El otro día no tenía nada que hacer en casa (bueno, no me apetecía mucho poner la consola o el PC para echar una partidita) así que me fui a ver qué tenía pendiente de ver y di con esta Invictus, que me llamaba la atención.
Peli del bueno de Clint Eastwood, cuenta la historia de cómo, recién llegado Nelson Mandela a la presidencia de Sudáfrica, ve en el rugby un potencial punto de encuentro entre las etnias y razas que forman el país, desgarrado por decenios de política racista. Los blancos ven el rugby como una religión y los negros como un símbolo de opresión, pero poco a poco, con gestos políticos y sociales, Nelson Mandela logrará cambiar la opinión mayoritaria del pueblo.
Como contrapeso en la historia tenemos al capitán de la selección de rugby, François Pienaar, que se ve deslumbrado por la personalidad del carismático dirigente y poco a poco va cambiando su forma de ser (parece que bastante moderada al principio, según la peli, a diferencia de muchos de sus compañeros).
En resumen, es una historia de superación como muchas que hemos visto en las pantallas (Rocky, Seabiscuit, Titanes, Un domingo cualquiera...) aderezada con la mística de Nelson Mandela. Poco más hay que contar, porque la peli se basa exclusivamente en esos dos personajes, Mandela y Pienaar, pero le falta bastante de todo lo demás. Ni la épica ni la espectacularidad de Un domingo cualquiera, que sería de agradecer, porque a veces es un pelín aburrida. Así que al final dejé pasar los aprox. 105 minutos de metraje hasta llegar al final, bastante previsible como no podía ser de otra forma.
Morgan Freeman está más que correcto en su interpretación del líder sudafricano, y puede estar orgulloso de haber encarnado en las pantallas a Nelson Mandela, el presidente de los Estados Unidos de América y al mismo Dios. Incluso imita la forma de caminar, saludar y sonreír de Mandela.
Por su parte, Matt Damon hace uno más de esos papeles a los que ya nos tiene acostumbrados en la última década. Es el nuevo James Stewart. Es el nuevo Tom Hanks. Es el yerno que todos querríamos tener.
Para el recuerdo, la escena en que la selección sudafricana va en autobús a un suburbio marginal negro en las afueras, no recuerdo si de Ciudad del Cabo, Johannesburgo o Pretoria, y aquellos blancos grandotes se dan cuenta de que los niños son niños, independientemente del color de su piel. De fondo suena Osiyeza, del gran Johnny Clegg.
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