Hace ya un huevo de años, allá por 1995, comenzó el proyecto que finalmente llevó al cine la trilogía, con Peter Jackson a la cabeza. Confieso que, al principio, no me entusiasmaba. Las noticias llegaban con cuentagotas y el hecho de que un director neozelandés, con relativa poca experiencia en el mundo del cine (incluyendo algo de serie Z) y con medios y equipo neozelandés, me hizo ser escéptico ante la idea. Además pretendía rodar las tres películas a la vez para reducir costes. No, la cosa no estaba nada clara. Pero, amigo... empecé luego a ver fotos y a enterarme de noticias referentes al reparto. Y mi entusiasmo fue creciendo y creciendo...
A finales de 2001 había tenido que emigrar a Madrid. Todo era nuevo, ya que por primera vez me tenía que buscar las habichuelas solo. Más que solo, sin mis padres; Carmen compartió conmigo la aventura que suponía cambiar de ciudad y dejarlo todo atrás. Durante las vacaciones de Navidad, fuimos al cine a ver La comunidad del Anillo.
Aquello fue el acabóse. ¡Estaba viendo la Tierra Media! Con la boca abierta, he de decir. Hobbiton era tan real que daban ganas de irse allí de spa; Bree y El poney pisador; Rivendel; Moria... EL BALROG... Y los personajes: ya no puedo imaginar a Aragorn sin la cara de Viggo Mortensen, o a Gandalf sin las napias de Ian McKellen; Sean Bean es un perfecto Boromir; Cate Blanchett, la inalcanzable Galadriel; la impresionante presencia física, a sus años, de Christopher Lee (y su voz en versión original); la maravilla que es Gollum. Otros no están tan clavados, pero al final no me importó.
Y el Anillo Único. El tratamiento que hizo Peter Jackson fue, hay que reconocerlo, magistral. El peso del anillo llega a ser algo físico y palpable durante toda la cinta. Sencillamente genial.
Tanto que al cabo de pocos días, ya de vuelta en Madrid, volví a verla. Y me gustó todavía más que la primera vez.
Después de aquello, tenía por delante doce meses hasta que se estrenara Las dos torres. Una vez más, Peter Jackson acertó de pleno en la estrategia. Si no hubiera rodado las tres entregas a la vez, tendríamos que haber esperado quizá tres años para verla. Al final, no llegó al año.
El resultado, en cambio, es el más flojo de los dos. También en la trilogía original, todo hay que decirlo, los libros III y IV que componen el segundo tomo son los más difíciles de seguir. Después del clímax en Moria y la muerte de Boromir, a la historia le cuesta resurgir a pesar de los intentos por hacerla épica en la batalla del Abismo de Helm. Nos deja, no obstante, algunas maravillas como Minas Tirith, Meduseld y los rohirrim o los ents que impiden que el ánimo decaiga. Aquello fue en 2002, el año de mi boda.
Y doce meses después, casi como un reloj, el impresionante cierre de El retorno del rey. No decepciona en absoluto, es épica, intensa y sentimental. El Viaje termina, aún cuando no hay esperanza. La cinta arrasa, como las otras dos, en taquilla. Pero además arrasa en la ceremonia de los Oscar. Es el reconocimiento final que necesitábamos, dándole un cierto regusto mainstream que no acaba de convencer a mi estómago friki.
Pero hete aquí que se comercializaron versiones extendidas de cada una de las películas de la trilogía. Sobra decir que las tengo todas. Cada una de estas versiones extendidas incluye alrededor de 30 minutos adicionales de metraje a la ya de por sí extensa duración de las cintas (unos 180 minutos cada una, como poco). ¿Una burda maniobra comercial? Por supuesto que sí. ¿Me escandaliza? Por supuesto que no. Lo único que me fastidia es que me calcé unos 120 eurapios en ellas, cuando algún año después se podian conseguir en un solo paquete por aproximadamente la mitad. Eso sí me jodió, para qué nos vamos a engañar.
Aún así, doy por bien empleado el dinero. Las versiones extendidas permiten descubrir y comprender al neófito una nueva historia. Porque a pesar de acumular unos 600 minutos en total (700 con las versiones extendidas), se acaban quedando cortas y el director tuvo que eliminar escenas y pasajes, principalmente Tom Bombadil y el Tumulario, que casi le cuestan el linchamiento público a manos de enfervorecidos fríkis fundamentalistas.
Por eso, a pesar de algunos momentos cómicos que me sobran, las películas de Peter Jackson constituyen la mejor adaptación posible de la obra literaria. Definitivamente, mucho mejor de lo que soñé esperar.
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