Pues aquí estamos de nuevo con la última edición del X Certamen Teseo que con periodicidad irregular se convoca en la web elmultiverso.com.
Una vez más, hubo que responder a una pregunta propuesta por el organizador, el ganador de la edición anterior. En esta ocasión, la pregunta fue ¿Qué deseos concedió el genio de la lámpara? O sea, que tanto el genio como la lámpara deberían tener un papel en la historia, aunque fuera mínimo.
Se presentaron un total de 35 relatos, pertenecientes a 28 autores. El ganador, con 64 puntos y una diferencia amplia sobre el segundo, fue La ciudad detenida, del poblador Mediterráneo. Recibió votos de veinte pobladores y hasta en seis ocasiones se llevó la puntuación máxima.
Yo presenté el relato El último deseo de Jeremía Aguirre, un canto a la inmortalidad y los problemas que conlleva. Le quise dar un toque cifi al final y, por los comentarios recibidos, creo que la imagen se recordará en futuras ediciones... Eso es bueno.
Más cosas buenas: he conseguido la mayor puntuación desde que participo, con un total de quince puntos. Seis pobladores me votaron, uno de ellos en primer lugar (el propio Mediterráneo). La posicion final fue el doceavo lugar. Una mejora sustancial respecto a anteriores ediciones y relatos que creo hubieran merecido mejor suerte.
El último deseo de Jeremías Aguirre me gusta bastante. Lo pondría en la parte media-alta de todo lo que llevo escrito. Ahora lo comparto aquí. Espero que os guste...
EL ÚLTIMO DESEO DE JEREMÍAS AGUIRRE
—¿Estás seguro, amo? —tronó la voz de barítono—. Este humilde siervo te
recuerda que no hay vuelta atrás, una vez formulado.
El joven Jeremías, empequeñecido ante la figura enorme y traslúcida del
genio, asintió con decisión. Era su último deseo y lo había guardado con celo
durante los últimos años hasta que creyó llegado el momento de aprovecharlo.
Borracho de riqueza y poder, marido de una hermosísima mujer a la que amaba con
todo su ser y padre de tres hijos maravillosos, merecía disfrutar ahora de todo
lo que había conseguido. Merecía tiempo para él.
Cerró los ojos e inspiró con ansia el aire de la habitación.
—Ese es mi deseo, genio —dijo con autoridad, mientras guardaba la lámpara
en su mochila—. ¿Cumplirás con tu obligación?
—Sea, pues —retumbó la respuesta en su interior.
*****
Con ojos arrasados en lágrimas y manos temblorosas, Jeremías depositó el
último ramo de flores en la tumba de Candela, tantas veces visitada. Sorbió por
la nariz mientras se erguía con dificultad, apoyándose en el frío mármol.
Pasó los dedos por la gastada lápida, siguiendo el contorno ya familiar
de las letras góticas y la cruz. Aún esperó un poco más, demorando el momento
siempre triste de la despedida. Respiró hondo mientras pasaba la vista a su
alrededor, por las cinco lápidas del colosal mausoleo de la familia Aguirre. Se
detuvo un poco más en la quinta, todavía sin grabar, y sonrió con amargura.
Apretó con fuerza el tirante de su mochila y oyó el familiar tintineo
metálico dentro, antes de salir al exterior con pies que pesaban como el plomo.
*****
Sus pies desnudos levantaban una nube de polvo del suelo ardiente y árido,
pero el fuerte viento la dispersaba antes de que ocultara la visión de un
extenso paraje, desolado hasta donde alcanzaba la vista. Su piel reseca no lo
notaba, quizá por la fuerza de la costumbre, tanto tiempo después de haberse
deshecho de los harapos que una vez había vestido.
Miró al cielo sin nubes, de un deprimente color rojizo, pero pronto la
inmensa bola de fuego en que se había convertido el Sol, le obligó a
entrecerrarlos.
Echó mano de su proverbial memoria. Era para él evidente que la expansión
de la estrella se había acelerado una vez sobrepasada la antigua órbita de
Venus. Calculaba que le quedaban todavía unos cinco mil años hasta crecer lo
necesario para vaporizar la Tierra. Apenas un suspiro.
Sopesó en su mano huesuda la lámpara, su eterna compañera, que brillaba
con suavidad a la mortecina luz. Tenía curiosidad por saber cómo se las iba a
arreglar el genio ahora. Rió a carcajadas, aunque nadie había para compartir su
humor.
Se sentó con la lámpara a sus pies. No había ninguna prisa.
Tenía todo el tiempo del mundo.
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