domingo, 23 de diciembre de 2018

El puente de los espìas

La Guerra Fría ha sido un período de la Historia del siglo XX que ha marcado al menos a un par de generaciones y ha dado frutos tanto en el cine como en la literatura. 

El puente de los espías, película del que fuera rey Midas de Hollywood, Steven Spielberg, bucea en uno de los momentos más representativos de ese período histórico: el primer intercambio de prisioneros entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, en una partida que se jugaba en un tablero global pero que tenía en Berlín una de sus casillas centrales.



Los servicios de inteligencia norteamericanos capturan a Rudolf Abel, un agente soviético que lleva tiempo pasando información a su Madre Patria, totalmente integrado en el modo de vida americano. Por el otro lado, un avión espía es derribado y su piloto capturado en la inmensa Unión Soviética.

Mientras los norteamericanos buscan publicidad a su sistema mediante la celebración de un juicio "justo" que ponga en valor la democracia frente a la dictadura comunista, a los soviéticos se la pela el tema y lo que buscan es información técnica sobre el avión espía.

Otra mañana de lunes...

En el fregado aparece envuelto James Donovan (el bueno de Tom Hanks), un negociador experto de una empresa de seguros al que se le encarga la defensa de Rudolf Abel y, aunque se le pide que no el ponga mucho entusiasmo, resulta que él sí se cree que todos tenemos derecho a la mejor defensa posible y contra todo pronóstico consigue evitar una condena excesiva.

No hay nada como hacer un buen trabajo para que te encarguen otro marrón. Y en este caso no iba a pasar otra cosa, así que el amigo Donovan se ve en un viaje a Berlín con el encargo de negociar un posible intercambio de cromos, incluyendo el de un estudiante norteamericano de doctorado que es detenido en Berlín Oriental, cuando se ponía la primera piedra del Muro.

Con este planteamiento tenemos una película un tanto tópica, con los soviéticos, los alemanes orientales y los americanos tratando de sacar ventaja de sus cartas, sus mentiras y sus triquiñuelas, con Donovan, el héroe de cada día, el único que quiere cumplir con su deber y ser honesto, envuelto en los tejemanejes y los vaivenes de la negociación.





Lo mejor de la película es la siempre solvente actuación de Tom Hanks, el eslabón que conecta a James Stewart con Matt Damon, los tres héroes populares del cine americano, los tres yernos que todo padre quisiera tener.

Como personaje por derecho propio tenemos también el checkpoint Charlie, mítico puesto de control que separaba Berlín Este y Berlín Oeste en el sector norteamericano y que tantas reuniones semiclandestinas alojó. 

Y, finalmente, tenemo que agradecer el oficio de Spielberg, que sabe como nadie contar historias aunque sean del palo de El puente de los espías. Que probablemente hubiera sido un truño si no fuera por estos dos gigantes del cine y no fuera por la manera estadounidense de contar hasta las cosas más mínimas de su historia, con una grandilocuencia y una épica a la que no estamos acostumbrados los europeos.

Pasas un buen rato, pero no es para tanto, me parece.

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