Mi historia como lector es casi tan vieja como yo.
Creo recordar que aprendí a leer con Mortadelo y Filemón, del gran Ibáñez. Pero pronto pasé a leer a Verne, y un poco más tarde a Asimov. No obstante, tengo grandes carencias en la lectura de clásicos como Salgari, Twain o Jack London.
El autor |
Aunque le conocía de oídas y había visto alguna adaptación de sus historias (tanto en la televisión como en la colección de Joyas Literarias Juveniles, de las que ya he hablado por aquí), no ha sido hasta hace poco que he leído dos de sus obras más conocidas: Colmillo blanco y La quimera del oro, esta una colección de relatos cortos.
Ambas obras respiran aventura por todos sus poros, superación ante la adversidad y fascinación por los ambientes hostiles en los que los hombres deben prosperar a base de su esfuerzo, su tenacidad y su capacidad para resistir en las peores situaciones.
Estas portadas me llevan de vuelta a la infancia |
Somos testigos de lo mejor y de lo peor del género humano. El pobre Colmillo blanco ha sido maltratado desde cachorro, convirtiéndose en un mal bicho hasta que cambia de dueño y conoce el significado del cariño. En los distintos relatos de La quimera del oro, las más de las veces somos testigos de cómo hasta el mejor ser humano se convierte en desconfiado e incluso malvado asesino cuando piensa que su bienestar, su tesoro, corre peligro.
Hasta ahí bien. Nada que envidiar a otros autores que nos han llevado a descubrir parajes exóticos y culturas indómitas.
Colmillo blanco, ya reinsertado en la sociedad |
Pero lo que no me gusta en estos dos libros es un cierto aroma supremacista: el hombre blanco es mejor que el indio americano, al que se representa la mayor parte de las veces vencido por las pasiones más bajas. Siempre he defendido que resulta injusto juzgar hechos o personajes del pasado de acuerdo a un prisma actual, y resulta que London no es más racista que Burroughs (Tarzán, John Carter), Robert E. Howard o Lovecraft (este último coqueteaba incluso con los regímenes totalitarios europeos). O sea, choca, pero hay que mirarlo desde la perspectiva.
Me sorprendió que Jack London muriera con apenas cuarenta años, tuviera tendencias socialistas y que se sospeche que su muerte pudo deberse a un suicidio.
Por lo demás, tanto Colmillo blanco como La quimera del oro entretienen, aunque a mí me gusta más Julio Verne.
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