Miguel Strogoff, correo del zar, es el arquetipo del hombre valiente y honorable que afronta innumerables peligros con gran valor persiguiendo siempre un objetivo mayor que sí mismo. Un icono del siglo XIX retratado por la pluma de Julio Verne, el francés visionario.
El traidor Iván Ogareff maneja en las sombras a las hordas tártaras de Feofar Khan, que ha sumido a a la Rusia asiática en un hervidero y prácticamente ha dejado incomunicado al hermano del zar en la lejana ciudad de Irkutsk.
Miguel, un capitán de correos del zar de origen siberiano, es elegido para llevar una misiva en la que se advierte al príncipe de las verdaderas intenciones del traidor Ogareff. Al aceptar su misión, el joven Miguel dará el primer paso para convertirse en héroe.
La obra de Verne es un mito do de la literatura universal y se ha llevado a la gran pantalla con gran éxito en la década de los años cincuenta del siglo pasado, además de adaptarse al mundo del tebeo e incluso de los juegos de mesa.
Es uno de esos libros en los que la nobleza de las personas se reflejan en sus ojos, en los que el héroe sabe de manera instintiva en quién puede confiar, pero es sorprendentemente ingenuo para sospechar de los villanos que se encontrará en su camino. Pero el héroe, con su sola presencia y su carisma, dejará siempre en evidencia a aquellos que se opongan a su noble causa.
Miguel Strogoff es también una novela hija de su tiempo. Eurocéntrica y puede que bordeando el racismo, pues las tribus tártaras, e incluso los rusos, se muestran inferiores a franceses e ingleses, potencias hegemónicas en la época (más los ingleses, aunque como buen francés Julio Verne se niegue a reconocer su superioridad y cuele algún personaje para dar presencia a su madre patria).
Como novela de aventuras Miguel Strogoff funciona de manera desigual. Hay pasajes ciertamente apasionantes, aunque son los menos. Buena parte de la novela transcurre devorando verstas (una versta es algo mayor que un kilómetro) y más verstas entre tal sitio y tal otro, dando rodeos para evitar a los tártaros, vadeando ríos, cambiando de vehículo, a pie o a caballo. Los conocimientos y la preparación de Verne son superlativos y aunque de adolescente me mostraba ávido de aprender, ahora pasada la cuarentena esos pasajes me parecen plomizos.
Así que con Miguel Strogoff me ha pasado lo mismo que con otras obras de Verne ahora que estoy leyéndolas en la madurez. Cuesta mucho decirlo, pero tienen bastantes pasajes aburridos y no sé cómo funcionaría ahora en una chavalería que está acostumbrada a la inmediatez y que pueda llegar a estos clásicos por un motivo u otro.
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