sábado, 4 de abril de 2015

En una cáscara de nuez

Estos días de fiesta ha atracado en el puerto deportivo de Gijón la réplica de la nao Victoria, barco en el que Juan Sebastián Elcano, natural de Getaria, y otros diecisiete hombres demacrados y enfermos, consiguieron completar la primera vuelta al mundo. Primus circumdedisti me, fue el lema que el césar Carlos otorgó a Elcano como recompensa. 

Tres años antes habían salido cinco naves y algo más de ciento ochenta hombres, al mando del portugués Fernando de Magallanes. Naufragios, encuentros con nativos hostiles, escorbuto, penurias sin fin sufrieron estos pioneros hasta que apenas el diez por ciento pudo volver a ver el hogar. 

En la popa de la nao Victoria ondea, orgullosa, el pendón español

La réplica de la nao Victoria se puede visitar al módico precio de dos euros los adultos y un euro los niños, y allá que nos fuimos los tres. 

Dos cosas llaman poderosamente la atención cuando la ves de cerca y pisas la cubierta: su pequeño tamaño (apenas 27 metros de eslora y 7 metros de manga) y lo que se mueve aún con el mar en calma. En resumen, lo que llama la atención es la fragilidad de una nao que era, no lo olvidemos, una de las muestras más avanzadas de la ingeniería náutica del siglo XVI, encabezada por aquel entonces por Portugal y ese conglomerado de reinos que se dio en llamar Monarquía Hispánica. Un frágil cascarón de nuez en el que los descubridores se embarcaban rumbo a lo desconocido y en el que realizaban epopeyas como la travesía del Pacífico, que se tradujo en tres meses sin tocar tierra. 

Hoy no podemos siquiera imaginar lo que pasaba por sus cabezas, mientras la frágil nao cabeceaba arriba y abajo, zarandeada por el viento mientras las olas barrían su cubierta, sin un sitio seco donde poder echar una cabezada, viendo cómo las provisiones y el agua se corrompían y los compañeros morían cada día un poco más. 

Había que tenerlos cuadrados para hacer algo así. 

Y resulta que cuatrocientos cincuenta años de la salida de la flotilla de Magallanes, otros tres valientes se embarcaron en otro frágil cascarón, en esta ocasión para surcar los océanos interplanetarios y llegar hasta la Luna. 

En el Eagle, las barras y estrellas


Porque si nos paramos a pensarlo un poco, hay no pocas similitudes entre la nao Victoria y el Apolo XI. Ambos son pequeños y frágiles y fueron botados por la superpotencia de su tiempo. En ambos casos las posibilidades de éxito eran escasas y los riesgos innumerables (recordemos que en el caso del módulo lunar, solo había un 50% de probabilidades de retorno y que el presidente Nixon tenía preparados dos discursos para cubrir cualquier eventualidad). En ambos casos, se superaron las adversidades.

Siempre hacia adelante

En ambos casos, el coraje de unos pocos hombres valientes sirvió para expandir el horizonte de la Humanidad al completo y para que las generaciones futuras soñaran con nuevos retos a los que enfrentarse.

1 comentario:

  1. Bueno, más que coraje creo que tuvieron promesas de riquezas y la oportunidad de alejarse de sus gordas y feas mujeres y liarse con unas indias morenitas y abiertas a descubrir lo que ofrecían los hispanos. jajaja

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