde la que podía observar la inmensa esfera que, con un radio superior al de la órbita del planeta más externo del sistema estelar, encerraba a éste por completo. Su objetivo, absorber la ingente cantidad de energía emitida por la estrella, asegurando la supervivencia de la moribunda nave-semilla.
La primera intención había sido seguir el protocolo habitual y catalizar la fusión del nucleo estelar para provocar el envejecimiento acelerado del astro, hacerlo salir de la secuencia principal y extender los colectores que recogerían los elementos pesados que permitirían a la nave abastecerse y continuar camino.
Pero los sensores indicaron que el tercer planeta, de un curioso color azul con retazos blancos y verdes, rebosaba de raras formas de vida basadas en la química del carbono y el oxígeno, poniendo a la tripulación en un brete moral. No disponían de medios para continuar viaje hasta la estrella más cercana y tampoco colonizar el planeta, tan diferente a sus necesidades. Decidieron entonces construir la esfera para obtener la energía necesaria que alimentara los sistemas y ser testigos al mismo tiempo del milagro de la evolución.
—Preparados para las pruebas de coherencia interna —resonó la voz amplificada del comandante en la sala de control.
—Coherencia interna ejecutándose —contestó por el intercomunicador el oficial técnico.
Los ojos facetados de T´zahrr no se apartaron de la barra de progreso y las cifras que, borrosas, volaban por la holopantalla mientras el oficial cantaba los resultados de las subrutinas.
—Efectos visuales, correctos… Radiación de fondo, uniforme… Simulación de expansión, constante… Porcentaje de materia oscura, correcto… Densidad de núcleos globulares, estándar —recitaba la voz, monótona —. La simulacion es coherente y se sitúa dentro de los límites esperados, señor.
—Confirmen finalización de la superestructura —exigió T´zahrr.
—Superestructura completada —las excitadas vibraciones de las placas quitinosas de los presentes fue como música a los oídos de T´zahrr.
El comandante se permitió una breve pausa, disfrutando el momento.
—Inicien programa de iluminación.
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La pequeña criatura se asustó por la súbita aparición de una miríada de pequeños puntos luminosos en el oscuro cielo nocturno. Pronto, la curiosidad se abrió camino. Lentamente se irguió sobre sus patas traseras, precariamente al principio, como queriendo alcanzarlos. La chispa de la inteligencia prendió en su diminuto cerebro, convirtiéndose con rapidez en un voraz incendio.
*****
El doctor Harris no daba crédito a la grabación que le habían hecho llegar por correo electrónico los de Control de Misiones. Correspondía a la última señal, convertida en sonido por la supercomputadora, emitida por la sonda Pioneer X, poco antes de perderse tras sobrepasar la última frontera del Sistema Solar. Ya había perdido la cuenta de las veces que la había pasado, pero lo hizo una vez más. Meneó la cabeza, sin saber qué pensar.
¡CLANNNGGGGGGGG!
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HEREJE
Zenón de Elea se pasó la mano por el cabello blanco y ralo al tiempo que miraba, satisfecho, el resultado de sus últimos cálculos, deleitándose en la perfección de las circunferencias dibujadas en el pergamino: las órbitas de los cuerpos celestes. De cuando en cuando desviaba la mirada para apreciar el fino trabajo del artesano que construyó su esfera armilar, maravillado de las filigranas que adornaban el disco situado en su centro.
Desde que cayó en la cuenta de que los barcos que zarpaban del puerto de Alejandría, lejos de hundirse aparentemente bajo la línea del horizonte, se hacían más pequeños a medida que se alejaban para finalmente desaparecer de la vista, tuvo claro que la única conclusión lógica era que la Tierra era un disco plano.
Pocos fueron los que luego pusieron en duda su afirmación de que este disco era, además, el centro del Universo, con el resto de cuerpos celestes girando ordenadamente a su alrededor. Únicamente la esfera exterior permanecía fija, salpicada de estrellas que cada noche brillaban majestuosas en el firmamento.
Alzó la cabeza cuando un alboroto interrumpió tan placenteras divagaciones. Molesto, recogió cuidadosamente los pergaminos antes de adecentarse un poco y salir a la calle a ver qué pasaba.
La muchedumbre era más numerosa a medida que se acercaba al ágora dificultando su caminar, así que preguntó a un hombre, que parecía estar de vuelta, cuál era la causa de tal excitación.
—Anaximandro de Mitilene —contestó, señalando hacia atrás—. Hoy no me gustaría estar en su piel. No señor.
Hubo un tiempo en que el orgulloso Zenón había considerado a Anaximandro como su único igual. Hoy era poco más que un viejo chocho que escandalizaba a las sencillas gentes de Alejandría con sus locas teorías.
Finalmente, con su porte majestuoso, llegó a un lugar próximo desde el que podía escuchar con comodidad el discurso de su antiguo rival, interrumpido a cada poco por el creciente murmullo del gentío allí arracimado.
—¡Calla! ¡No sabes lo que dices! —gritaba uno.
—¡Os repito que estoy en lo cierto! —protestaba Anaximandro— ¡El Universo es infinito y se expande en todas direcciones al mismo tiempo! ¡Por eso las estrellas están tan lejanas que parece que no se mueven! ¡Si estuvieran más cerca, nada las distinguiría de nuestro Sol!
—¿No temes a los dioses para afirmar esas locuras? —dijo otro, exaltado.
—¿Qué dioses? —gritó, irritado— Los dioses no son más que idealizaciones de…
El rayo que lo consumió les cegó a todos, incluido Zenón. Mientras tanto, en la cima del monte Olimpo, Zeus meneó la cabeza con pesadumbre. ¿Cuándo comenzarían los hombres a aceptar lo evidente?
Tan lejos que la distancia dejaba de tener sentido, la esfera exterior del Universo permanecía inmóvil. El fulgor del ardiente fuego eterno que la envolvía llegaba a la Tierra a través de los múltiples orificios que horadaban su negra superficie, percibidos como diminutos puntos de luz.
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