sábado, 27 de marzo de 2021

Los Heechee

Los Heechee son una raza alienígena que campaba a sus anchas por todo el Universo en general y por nuestro modesto Sistema Solar en particular, muchos siglos antes de que la chispa de la inteligencia prendiera en el cerebro de un pequeño mamífero. 

Mucho, mucho después, cuando la Humanidad había apenas comenzado a dar sus primeros pasos vacilantes en la exploración espacial, se descubrió Pórtico, una de sus bases en Venus. Ante nosotros se abrió un inmenso abanico de posibilidades para construir un futuro más brillante: toda la avanzada tecnología de los Heechee estaba ahí, en perfectas condiciones de uso para que nosotros, los mendigos del espacio, aprovecháramos la oportunidad.  

 

Pronto se formó un pequeño grupo de exploradores. Conejillos de indias, sería más apropiado decir. Toda esa tecnología era tan avanzada que no se podía entender. Las naves funcionaban, sí, pero nadie sabía cómo ni por qué. Tenían un curso de navegación grabado, no podíamos modificarlo, pero sí ejecutarlo. 

Así salían los humanos, en grupos de uno, de tres o de cinco. Algunos no regresaban nunca. En otros casos lo hacían las naves, como ataúdes espaciales que contenían los cuerpos de los tripulantes, en general fallecidos a causa del hambre al haberse agotado las provisiones. Otros llegaban y volvían, para contar que lo que fuera que hubiera habido allá, ya no existía. 

Y en algunos casos, muy contados, los tripulantes volvían con artefactos Heechee que los convertían en multimillonarios de la noche a la mañana. Y, lo que era más importante, conseguían algún pequeño retazo de información que los sesudos científicos de la Humanidad trataban de colocar en su sitio en el inmenso puzzle que era la tecnología Heechee. 

 



Durante cuatro libros, Frederik Pohl va desgranando la historia de los Heechee y de los seres humanos que se adentran en esta aventura, en libros de longitud moderada de los que he leído dos: Pórtico (1977) y su continuación Tras el incierto horizonte (1980). 

La primera de ellas trata de la toma de contacto de Robin (Robinette Broadhead) con Pórtico. Muy interesante desde que narra con realismo cómo es la vida en Pórtico, la incertidumbre que rodea a estos pioneros de lo desconocido, el aroma de aventura y miedo, con momentos de tristeza cuando alguna tripulación no vuelve o no logra sobrevivir, tristeza que lleva a otros momentos en que los exploradores solo quieren exprimir la vida al máximo ante el riesgo de perderla. 

Tras el incierto horizonte es, por su parte, la historia de un viaje de Robin a la última frontera del Sistema Solar, más allá de Plutón, donde se ha descubierto una inmensa nave Heechee que resulta ser una factoría de comida que promete acabar para siempre con el hambre en la Tierra. Allí descubren a un joven que ha vivido allí toda su vida (sus padres, exploradores, llegaron allí en un vuelo automático y no pudieron volver), que aportará valiosos conocimientos de la extinguida cultura Heechee. 

Un momento. ¿Extinguida? No está tan claro... 

Pórtico me ha resultado bastante más interesante que su continuación. Es por ello que ahora, varios meses después de haber leído el segundo volumen, no me he atrevido con el tercero. Todavía tengo reciente el recuerdo de Mundo Anillo, la impresionante novela de Larry Niven que decae con extrema velocidad con cada una de las sucesivas continuaciones. 

 


 

No obstante Pórtico debería ser de obligada lectura para cualquier aficionado a la ciencia ficción. No en vano es por derecho propio uno de los títulos más reconocidos y su autor, Frederick Pohl, uno de los maestros indiscutibles 

A partír de ahí, será cuestión del interés de cada uno. De momento yo he aparcado mi nave, a la espera de nuevos vientos que me lleven más allá del Sistema Solar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario