sábado, 13 de agosto de 2022

08/08/2008

Ocho de agosto de dos mil ocho. 

08 / 08 / 2008

Solo hay doce días comparables en cada siglo. 

Fue en esta fecha en la que decidí llevar un registro de mis lecturas y empecé una hoja de Excel en la que fui anotando el título, autor, fecha de inicio, fecha de finalización y número de páginas. Después empecé a hacer comparativas entre unos años y otros. 

En catorce años completos he leído 410 libros, para un total de 170.392 páginas. Se encuentran fuera de esta cuenta las innumerables revistas, comics y manuales de rol que han pasado por mis manos.

 

 

Viene a ser algo así como dos libros y medio al mes, durante todo ese tiempo. Pero como esta media está distorsionada por el tamaño de los libros (evidentemente no es lo mismo leer a Posteguillo, Follett o Abercrombie que a los grandes de la la Edad de Oro de la ciencia ficción que eran capaces de construir historias completas en poco más de doscientas páginas). 

Si miramos los datos desde otro ángulo, tenemos que leo un poco más de treinta y tres páginas cada día. 

No me parece mucho.

A veces me paro a pensar en cuántos libros habré leido durante toda mi vida. No tengo ni idea, pero teniendo en cuenta que antes leía muchísimo más que ahora (tenía menos distracciones, no tenía ordenador ni consola, no había móviles ni redes sociales... y no tenía mujer ni hijas) porque dedicaba muchísimo más tiempo a la lectura, no sería descabellado pensar que la cifra debería andar rondando los mil quinientos libros. 

 

En estos catorce años he terminado largas series como La Rueda del Tiempo o la serie de Mundodisco (ya las había empezado antes de la fecha, así que no están incluidas por completo en el cómputo), he descubierto grandes personajes como Bernie Günther o he leído clásicos que faltaban en mi bagaje. También la he cagado con algunos libros y series que no eran lo que prometían y confirmado que muchos clásicos no son para mí. 

También tengo algunas reglas no escritas que procuro seguir fielmente:

  • Cambio de género cada vez que termino un libro. Incluso cuando estoy en plena lectura de una serie de libros, cambio de registro e intercalo otro autor y otro género cada vez. Lo hago para no saturarme y seguir motivado. Por lo que puedo ver en mi listado, solo me he saltado esta regla durante la lectura de La Rueda del Tiempo. Creo recordar que el primer motivo fue porque la editorial Timun Mas tenía la mala costumbre de cortar los tomos originales más o menos por la mitad (para maximizar beneficios, entiendo, sin importarles que el primer volumen de cada dos terminaba en un punto poco o nada climático) y porque la serie era tan sumamente larga que temía envejecer sin haberla terminado.
  • Libro que empiezo, libro que termino: no sé por qué lo hago, pero es así. No he dejado un solo libro por terminar, aunque algunos me han costado demasiado y sabiendo el poco tiempo que tenemos y todo lo que hay por ahí para disfrutar, seguramente no se trate de la mejor idea. Especialmente sangrante fue el caso de Las aventuras del soldado Svejk, que compré por el grato recuerdo que me dejó la adaptación a serie de TV allá por los años ochenta del siglo pasado, cuando yo era un chaval y esperaba a mi hermano cada fin de semana cuando llegaba a casa los viernes de madrugada del servicio militar. Solo conseguí leer unas diez páginas al día de ese libro, que es un tocho bastante grande. Pero, por otra parte,  cada libro tiene la necesidad de ser leido y hay que respetarla. 
  • No hago relecturas. Antes sí lo hacía. El Señor de los Anillos, El Silmarillion, Caballo de Troya, Crónicas de la Dragonlance, la serie de la Fundación.... todos ellos los leí y releí con avidez, disfrutando cada relectura como si fuera la primera. Desde hace catorce años no he vuelto a hacerlo. Como he dicho antes, hay mucho ahí fuera y muy poco tiempo. 

 



Luego, tengo una serie de manías y costumbres que se han agudizado desde el confinamiento estricto de marzo a mayo de 2020. Desde entonces, siempre que estoy en casa y no de viaje por trabajo, mi rutina nocturna comienza con una cena entre las 21:30 y las 22:00 a la que sigue un capítulo de una serie de TV y la cierra mi lectura diaria, en la cama. De forma casi obsesiva, apago la luz a las 00:00 para dormir unas siete horas y media. 

Durante la semana no juego al ordenador ni a la consola y no leo rol ni comics. Todo eso queda para el fin de semana, en los que vemos una película los sábados por la noche en familia y me acuesto entre las 02:00 y las 03:00. Duermo mucho menos, madrugando para poder jugar un rato hasta que se levanten las niñas. 

Antes leía en papel o tablet. Ahora lo hago en un lector de libros electrónicos. Me distraigo menos porque no tiene conexión a internet. Muchas veces, aunque no siempre, leo con música de fondo y pocas veces con la televisión encendida. También estoy redescubriendo el placer de leer en la calle, con luz natural, sentado en un banco. 

 

 

Los libros electrónicos me han permitido seguir con mi mayor afición sin temor a que las estanterías de mi casa se desplomen por el peso de tanto papel. Solo tengo los más bonitos o los que más me han gustado. El resto los regalo o los dono, nunca los vendo. 

Uno de mis mayores miedos es quedarme ciego. No concibo mi vida a oscuras, sin poder ver las caras de mi familia ni poder leer. 

Pero espero que eso no suceda o que, si está de pasar, pase a edad suficientemente avanzada como para haber podido leer mil quinientos libros más. 

Por lo menos.


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