Uno, que ya tiene una cierta edad, cuando echa la vista atrás con un poco de nostalgia, no deja de pensar con pesar que los clásicos han desaparecido.
Las primeras letras que leí, evidentemente aparte de aquellos míticos cuadernos de RUBIO (que, por cierto, todavía pueden encontrarse en grandes superficies y librerías especialidades) con algo de sentido, pertenecían a grandes maestros de la literatura. Nombres como Julio Verne, Walter Scott, Emilio Salgari, Robert L. Stevenson, Charles Dickens... Todos ellos son gigantes de la Literatura Universal, y los jóvenes adolescentes aprendíamos a leer y a apreciar los buenos libros mientras soñábamos con aventuras sin fin. Incluso lo más de lo más era la edición de las Joyas LIterarias Juveniles, versiones de tebeo de los clásicos de aventuras.
Sin embargo los tiempos han cambiado. No solo es que ahora se lee mucho menos, sino que se lee mal. Es evidente que se ha bajado el nivel de exigencia. Y no es que los arriba citados sean lo que se dice difíciles de leer, pero las sucesivas reformas de la enseñanza en España han llevado a crear una generación de jóvenes apáticos que no consideran necesario esforzarse por nada. Jóvenes con doce, trece o catorce años con niveles de lectura de niños de siete u ocho, que confiesan no haber leído un libro todavía, todo lo más un cómic, porque los libros no tienen dibujos.
Tambíén han cambiado las modas. No se lee, pero se ve la televisión muchas más horas que las recomendables. No se lee, pero se juega a la videoconsola hasta que se caen los ojos. No se lee, pero se sale de botellón hasta que se queman las neuronas. Es la teoría del placer inmediato. ¿Para qué leer un libro, durante una semana o diez días, si puedo obtener como retorno un estímulo más rápidamente con todo lo anterior?
Resulta además que muchas de las obras de los autores citados aún tienen plena vigencia. Porque además de aventuras, no falta la crítica social, los valores como la amistad o el honor. Y cuando se produce la deshumanización de la sociedad y a la relativización de la vida humana, cuando cada vez es más difícil para los padres inculcar estos valores, sigue siendo necesario que los jóvenes reciban estímulos positivos desde otras fuentes.
Mal vamos, si leer es ahora carne de parodia, aunque sea tan buena como este Collejeros, de José Mota.
¡Dan Brown, cuánto mal has hecho!
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