Hace unos veinte años, los curas del Colegio Corazón de María de Gijón decidieron que era interesante para nuestra madurez emocional y académica la lectura de El señor llega, el primer tomo de la trilogía Los gozos y las sombras, que junto a los siguientes volúmenes Donde da la vuelta el aire y La Pascua triste fue escrita a finales de los cincuenta y principios de los sesenta por Gonzalo Torrente Ballester.
Como en otras ocasiones acepté el reto porque no quedaba más remedio. Como en otras ocasiones, el libro fue calando en mí y me acabó gustando tanto que me planteé seriamente adquirir la trilogía completa.Para rematar, difusos recuerdos de una serie de televisión con Charo López, desaparecida de la escena hace bastantes años, Eusebio Poncela, televisivo Pepe Carvalho en los ochenta, Carlos Larrañaga o Amparo Rivelles, se agolpaban junto a los de la novela leída.
No fue hasta transcurridos todos estos años cuando me hice con los tres libros. No contento con eso, he conseguido también la serie de televisión, que aún no he visto. Y he de decir, una vez leídos, que mereció la pena.
La historia tiene lugar casi en su totalidad en Pueblanueva del Conde, en la Galicia profunda, poco antes del levantamiento del 18 de julio y la consecuente Guerra Civil. Allí llega Carlos Deza, psiquiatra discípulo de Freud que cambia Viena por la aldea que fue su hogar, y se ve envuelto en las luchas de poder entre Cayetano Salgado y doña Mariana Sarmiento. Historia que sin embargo es coral, pues ante nuestros ojos discurren decenas de personajes: Don Baldomero, el boticario; el padre Eugenio; la odiosa Germaine, heredera frustrada; Clara Aldán y sus hermanos Juan e Inés; Rosario la Galana; Paquito el Relojero... Alguno desaparece tras su momento de protagonismo y no se vuelve a saber de él. Todos nos muestran sus miserias y sus grandezas, mientras la sociedad de la época es perfectamente retratada por el autor.
Y, durante todo el tiempo, Carlos Deza. Un hombre de principios, débil en apariencia, pero firme como una roca. Es capaz de darlo todo por una causa que considera justa, incluso quedarse en el pueblo por una promesa realizada a una difunta. Aún a su pesar. Y lo hará por un trasnochado sentido del deber que lo eleva por encima de los demás habitantes del pueblo.
Es reconfortante que el final es adecuado a lo que uno espera y que el cariño que se ha cogido a los personajes ha merecido la pena.
Globalmente me ha encantado y creo que un nueve es una nota que se merece por completo.
Me aterra pensar que los curas del Colegio del que estoy tan orgulloso pudieran caer tan bajo como para recomendar la lectura de las obras completas de Dan Brown. Espero que, si alguna vez ocurre, no llegue a mis oídos.
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