Prosigo incansable con mi labor de redescubrimiento de los clásicos, libros de obligada lectura de juventud que, por uno u otro motivo no leí en su día. Es el caso de Veinte mil leguas de viaje submarion, la fantástica epopeya del capitán Nemo y su submarino Nautilus.
De nuevo el visionario Julio Verne construye una historia de aventuras y lo que hoy llamaríamos ciencia ficción, adelantándose a su tiempo al describir el funcionamiento de un submarino de propulsión eléctrica (debemos suponer que conocía los principios básicos de la navegación submarina, aunque por supuesto no los de la motorización eléctrica) e incluso de sistemas de buzo autónomo que no se verían hasta casi un siglo después de la publicación del libro.
El libro empieza con una relación de extraños avistamientos de una especie desconocida de animal marino, un leviatán que realiza ataques a barcos de distintas nacionalidades en zonas oceánicas muy distantes entre sí. Los protagonistas, Pierre Aronnax (siempre, o casi siempre, hay un francés en las historias de Verne), su criado y el arponero Ned Land son capturados por la tripulación del Nautilus después de uno de estos episodios.
Después de unas horas de amable, pero firme, cuativerio, se presenta ante ellos su captor y en estos momentos dueño de sus vidas: el misterioso capitán Nemo.
Las páginas del libro narran las vicisitudes de estos protagonistas mientras recorren el fondo del mar, incluso bajo el casquete polar, como invitados forzosos del capitán hasta que éste los libera antes del último enfrentamiento.
Verne nos narra con detalle las zonas por las que navega el submarino, haciendo gala de un conocimiento enciclopédico y/o de una gran labor de investigación. Utiliza a Pierre Aronnax como su alter ego, su voz en la novela, para transmitir todo ese torrente de conocimientos al lector, que se refleja en el criado de Aronnax, el joven Consejo. Pero en no pocas ocasiones el nivel de detalle es tal que llega a aburrir, con listas de especies animales y vegetales que ocupan páginas y más páginas.
Más aún, en ocasiones la historia avanza a trompicones, con la sensación de estar leyendo una serie de relatos relacionados entre sí, pero con grandes espacios en blanco entre ellos. Como cuando cambias de marcha en un coche, que notas cada uno de los engranes.
Aún con todo lo anterior, que me hace pensar que estoy ante una historia que hubiera disfrutado más cuando era un tierno preadolescente, Veinte mil leguas de viaje submarino es ya parte del imaginario colectivo, con diversas adaptaciones a sus espaldas: cine, tebeo, televisión... James Mason o Patrick Stewart han prestado su rostro al misterioso Nemo y hasta Geronimo Stilton ha viajado en el Nautilus.
Y quizá sea por la fascinación que el capitán Nemo causa en el lector, sino porque Julio Verne hace del Nautilus un personaje más, casi en pie de igualdad que el resto. Sin duda los dos se cuentan entre las creaciones más redondas de Julio Verne.
Por cierto, que el episodio del pulpo gigante no es tan importante en el libro como en las distintas adaptaciones.
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