domingo, 3 de diciembre de 2023

Predator: la presa

Depredador era una franquicia en pronunciada caída desde hace mucho tiempo, que vivía del recuerdo que teníamos los aficionados de sus dos primeras entregas, porque a partir de ellas cada una de las siguientes ha pasado más bien sin pena ni gloria, incluido ese intento de reincio que hubo hace unos pocos años y que dio como resultado una película bastante infumable. 

Con estos antecedentes no es de extrañar que las expectativas para nuestra sesión de cine del sábado por la noche no estuvieran muy altas, que digamos. 

Puede que fuera precisamente por eso, porque no esperábamos demasiado, que la película nos gustó a todos. Muy entretenida, con dosis de acción, algún que otro susto y una ambientación nueva, intrigante y atractiva, además de que la protagonista se lo curra de verdad (la actriz y el personaje). 

 


Nos vamos a la América del Norte del siglo XVIII, en pleno territorio comanche, al que ya empezaban a llegar los europeos, en este caso franceses, buscando sobre todo pieles con las que comerciar. Un pequeño grupo tribal sobrevive en un amplio territorio, totalmente ajeno a lo que se les vienen encima, de una forma literal. 

La protagonista es hija del jefe y hermana de uno de los principales guerreros jóvenes. Educada como una especie de mujer-medicina, ella aspira a cualificarse como guerrero, cazando a su primera presa. 

Entonces, como imagen especular, entra en escena una nave que aterriza en el territorio y que lleva como pasajero a un aspirante a lo mismo, pero de un lugar bastante más lejano. 

Y se lía una buena. 

La verdad es que el depredador en sí viene a ser bastante parecido a lo que ya estamos acostumbrados. Aquí, además, la brecha tecnológica es mucho más pronunciada con sus víctimas, lo que en principio disminuye las probabilidades de supervivencia de los antagonistas. Además mantiene costumbres ancestrales, como arrancar la columna vertebral de las víctimas escogidas. 



La historia no es tampoco demasiado original, con el depredador haciendo una escabechina a su gusto, hasta que por fin se enfoca en la víctima que considera adecuada para su rito de iniciación particular. Y, para sorpresa de nadie, la cosa termina como termina. Incluido plan maquiavélico para sacar ventaja del entorno, como hizo Schwarzenegger en la película que lo inició todo (por cierto, hace unos días que se ha publicado una noticia en la que un grupo de científicos da soporte a lo que hizo nuestro Gobernator favorito).

¿Cuál es, entonces, el atractivo de la película? Pues sin duda la nueva ambientación, muy atractiva. Y las sucesivas escenas llamativas en ese marco natural incomparable. Aunque escribo esta entrada más de un año después de haber visto la película, todavía recuerdo un par de ellas, por lo menos: cuando el depredador acaba con un grupo de franceses en un bosque envuelto en la niebla y cuando acaba con el oso que, a su vez, está a punto de acabar con la protagonista. Y en ésta escena, recuerdo que levanta al bicho a pulso mientras la sangre del animal chorrea en primer plano.

 

¡Sal, ratita, quiero verte la colita!

Con Predator: la presa, se puede abrir la veda para una serie de películas históricas en las que los depredadores se enfrenten a algunos de los guerreros más letales de la historia. Yo tengo ya dos propuestas: vikingos y samurais. No sé al resto de la gente, pero a mí me tendría pegado a la pantalla. 

Otro atractivo, nada desdeñable, es su duración contenida de apenas cien minutos incluyendo créditos. Una vez más, se demuestra que no hace falta un metraje interminable para contar una historia con su planteamiento, nudo y desenlace como dios manda. 

En imdb cotiza a 7,1 el día de hoy. No me parece mal.

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