Hace bastante tiempo que no publico una entrada haciendo referencia a algún hecho histórico concreto. Probablemente hubiera tardado más de no haberme dado cuenta de que hace unos pocos días se cumplieron 70 años de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz por parte del Ejército Rojo.
Mucho se ha escrito sobre lo que se ha dado en llamar Holocausto. Hay incluso negacionistas, lo cual me revuelve las tripas. Hoy no me apetece hablar de esto, sino que lanzaré unas preguntas al aire. Preguntas que resuenan con un eco en los barracones vacíos.
La primera que se me viene a la cabeza cuando pienso en estas cosas es que cómo personas razonablemente cultas, racionales y lógicas, se reúnen en una casa en Wannsee y diseñan un plan de exterminio de millones de personas. Quizá sea porque eran fanáticos y esa misma racionalidad les proporcionaba una frialdad ante el sufrimiento ajeno. Quizá sea porque eran, simple y llanamente, sociópatas, incapaces de empatizar con sus prójimos. Quizá porque años de aleccionamiento hicieron que dejaran de ver a millones de personas como sus prójimos. Demasiados quizás, creo yo.
El trabajo libera, o el cinismo más repugnante |
La segunda es que cómo aquellos que recibían las órdenes de sus superiores las cumplían con, en ocasiones, tanta alegría como parece si leemos los relatos de los supervivientes. ¿Miedo a represalias? Todos sabemos que la fuerza del grupo es capaz de anular las individualidades o, mejor dicho, cómo personas de carácter débil se ven arrastrados por la marea, bien del grupo o bien de un líder carismático como, pásmense, era Adolf Hitler. O quizá lo hacían porque, simplemente, les gustaba. Sádicos con uniforme que daban rienda suelta a sus instintos.
Las historias de los campos de concentración son historias de miseria. Hay, cómo no, alguna deslumbrante luz perteneciente a personas excepcionales que, aún en esas condiciones, brillaban como un faro. Aún y así, no compensan el horror.
Mucho se ha escrito sobre el por qué una nación entera se convirtió en cómplice de una pandilla de malhechores. Por qué la barbarie se adueño de todas las clases sociales, de todo tipo de profesionales y se hizo bien visible en todos los órdenes de la vida. Por qué continuaron siguiendo a la misma pandilla de locos aún cuando todo estaba perdido. Por qué continuaban enviando a sus hijos, cada vez más jóvenes, al matadero.
¿Es suficiente la humillación de Versalles, las desorbitadas indemnizaciones de guerra, el clima político de salvajismo extremo, suficiente para transformar a una sociedad entera? No lo sé. Quizá sí, o quizá no. Es cierto que, en vida de Hindenburg, Hitler no osó dar un paso más allá de las palabras. Lo que me lleva a otra reflexión: cómo un ciudadano normal es capaz de votar a semejante monstruo, aún cuando no ocultaba demasiado las líneas maestras de su pensamiento enfermo.
La Primera Guerra Mundial llama la atención por el brutal coste en vidas humanas y por ser la muestra de lo que puede ser la guerra total y la inventiva humana puesta al servicio de la destrucción. Aún cuando las cifras y las descripciones ponen la carne de gallina, la Primera Guerra Mundial no puede competir con la puesta en práctica de la solución final. Si aquella fue la industrialización de la guerra, esta es la industrialización del horror.
Y, además, algo así sucedió en la culta y vieja Europa, y no en cualquier rincón perdido del planeta. Nombres como Sobibor, Dachau, Treblinka, resuenan en lo más oscuro de nuestra memoria histórica, pero todos palidecen ante Auschwitz, en lo más alto de un imaginario podio del horror.
Aún hoy, la foto estremece a pesar de su aparente paz. Jugamos con ventaja: nosotros sabemos qué había al final de las vías |
Decía Hobbes en su Leviatán (afortunadamente estudié EGB y BUP): el hombre es un lobo para el hombre. Homo homini lupus, que decían los clásicos. Una gran verdad, si nos paramos a pensarlo.
Dicen que visitar Auschwitz marca para siempre. No sé si alguna vez tendré la ocasión de hacerlo, pero seguro que sería un eterno recordatorio de que, en lo más profundo de cada uno de nosotros habita un monstruo dispuesto a salir a la superficie cuando se den las circunstancias apropiadas.
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