miércoles, 7 de diciembre de 2011

El día de la infamia

7 de diciembre de 1941. Los japoneses ponen en práctica un plan del almirante Yamamoto para poner de rodillas al gigante americano. Atacan rápido y veloz, con la esperanza de acabar con la mayor parte de la flota del Pacífico. Aunque acaban con la vida de más de dos mil militares y hunden trece buques de guerra, las víctimas más preciadas, los portaaviones, no se encontraban en el puerto y se salvaron indemnes.

Fuente: Wikipedia


No soy un especialista en Historia, ni mucho menos, pero no acabo de comprender las razones del ataque ni las ventajas que podría conllevar. Los Estados Unidos, dirigidos por el presidente Roosevelt, se empecinaban en no entrar en guerra y únicamente aportaban armas y suministros gracias al programa cash & carry. Aunque evidentemente simpatizaban con las democracias occidentales, vivían en un continuo quiero y no puedo, haciendo equilibrios de circo para evitar lo inevitable.

A los japoneses, así como a los alemanes, les interesaba que esa entrada norteamericana en la guerra se produjera lo más tarde posible, tras consolidar las victorias en el Pacífico y en Europa, respectivamente. Su industria de guerra estaba estirada al máximo de su capacidad y el suministro de materias primas dependía de sus conquistas exteriores. Un país-continente como son los Estados Unidos, unido a su enorme potencial humano, desequilibraría la balanza de una forma decisiva.

Quizá pensaron que, obligándolos a luchar en dos frentes, incluso su inmenso poderío no sería suficiente para acabar con ellos. En cualquier caso, las previsiones más optimistas de los japoneses indicaban que si la guerra con los americanos se alargaba por más de seis meses, tendrían todas las de perder.

Así fue, por supuesto. Los Estados Unidos entraron en guerra y desequilibraron la balanza, dando más que oxígeno a los casi ahogados británicos. Aún así, fueron necesarios casi cuatro años más para acabar con la guerra en Europa y dos bombas atómicas para rendir a Japón. 

El ataque a Pearl Harbor es también fuente de innumerables teorías conspiranoicas, las más de las cuales vienen a decir que los dirigentes americanos sacrificaron hombres y material para torcer definitivamente la oponión pública americana hacia los fines que ellos mismos se habían marcado. La mera ausencia de los portaaviones en el puerto se ha señalado como una prueba más de ello. A mí se me hace muy difícil pensar algo así, queridos pasajeros de la nave del misterio...

Hoy, setenta años después, continúan las incógnitas.

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