domingo, 30 de julio de 2017

Apocalipsis antibiótico

Llevamos tiempo escuchando y/o leyendo que no utilizamos bien los antibióticos. Al principio la cosa era que interrumpíamos el tratamiento cuando notábamos la mejoría, y los médicos nos decían que así lo que se conseguía era fortalecer la infección, que teníamos que tomar la medicación durante el tiempo estipulado por el médico. 

Ahora resulta que esos tiempos estipulados por los médicos están sobredimensionados y que, siendo realistas, deberíamos tomar las pastillas durante aproximadamente la mitad del período al que estamos habituados, o sea, entre tres y cinco días (dependiendo de la infección). 

Hay que añadir que en la década de los setenta y los ochenta del siglo pasado se vivió un cierto boom de los antibióticos y que se recetaban para todo. Incluso, los padres no estaban contentos cuando el médico no quería recetarlos y removían Roma con Santiago para conseguirlos. Incluso si la infección no era bacteriana (poca gente sabe que los antibióticos no son efectivos contra los virus que, en realidad, no están vivos en el amplio sentido de la palabra). 

Sin olvidar el uso indiscriminado que se ha realizado tradicionalmente de los antibióticos en la ganadería, llegando trazas de ellos a la población humana a través de la carne y la leche. 



¿Qué hemos conseguido? 

Muchas de las infecciones que hace un tiempo se combatían con relativa facilidad, son cada vez más difíciles de tratar debido a una creciente inmunidad de las bacterias que las causan, gracias a esta sobreexposición a los antibióticos. No debemos olvidar que las generaciones en el caso de las bacterías pueden durar horas, quizá días, por lo que la probabilidad de mutación y evolución es infinintamente más grande que en el caso de los seres vivos superiores. O sea, que una inmunidad aleatoria de una bacteria a un antibiótico es una ventaja evolutiva gigantesca y su cepa será dominante en breve tiempo. 

Saltan a los medios de comunicación, todavía de vez en cuando, noticias sobre casos de infecciones ultrarresistentes a los antibióticos más comunes. En el caso de los hospitales, esto debe ser bastante común debido al ambiente en el que se mueven. Incluso se dan casos en que los antibióticos de última elección, nuestra "última barrera de defensa", son efectivos a duras penas. 



¿Qué futuro se abre ante nosotros?

Si no conseguimos revertir esta situación, si las cepas resistentes siguen multiplicándose, enfermedades que creíamos erradicadas como la tuberculosis, serán cada vez más y más comunes. El problema es que el tratamiento será cada vez más difícil. Con el añadido que la densidad de población es exponencialmente superior a la de los siglos XVIII o XIX y, con ella, la facilidad de contagio.

En la práctica, volveremos ciento cincuenta años atrás, cuando todo el mundo, desde los más pobres a los más ricos, vivían con miedo a que una infección ordinaria se complicara y acabara con nuestra vida o la de nuestros allegados. 

Si no se sigue investigando el desarrollo de nuevos antibióticos, cada vez menos de moda porque dejan poco dinero a la industria farmacéutica, incluso los antibióticos de última elección dejarán de ser efectivos. 

Es de esperar que la esperanza de vida se desplome a niveles de hace décadas. Cuando eso ocurra, los que hayamos vivido en los tiempos de bonanza actuales, miraremos atrás con añoranza y al futuro con aprensión. 

Cuando mi abuelo Moisés nació en 1900, la esperanza de vida en España era de apenas cuarenta años. Murió en 1989, seguramente en gran medida gracias a los antibióticos. Esto puede pasar al revés con relativa facilidad.




Hay quien dice que la amenaza de un apocalipsis antibiótico es mayor y más preocupante que la del cambio climático.

Para echarse a temblar. 

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