Lobo, un topo en las entrañas de ETA cuenta la historia de Mikel Lejarza, alias Lobo, alias Gorka, infiltrado en ETA allá por los años 70 y que propició uno de los golpes más demoledores que la banda terrorista encajó en toda su historia. Tanto fue así que durante años se dijo que los comandos operativos guardaban siempre una bala por si tenían la fortuna de encontrarse con Mikel.
Nunca he tenido claro, ni siquiera después de leer este libro, qué motivos llevaron a un joven Mikel Lejarza, euskaldún él, a complicarse la vida de esa manera. Porque en esos tiempos, ETA era ETA. Aún eran los tiempos de la dictadura franquista y los gudaris etarras tenían ese halo de luchador revolucionario y romántico que, hay que reconocerlo, tuvieron durante algunos años.
Después de ese éxito (según Wikipedia cayeron los dirigentes y más de 150 vinculados a ETA), con su identidad quemada, tuvo que desaparecer de la circulación e incluso sufrir cirugía plástica para evitar ser reconocido.
A partir de ahí, la vida de Mikel Lejarza es bastante parecida a un James Bond de verdad, con sus altos y sus bajos. Continuó trabajando en la captura de etarras aunque, por razones evidentes, tuvo que hacerlo desde una segunda fila para evitar problemas.
Pero también se encargó de otro tipo de criminales, narcotraficantes y demás, desarrollando un interesante curriculum en operaciones encubiertas, incluso llevando un pequeño grupo de agentes y asociados.
También se ha intentado labrar un futuro en el campo de la seguridad privada y ahí se ha visto envuelto en turbios asuntos de espionaje de personalidades más o menos importantes. Gracias a sus contactos en las agencias españolas de información, ha podido librarse más o menos con pocas marcas en la carrocería.
Recuerdo de chavalete haber visto una entrevista en televisión de Lobo. No puedo asegurarlo, pero es muy posible que fuera en el programa de José María Íñigo. La historia que se contaba era como la de las películas y fascinante para un niño.
Más, a pesar de saber que no todo era trigo limpio en su vida, no se puede sino reconocer que Mikel Lejarza prestó un gran servicio a la sociedad, ayudando en la eliminación de la víbora que fue ETA. Un héroe que seguramente deberá pasar todo lo que le resta de vida en el anonimato, pero que seguramente estará orgulloso por haber evitado un incalculable número de víctimas.
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