domingo, 31 de octubre de 2010

La estrategia del agua

Antes de comenzar la reseña y a modo de prólogo, ahí va una batallita.

Este lunes tuve que viajar a Ginebra por trabajo. El plan era sencillo: vuelo a media tarde a Madrid para coger el vuelo a destino, dormir en un coqueto (y caro) hotelito suizo, reunión a la mañana siguiente y trayecto a la inversa para llegar al aeropuerto de Asturias a eso de las 22:35. No suelo viajar sin un libro; las esperas en los aeropuestos suelen ser desesperantes y es necesario algo con lo que entretenerse.

La ida no fue del todo mal, aunque tuve un poco de retraso en la salida de Madrid. Algo así como una hora, anunciada por IBERIA con algo de timidez, de diez minutos en diez minutos (debe ser que piensan que así no nos daremos cuenta). Pero la vuelta sí fue un desastre. Otra hora de retraso a la salida de Ginebra, casi diez minutos de rodadura por las pistas de Barajas tras el aterrizaje y carrera por la Terminal 4 hasta la puerta de embarque para Asturias que resultó infructuosa porque la compañía aérea no nos dejó abordar el avión, que permanecía fijado al finger a diez minutos para su salida programada. Con un par.

Noche adicional de hotel y madrugón espectacular (para mi sorpresa, a las 5:00 am las calles SÍ están puestas) que me permitió coger el vuelo a casa un día después a las 7 de la mañana en unas condiciones físicas bastante deplorables y con un cabreo de impresión. Porque no entiendo cómo una compañía aérea que se considera seria, que sin duda conoce las vicisitudes de sus vuelos y los horarios previstos, deja en tierra a 5 pasajeros habiendo tiempo más que de sobra para entrar, sentarse y proceder al despegue sin perder el tan cacareado slot de salida. Vamos, que estoy casi seguro que si en lugar de Iberia vuelo con Air Berlin, tengo una azafata o azafato a la puerta de llegada de Ginebra y me llevan a toda leche a la de salida para Asturias...No habría perdido el vuelo aunque quizá sí el equipaje.

¿Que qué relación tiene todo esto con el libro? Pues que me pulí las 307 páginas de La estrategia del agua de Lorenzo Silva en el viaje. La pera, vamos.

Es la primera vez que leo algo, no solo del autor en cuestión, sino del género tratado por autores españoles. Parece además que las historias del brigada Bevilacqua y la, ahora, sargento Chamorro, tienen una buena aceptación entre el público en general.

Y es que la historia es ágil, el estilo es muy ameno, los personajes tienen un trasfondo interesante... aunque el brigada tenga un punto de canalla y rebelde algo estereotipado y los diálogos pequen en exceso de una cierta artificiosidad, en algunos momentos destinados al lucimiento del propio autor en la persona del protagonista, me parece a mí.

Tengo que añadir que la historia, aunque muy bien llevada, carece de elemento sorpresa. En este sentido, La estrategia del agua no es una whodunit al uso, sino más bien un relato de cómo los protagonistas llegan a la conclusión acertada y consiguen las pruebas incriminatorias para evitar que se escapen del largo brazo de la ley. La falta de suspense recorta un poco el gusto que deja el libro, que pese a todo no deja de ser entretenido y recomendable.

Ya os digo que me leí 300 páginas en tres días (unas 10 horas de lectura efectiva), y cada capítulo terminado me llamaba a continuar con otro. La edición del Círculo de Lectores tiene además un precio ajustado que lo hace tembién recomendable a bolsillos con agujeros.

Creo que la nota de este volumen es un siete. Un notable bajo que, si hubiera tenido algo más de intríngulis detectivesco podría haber subido al ocho sin dificultad.

Amigo Dan, aún te queda trecho para llegar siquiera a este nivel, por más que vendas libros como churros a zombies descerebrados que creen que lo que están leyendo está mínimamente documentado.


miércoles, 27 de octubre de 2010

Los gozos y las sombras

Hace unos veinte años, los curas del Colegio Corazón de María de Gijón decidieron que era interesante para nuestra madurez emocional y académica la lectura de El señor llega, el primer tomo de la trilogía Los gozos y las sombras, que junto a los siguientes volúmenes Donde da la vuelta el aire y La Pascua triste fue escrita a finales de los cincuenta y principios de los sesenta por Gonzalo Torrente Ballester.

Como en otras ocasiones acepté el reto porque no quedaba más remedio. Como en otras ocasiones, el libro fue calando en mí y me acabó gustando tanto que me planteé seriamente adquirir la trilogía completa.Para rematar, difusos recuerdos de una serie de televisión con Charo López, desaparecida de la escena hace bastantes años, Eusebio Poncela, televisivo Pepe Carvalho en los ochenta, Carlos Larrañaga o Amparo Rivelles, se agolpaban junto a los de la novela leída.

No fue hasta transcurridos todos estos años cuando me hice con los tres libros. No contento con eso, he conseguido también la serie de televisión, que aún no he visto. Y he de decir, una vez leídos, que mereció la pena.

La historia tiene lugar casi en su totalidad en Pueblanueva del Conde, en la Galicia profunda, poco antes del levantamiento del 18 de julio y la consecuente Guerra Civil. Allí llega Carlos Deza, psiquiatra discípulo de Freud que cambia Viena por la aldea que fue su hogar, y se ve envuelto en las luchas de poder entre Cayetano Salgado y doña Mariana Sarmiento. Historia que sin embargo es coral, pues ante nuestros ojos discurren decenas de personajes: Don Baldomero, el boticario; el padre Eugenio; la odiosa Germaine, heredera frustrada; Clara Aldán y sus hermanos Juan e Inés; Rosario la Galana; Paquito el Relojero... Alguno desaparece tras su momento de protagonismo y no se vuelve a saber de él. Todos nos muestran sus miserias y sus grandezas, mientras la sociedad de la época es perfectamente retratada por el autor.

Y, durante todo el tiempo, Carlos Deza. Un hombre de principios, débil en apariencia, pero firme como una roca. Es capaz de darlo todo por una causa que considera justa, incluso quedarse en el pueblo por una promesa realizada a una difunta. Aún a su pesar. Y lo hará por un trasnochado sentido del deber que lo eleva por encima de los demás habitantes del pueblo.

Es reconfortante que el final es adecuado a lo que uno espera y que el cariño que se ha cogido a los personajes ha merecido la pena.

Globalmente me ha encantado y creo que un nueve es una nota que se merece por completo.

Me aterra pensar que los curas del Colegio del que estoy tan orgulloso pudieran caer tan bajo como para recomendar la lectura de las obras completas de Dan Brown. Espero que, si alguna vez ocurre, no llegue a mis oídos.

jueves, 21 de octubre de 2010

El pico del petróleo

Hoy me encuentro un poco apocalíptico.

El modelo económico actual está basado en el consumo del petróleo. Periódicamente salen en las noticias diferentes estimaciones sobre las reservas que aún quedan en el planeta, actualizándose prácticamente de continuo al descubrirse nuevos recursos.

Pocos son los que saben que estas previsiones no son realistas y que el tiempo es mucho más corto de lo que se supone. Las noticias al respecto mantienen un error básico de concepto: la rentabilidad de un pozo de petróleo o, por extensión, de las reservas de petróleo del planeta no debe medirse en términos económicos sino energéticos. Veamos:

Al iniciarse la explotación de un pozo el rendimiento crece rápidamente al ser fácil la extracción. A medida que el pozo se va vaciando debe invertirse más dinero y más energía en el trabajo. En este caso, el dinero es un recurso infinito: si cuesta más extraer petróleo, lo venderemos también más caro, por lo que normalmente siempre habrá un beneficio económico; dicho de otro modo, si hace falta petróleo, invertiremos más dinero para continuar la extracción y, como es esencial para la sociedad, los precios finales aumentarán manteniendo la rentabilidad.

Este razonamiento no es correcto si hablamos en términos energéticos. Si tomamos como unidad energética el barril de petróleo (la energía que se obtendría al quemar un barril de petróleo, más bien), para que un pozo sea rentable energéticamente, la energía consumida en la extracción de un barril de petróleo debe ser inferior a la que este barril contiene. ¿Qué pasa en caso contrario? Que invertimos una mayor cantidad de energía que la que obtenemos, lo cual es un despropósito se mire por donde se mire. El pozo pierde rentabilidad y debe abandonarse. Da igual que un hipotético inversor sin límite de capital ponga enormes sumas de dinero encima de la mesa, el pozo sigue sin ser rentable.

El llamado pico de petróleo (punto a partir del cual la producción decrece dramáticamente hasta que el pozo se abandona) es difícil de estimar, pero está mucho más cercano de lo que se cree. Si quedan reservas teóricas suficientes para 70 u 80 años, algunos autores estiman que el pico de petróleo, si no ha sucedido ya, puede encontrarse en un horizonte de menos de 10 años.

Cuesta imaginarse la vida sin petróleo, pero esta situacion llevaría en poco tiempo al colapso de la sociedad tal y como la conocemos. El ser humano consume ingentes cantidades de combustible en fábricas, transporte de mercancías y personas, etc. Pero el petróleo es el componente básico de los plásticos, un material esencial en nuestras vidas. ¿Qué puede ocurrir si el ritmo de extracción decrece según algunos modelos predicen? Pues que, literalmente, nos cogerá con el culo al aire y con los deberes sin hacer. No nos engañemos, las energías renovables no están en condiciones de asumir en poco tiempo el volumen energético producido por el petróleo y mientras esto sea así y mantengamos las restricciones sobre la energía nuclear, estamos bien jodidos.

Además de los conflictos que en el futuro se pueden producir por el control del agua potable, los conflictos por el petróleo serán igualmente brutales. Enfrentarán a productores con no productores y a grandes consumidores con países en desarrollo. Algunos se creerán con más derecho que otros a mantener su derroche y otros clamarán por su derecho a derrochar. Las mercancías no llegarán a destino; las personas no podrán viajar con rapidez y comodidad; se reanudará la explotación de carbón, de gas natural; recuperaremos medios tradicionales de producción... Retrocederemos al menos cien años y los países más industrializados serán los más afectados. El Infierno sobre la Tierra.

No obstante, hay algún resquicio para la esperanza, aunque no sé cómo de grande es. Y es que el razonamiento anterior también tiene un defecto de forma. Estamos asumiendo que el coste energético de la explotación crece continuamente y no tenemos en cuenta que se descubran métodos de extracción más eficientes que mantengan el ratio energía producida / energía consumida superior a la unidad.

Veremos.

viernes, 15 de octubre de 2010

El Día D

Aunque he estado unos días inundado de curro hasta las trancas, lo que ha estancado la progresión geométrica de entradas en el blog,  he podido terminar El Día D, de Antony Beevor.

En la línea de los grandes historiadores militares anglosajones, Beevor es un especialista en la Segunda Guerra Mundial. Sobre todo en los últimos años, sus libros se cuentan como verdaderos best-sellers, llegando al gran público con facilidad (caso de Berlín, la caída o de Stalingrado). Su fama de historiador ameno, no exento de rigurosidad, hizo que me animara y cogiera el libro en el Círculo.

La sensación es un poco agridulce y, probablemente, la culpa no sea suya sino mía. Es realmente difícil leer el libro sin la ayuda de un mapa de la zona. Los nombres de unidades, oficiales, soldados, equipo, se hace tan extensa que agota. El volumen de notas al pie de página, o notas numeradas que remiten al final del libro, es ingente. En el caso de estas últimas, lo que encontramos al buscar frenéticamente los diminutos números no pasa de ser una cita bibliográfica de documentos que no podremos consultar en nuestras vidas...

Aparte de esto, el libro es ciertamente ameno porque está salpicado de anécdotas cercanas, está escrito desde el punto de vista de los protagonistas. No cae además en el maniqueísmo y no escatima los datos objetivos de la brutalidad tanto de unos como de otros (hay precedentes; los rusos protestaron por su visión de la conquista de Berlín en la que no salen muy bien parados). Los SS eran unos fanáticos salvajes, rayando en la psicopatía, pero canadienses, ingleses y americanos pagaron con la misma moneda, en algunos casos sin que fuera siquiera justificable.

Es más, durante algunos pasajes simpaticé con los alemanes, por su afán de resistir a pesar de la abrumadora superioridad de hombres y medios de los aliados y a pesar de recibir órdenes de un loco que hacía ya mucho tiempo había perdido todo contacto con la realidad. Lo mejor que pudo suceder en los últimos años de la guerra, es que Hitler sobreviviera a los atentados. Podría ser que le hubiera sustituido alguien capaz de dar la vuelta al destino lo suficiente al menos como para permitir una paz honrosa.

Beevor no emite juicios de valor, ni morales ni estratégicos. Este es uno de los puntos que no me acaban de convencer. No es un novelista, es un historiador. Como aficionado a la Historia, busco algo más de alguien tan reputado como él. Si deja caer alguna que otra vez algún comentario sobre los supuestos errores de Montgomery, hecho de menos una argumentación que, aunque entiendo que en un libro no destinado a especialistas tiene que ser necesariamente simple, dé la impresión de que el autor tiene una opinión.

Es entonces El día D un libro con claroscuros. No es redondo, pero tampoco está mal. Aunque al final termine el lector con un batiburrillo de nombres en la cabeza, se hace una idea de la barbaridad de la guerra, de cómo los generales calculan las previsiones de bajas sin pararse a pensar que no se trata de meras cifras, sino de personas; vemos cómo las situaciones más desesperadas sirven para mostrar lo mejor y lo peor del ser humano. Aunque, normalmente, priman los más bajos instintos sobre los ejemplos de solidez moral.

Por todo esto, creo que se merece un aprobado. Un 6, casi cerca del notable. No obstante, no lo recomendaría a menos que el candidato a lector sea aficionado a la Historia o conozca algo de lo que va a pasar ante sus ojos.

Pero, a pesar de todo, tengo claro que si Dan Brown pudiera meter mano, El día más largo se convertiría en El desastre de Bahía Cochinos.

domingo, 3 de octubre de 2010

¿Dónde están los clásicos?

Uno, que ya tiene una cierta edad, cuando echa la vista atrás con un poco de nostalgia,  no deja de pensar con pesar que los clásicos han desaparecido.

Las primeras letras que leí, evidentemente aparte de aquellos míticos cuadernos de RUBIO (que, por cierto, todavía pueden encontrarse en grandes superficies y librerías especialidades) con algo de sentido, pertenecían a grandes maestros de la literatura. Nombres como Julio Verne, Walter Scott, Emilio Salgari, Robert L. Stevenson, Charles Dickens... Todos ellos son gigantes de la Literatura Universal, y los jóvenes adolescentes aprendíamos a leer y a apreciar los buenos libros mientras soñábamos con aventuras sin fin. Incluso lo más de lo más era la edición de las Joyas LIterarias Juveniles, versiones de tebeo de los clásicos de aventuras.

Sin embargo los tiempos han cambiado. No solo es que ahora se lee mucho menos, sino que se lee mal. Es evidente que se ha bajado el nivel de exigencia. Y no es que los arriba citados sean lo que se dice difíciles de leer, pero las sucesivas reformas de la enseñanza en España han llevado a crear una generación de jóvenes apáticos que no consideran necesario esforzarse por nada. Jóvenes con doce, trece o catorce años con niveles de lectura de niños de siete u ocho, que confiesan no haber leído un libro todavía, todo lo más un cómic, porque los libros no tienen dibujos.

Tambíén han cambiado las modas. No se lee, pero se ve la televisión muchas más horas que las recomendables. No se lee, pero se juega a la videoconsola hasta que se caen los ojos. No se lee, pero se sale de botellón hasta que se queman las neuronas. Es la teoría del placer inmediato. ¿Para qué leer un libro, durante una semana o diez días, si puedo obtener como retorno un estímulo más rápidamente con todo lo anterior?

Resulta además que muchas de las obras de los autores citados aún tienen plena vigencia. Porque además de aventuras, no falta la crítica social, los valores como la amistad o el honor. Y cuando se produce la deshumanización de la sociedad y a la relativización de la vida humana, cuando cada vez es más difícil para los padres inculcar estos valores, sigue siendo necesario que los jóvenes reciban estímulos positivos desde otras fuentes.

Mal vamos, si leer es ahora  carne de parodia, aunque sea tan buena como este Collejeros, de José Mota.

¡Dan Brown, cuánto mal has hecho!