El tema de las expectativas es un arma de doble filo. Lo mismo es capaz de hacer que algo en apariencia normal se convierta en una experiencia inmejorable que consigue devaluar un producto objetivamente bueno.
Gambito de dama ha sido un ejemplo de ello.
Tardé bastante en ver la serie desde que se estrenó y no paré de leer y ver críticas muy buenas, incluyendo reportajes sobre cómo había revitalizado el interés por el ajedrez en muchos sitios o cómo había impulsado el éxito de la empresa española que fabrica los tableros que se ven en la serie.
Tanta información, y tan buena, que no pude evitar formarme unas expectativas predeterminadas antes de ver siquiera una secuencia. Por eso, aún gustándome mucho la serie, no puedo evitar tener una sensación un poco meh.
No me entendáis mal. Gambito de dama es una serie muy notable, pero creo que está lejos de ser el fenómeno que nos estaban vendiendo.
La historia de la joven Beth Harmon, prodigio del ajedrez, desde que era niña hasta que se enfrentó al gran maestro soviético Vasily Borgov, se podría clasificar como drama social. Incluso sería posible pensar que el ajedrez está lejos de ocupar una posición central en el tablero, sino que se trata de un elemento accesorio, una muleta para contar la historia.
A pesar de las características peculiares de Beth, su accidentada niñez, sus adicciones a sustancias diversas y su genialidad cuando se trata de mover las piezas en el tablero, estamos ante la historia de superación personal de una chica que intenta con todas sus fuerzas romper el techo de cristal que oprimía a las mujeres en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado.
Primero, intenta controlar y comprender el juego, hasta que consigue ganar al bedel del internado que la introduce en el ajedrez. A partir de ahí, subirá peldaño a peldaño la escalera empinada que lleva a lo más alto en un mundo que está absolutamente dominado por los hombres, aún en pleno siglo XXI.
Todo, absolutamente todo, gira alrededor del personaje de Beth. Los demás personajes son meros peones que se mueven tejen una historia. Hay destellos de algunos de estos satélites: la madre adoptiva que ve una fuente de ingresos extraordinarios, pero que también será la primera que la tomará en serio como persona y que la animará a hacerse valer por encima de todo; el rival despechado que no puede creer haber sido derrotado, pero que luego, quizá atraído sexualmente por ella, se desvivirá tratando de evitar que caiga en una espiral de autodestrucción; el gran jugador pagado de sí mismo que, en el fondo, piensa que ella nunca logrará abrirse camino.
Todo, hasta que Beth Harmon se convierte en un fenómeno social en Estados Unidos por su gran papel en un torneo de ajedrez que se celebra en la Unión Soviética. La guerra fría transportada a un trozo de madera con sesenta y cuatro cuadrados blancos y negros.
Al mismo tiempo, Gambito de dama y su éxito no pueden entenderse sin la soberbia presencia de Anna Taylor-Joy. La serie empieza y termina en ella y la penetrante mirada de sus enormes ojos. La actriz está, sencillamente, espectacular y se ha convertido por derecho propio en una de las estrellas jóvenes con más futuro en el mundo de la interpretación, pero que se puede jactar de haber conseguido ya un bagaje de éxito que muchas estrellas maduras matarían por tener.
Gambito de dama cotiza hoy a un fabuloso 8,5 en imdb. Lo firmo.
En el momento en que escribo estas líneas, parece que la serie no tendrá una segunda temporada. Creo que es la mejor decisión, ya que no estoy seguro de que la historia se pueda estirar mucho más si no es de forma artificial. En ocasiones, es mejor dejar el legado tal y como está.
No hay comentarios:
Publicar un comentario