Apenas conozco a Neil Gaiman más que por referencias a su obra Sandman o Stardust. Vamos, que viene a ser un desconocido para mí. Mi buen amigo Antonio me regaló un ejemplar de American Gods y allá que me lo leí, casi a ciegas de lo que este autor puede dar de sí.
American Gods es una historia rara. Sí, si tuviera que definirlo con una sola palabra, sería esa.
Todo comienza con la salida del protagonista, un tal Sombra, del penal después de cumplir condena. Aquella misma noche conoce la muerte de su novia, Laura, con la que ansiaba reencontrarse, y se encuentra con un enigmático señor Wednesday que le ofrece un trabajo y sellan un pacto con ¡hidromiel!
La portada (una de tantas) también es rara |
A partir de ahí parece que nos encontremos en una clásica road movie, con los personajes desplazándose por el inmenso territorio de los Estados Unidos. Pero esta road movie está muy lejos de ser clásica, porque los hechos sobrenaturales están al orden del día.
Y es que el bueno de Sombra se encuentra en medio de lo que es una guerra de dioses, nada más y nada menos. Los dioses antiguos contra los dioses nuevos. Los primeros son los clásicos dioses de panteones nórdicos, egipcios o africanos, por ejemplo. Los dioes nuevos son personificaciones más actuales como la publicidad o internet. Unos y otros, como todo dios que se precie, son egoístas y no desean más que su propio bien. En eso, tanto los dioses antiguos como los dioses nuevos, no se diferencian en nada.
Y la historia de Sombra es la historia de esa guerra en la que los dioses antiguos, ya carentes de creyentes, se aferran al pasado y se resisten a desaparecer. Mientras que los dioses nuevos, cuyos seguidores se cuentan por miles, quieren erradicarlos definitivamente.
Por cierto que esta explicación que relaciona el número de creyentes con el poder de los dioses ya lo he visto en Pratchett (Dioses menores) y en Leiber (Fahfrd y el Ratonero Gris), pero la forma en la que Gaiman lo cuenta también resulta exrañamente lógica.
Un tipo raro |
No contaré nada más, por no destripar la historia. Solo que a veces hace gracia la resistencia que tiene Laura, la novia de Sombra, a morirse por cuidar de él. O que la escena en la que Sombra parece un nuevo Odín, colgado en el Yggdrasil para obtener la sabiduría, resulta fascinante.
He dicho antes que American Gods es una historia rara. Y lo es porque está trufada de extrañas escenas, algunas mezcla de sueño y realidad, aparentemente inconexas pero que exigen mucho esfuerzo al lector. No obstante, Gaiman tiene algo que te atrapa hasta que se termina el libro.
Quizá American Gods no sea la mejor forma de iniciarse en la obra de Neil Gaiman. No los sé todavía, pero sí sé que no ha sido causa de que se me quiten las ganas de continuar. Al contrario. No como me ha pasado con China Miéville, por ejemplo.
¿Una nota? Un bien alto.
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