Ayer dí por sorpresa con esta película. La estaban poniendo en La 2 y, cómo no, me quedé enganchado (por cierto, una gozada ver cine sin publi). Cine de aventuras, un clásico. No entraré aquí en el argumento. Pienso que es de todos conocido.
Pero viéndola no puedo menos de acordarme de aquellas tardes de sábado en que veíamos "Sesión de Tarde" después de comer. De vaqueros, de aventuras, melodrama, comedias... Tirados sobre la alfombra, con pijama en invierno o con pantalones cortos en verano, en aquellas teles en blanco y negro (sí, tan mayor soy) y con dos canales para elegir: el de siempre y el UHF.
Con Robert Taylor en el papel del noble sajón Wilfredo de Ivanhoe, pasa ante nuestros ojos la Inglaterra del siglo XII. Colores artificiales, decorados de cartón piedra, peculiares vestuarios y atrezzo, armas de pega, extrañas ideas sobre lo que es la caballería y los caballeros, actores casi en la cincuentena que encarnan personajes mucho más jóvenes, con bigotitos engominados, bisoñés imposibles y engominados y caídas de ojos, siempre inasequibles al desaliento, riéndose de sus verdugos, siempre vencedores ante la adversidad.
No dudo que en su época fueran grandes superproducciones, pero hoy en día no pueden dejar de mirarse con simpatía las ingenuas escenas de acción: flechas que parecen lanzarse a puñados sobre las almenas del castillo; armas supuestamente contundentes que rebotan en el adversario sin causar daño; caídas a distinto nivel un tanto patéticas, entre desgarradores gritos de agonía provocada por heridas sin sangre.
¿Qué decir del doblaje? ¿Cómo olvidar las voces lánguidas de ellas, o las varoniles de ellos, encargados de proteger a las sufridas doncellas? Esa música de fondo remarcando los momentos más profundos, esas estruendosas trompetas que de cuando en cuando amenazan con rasgar nuestros tímpanos. Esos mensajes de integración racial, en este caso referido a los judíos, en un país como los Estados Unidos en que la segregación era práctica activa en una porción importante de su territorio. Paradójico, cuando menos.
Entretenimiento en estado puro. Si no hubiera existido, habrían tenido que inventarlo.
Para el final dejo a Elizabeth Taylor. Rebeca, la bella hija de Isaac de York, que contra toda esperanza ama a Ivanhoe y es a su vez deseada por Brian de Bois-Gilbert. Pocas veces he visto en cine una mujer tan hermosa y a ella misma sólo la puedo comparar en La gata sobre el tejado de cinc. Guapa, guapa y reguapa. Como Sofía Loren en El Cid o en La caída del Imperio Romano. O Elke Sommer en El premio. Vaya tres. Visto esto, cuánto hemos perdido en ese sentido. Las actrices de ahora sólo enseñan carne o se convierten en remedos violentos de su contraparte masculina. Ains, cómo hecho de menos el cine de los 50 o 60...
Sólo nos falta Víctor Mature, probablemente el peor actor de la historia, para completar el cuadro. Cuentan que en una ocasión quiso entrar en un club o en un restaurante y no le dejaron pasar. "Lo siento, señor. No se permite la entrada a actores". "Yo no soy actor" contestó sin inmutarse, con la misma cara que puso en cientos de escenas. "Tengo 64 películas para probarlo". Así, con un par.
Espero que algún día Dan Brown tenga los redaños para decir: señor mío, yo no soy escritor; tengo cinco novelas para probarlo.
tu no has conocido tv de blanco y negro, será más bien que has visto películas en blanco y negro.
ResponderEliminarAmbas cosas, amigo mío. Un pequeño televisor ELBE de 14 pulgadas, con carcasa amarilla y antena de cuernos. Hasta que llegó a casa una VANGUARD en color, no recuerdo otra.
ResponderEliminarPor cierto que la ELBE quedó para jugar con el Spectrum, tras años de ver La Clave o Con H de Humor mientras los papis estaban con la tele grande.