He estado dando unas cuantas vueltas al tema de la siguiente entrada del blog. Con las Navidades encima, no quería sin embargo hacer una típica entrada de felicitación y poco más. Así que, creo, nada mejor que habla de una de mis películas favorítas: It´s a wonderful life.
Dirigida por el gran Frank Capra y protagonizada por James Stewart y Donna Reed, cuenta la historia de George Bailey. George es bueno. Más que bueno, un pedazo de pan. Durante toda su vida sacrifica sus sueños y empeños personales por el bien de los demás: rescata a su hermano de la muerte en un lago de agua helada, perdiendo la audición de un oído; sacrifica su carrera para que su hermano pueda hacer la suya; cuando al final llega su momento, vuelve a sacrificarla para que, otra vez su hermano, pueda hacer carrera en la empresa de su suegro... Se ve encerrado en la vieja compañía de empréstitos, siempre entrampado, siempre intentando llegar a fin de mes, pero siempre con buena cara.
Llega la Gran Depresión. El día de su boda la gente entra en pánico y acude en masa a retirar su dinero. La solución: emplear el dinero de su regalo de boda para hacer los pagos y no tener que quebrar. Van saliendo adelante, pero un grave error de su tío pone a George Bailey al borde del abismo.
Incluso entonces, antes de suicidarse, es capaz de pensar primero en los demás y se tira desde el puente... para rescatar a un desconocido, Clarence, su ángel de la guarda. Éste le concede un privilegio: ser testigo de lo que habría sido de la vida de los demás si George nunca hubiera nacido.
Hay un final feliz, al que tanto están acostumbrados los yanquis. El hombre bueno no puede sufrir. Dios aprieta, pero no ahoga. Todo el pueblo se moviliza para resolver el grave problema de George Bailey. Incluso su hermano, ahora héroe de guerra, se desplaza al pueblo para echar una mano. Él es George Bailey, el hombre más rico de la ciudad. El hombre bueno.
He visto esta película infinidad de veces. Algún año incluso dos, separadas unos pocos días, en versión original y en castellano. Al final, acabé comprándome el DVD.
Y es curioso el efecto. A pesar de conocerla de memoria, me es imposible no llorar al final. Un nudo en la garganta se va haciendo cada vez más grande, cuesta tragar, y las lágrimas resbalan por mis mejillas.
Pero sólo en Navidad.
Sólo una vez he visto ¡Qué bello es vivir! en otra época. Y no llegué a llorar. Curioso, ¿eh?
Un saludo a todos los George Bailey del mundo. Que no desesperen, su momento llegará tarde o temprano y se hará justicia.
Para todos, de corazón, Feliz Navidad.
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