domingo, 14 de julio de 2019

El tapiz de Fionavar

En mi afán por leer obras clásicas, hace unos meses que leí la trilogía de El tapiz de Fionavar, del amigo Guy Gavriel Kay. Con un resultado bastante negativo, he de decir. 

Publicada en la primera mitad de la década de los ochenta del siglo pasado, El tapiz de Fionavar se compone de tres títulos, El árbol del verano, El fuego errante y Sendero de tinieblas, que cuentan la historia de unos muchachos canadienses (como el autor) que se ven transportados de nuestro mundo hasta Fionavar por el mago Loren Manto de Plata. Allí se convertirán en héroes de ese nuevo mundo, algunos de ellos morirán y todos sufrirán en una guerra que amenaza con destruir al resto de los mundos, incluido el nuestro, que están unidos a Fionavar por El Tejido. 




Partimos de una idea buena, ese viaje transdimensional o como lo queramos llamar. Tenemos alguna otra buena idea más, como esa particular forma de magia, que necesita del hechicero y de un catalista del que el primero extrae la energía mágica (algo que luego vimos en La espada de Joram). 

Pero lo que viene después no es ni mucho menos tan brillante. Es más, toda la obra tiene un cierto olor a viejo, a algo que ya está hecho y que se le ha querido dar un lavado de cara. Luego, cuando ves en algunos sitios que el amigo Guy Gavriel Kay ha colaborado con Christopher Tolkien en la redacción definitiva de El silmarillion, ya se entienden muchas cosas. 




La historia puede ser algo interesante, pero los personajes no tienen volumen y no se puede empatizar con ellos. Más bien odias a alguno de ellos y te da igual cuando mueren. Otros personajes que han podido dar un poco más de juego, mueren de una forma totalmente prescindible e inútil. 

Por ejemplo, cuando Melkor (perdón, el Tejedor), libera un dragón que promete fuego y sufrimiento a partes iguales, este es derrotado con bastante simpleza por un niño montado sobre un unicornio con alas. O sea, te quedas con una sensación WTF bastante poderosa. Una sensación que también tengo con el desenlace de la historia del hijo del Tejedor y una de las protagonistas (Jennifer, un personaje bastante poco empático con el lector), al que se le vende como el fiel de la balanza que desencadenará el destino del mundo dependiendo de su decisión, prometiendo al menos un confllicto sicológico interesante y luego se ventila como si nada.

Y la presencia del Rey Arturo y de su fiel Lancelot recuerda mucho, si no demasiado, al concepto de Campeón Eterno de Michael Moorcock.



Si además unes a todo esto una prosa excesivamente cargada y pomposa, tienes el cóctel perfecto para un fracaso en toda regla. Hay párrafos que son infumables, pretendiendo imitar la prosa de Tolkien (que, no nos engañemos, también tenía lo suyo), pero sin llegar a su talento.

Una pena, porque esta trílogía le podría haber gustado a mi yo de quince años. Y porque cuando leí Tigana, publicada por el mismo autor unos años después, no me disgustó para nada (aunque tampoco es un libro que vaya a cambiar la historia de la novela fantástica). 



Por lo menos es una trilogía de las clásicas, con libros manejables de trescientas y pico a cuatrocientas páginas y no los tochos que se llevan hoy en día. Si fuera así, sería homérico llegar al final. 

No puedo recomendarla. En conciencia.

2 comentarios:

  1. Pues yo he leído los tres libros y te he de decir que me han gustado muchísimo. Hasta el punto de releerlos por segunda vez.

    En mi opinión creo que el autor no escribió esta trilogía para ser leída y juzgada por otros. Escribió la saga fantástica que a él le hubiera gustado leer. Él es su único público.

    Como curiosidad decir (y eso que soy un hombre) que a mí los libros me emocionaban y me hacían sentir muy triste.

    Le pongo un 10 a esta saga.

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  2. Gracias por comentar.

    Para mí fue una decepción, porque la trilogía está dentro de los clásicos de la Fantasía y porque ya había leido Tigana y me había gustado.

    La verdad es que acabé de leerla por respeto, pero por ganas lo hubiera dejado antes.

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