lunes, 6 de septiembre de 2021

El hombre que calculaba

Hace ya muchos años, tantos ya que no merece la pena recordarlos cuando yo era poco más que un crío, me contaba mi hermano historias de El hombre que calculaba, un prodigio de las matemáticas que parecía hacer magia con los números. 

Aquellas historias de proezas matemáticas se quedaron en mi cabeza para siempre, adormecidas, pero esperando cualquier resquicio para abrirse paso hasta mi mente consciente y rascar allí pidiendo atención. 

No ha sido hasta ahora (bueno, en realidad hace ya algo más de un año), que no vi la ocasión de acercarme al libro del que mi hermano sacaba estas cosas. El resultado fue el esperado: me encontré ante una deliciosa historieta, la de un pastor que se hace famoso resolviendo difíciles y en apariencia imposibles dilemas de lógica y matemáticas. Su fama crecerá a medida que personajes cada vez más ricos e influyentes se acerquen a él en busca de respuestas (como por ejemplo dividir treinta y cinco camellos entre tres hermanos). 

 



Siempre prudente, siempre modesto, el hombre que calculaba alcanzará el amor, desponsando a la hija de un poderoso jeque y al mismo tiempo su antigua alumna de matemáticas. 

Se trata de un librito pequeño, con la estructura de los cuentos de hadas y que nos lleva a escenarios exóticos para la época en la que fue escrito, rememorando la gran fama de persas y de árabes como grandes impulsores de las matemáticas modernas. 

El hombre que calculaba fue escrito en 1938 y publicado en Brasil. Lo firma Malba Tahan, nombre que también rememora pasajes exóticos y que resulta ser el seudónimo de Julio César de Mello y Souza, profesor de matemáticas brasileño que, según Wikipedia, tiene en su haber 69 libros de cuentos y 51 de matemáticas, obra de la que se vendieron más de dos millones de ejemplares allá por 1995. 

No es algo nuevo lo de hacer ver que el verdadero autor de un libro o relato es un personaje pseudohistórico. Ahí está el Ibn Fadlan de Devoradores de cadáveres (Michael Crichton) o, más cutre y patrio, el mayor estadounidense cuyos diarios dieron forma a Caballo de Troya (de mi otrora admirado J.J. Benítez). Parece ser que don Julio obtuvo lo que deseaba, que no era otra cosa que llamar la atención sobre su obra. 

 

Gracias, don Julio - Malba Tahan

 

El lector no se arrepentirá de pasar las páginas de El hombre que calculaba. Yo lo disfruté como un niño, pensando con antelación en posibles soluciones que por supuesto no encontraba, para luego abrir la boca sorprendido por la sencillez y la elegancia de las demostraciones del pastor. 

Vale, es posible que muchas de estas soluciones no sean aplicables en la vida real más allá de la aplicación teórica de los fundamentos matemáticos más sencillos, pero no es menos cierto que El hombre que calculaba es una maravillosa forma de dar a conocer estos fundamentos a los adolescentes, muchas veces poco preocupados cuando no intimidados por la materia.

 A mí, como digo, me encantó y me permitió volver por un rato a diversos momentos de mi niñez. 

1 comentario:

  1. La culpa de que conociésemos este libro fue de mi compañero de piso Kiko Margolles. Así como el de clásicos de la primera era de la ciencia ficción.

    ResponderEliminar