jueves, 29 de diciembre de 2011

El puente de los asesinos

Tras casi cinco años de sequía, vuelve el capitán Diego Alatriste y Tenorio, señor soldado, acompañado por Íñigo, Sebastián Copons, el moro Gurriato y hasta don Francisco de Quevedo y esta vez en un marco incomparable como es la península de Italia, en la época un mosaico de estados en los que la Monarquía Hispánica jugaba el papel de árbitro y dominador absoluto.

Parece que fue ayer cuando dejábamos a nuestros protagonistas en una galera del Mediterráneo, salvados por los pelos de caer prisioneros del Gran Turco cuando, casi sin solución de continuidad, aparecen en Nápoles. Allí verán a don Francisco, que les ofrecerá un trabajo adecuado a su valía, de gran riesgo, pingües beneficios y nulo reconocimiento. Lo de siempre, vamos. 

Nada menos que asesinar al Dogo de Venecia. 


Plaza de San Marcos. Venecia.
 Esta es la excusa con la que Arturo Pérez - Reverte, dando muestras una vez más del conocimiento de la época que les ha tocado vivir a nuestros personajes, nos invita a sumergirnos en el caos de la política italiana de la época y de las grandezas y miserias de ese crisol de nacionalidades que era la Monarquía Hispánica de su Católica Majestad, el cuarto Felipe, visitando Nápoles, Roma, Milán y la cabeza de la Serenísima.

Acostumbrado ya al estilo de don Arturo, me sumergí gozoso en esta nueva aventura. Me parece oler el acero, cuero y sudor, sentir el frío del duro invierno en Venecia, oír pasos a mi espalda y echar mano a la espada, para encontrarme con el viejo Gualterio Malatesta. Una vez más, voto a mí.


Y es que la nueva entrega no defrauda a los seguidores de las aventuras del Capitán. Hay acción, suspense, resignación y traición. Hay desdichas y alegrías. Pero, sobre todo, hay amargura, aunque también orgullo de lo que fuimos como nación. 

Extrapolándolo a nuestros días, con la que está cayendo, no está mal que recordemos de dónde venimos y que nos recreemos en esos momentos de la Historia en la que España regía el mundo y el Rey era el árbitro de la política mundial de la época. A costa, como siempre, de los sacrificios y el orgullo del pueblo. Porque hay cosas que no cambian y no lo harán nunca.

Volviendo al libro, se lee en dos patadas. A ello ayuda, no sólo el buen hacer del autor y lo atractivo de la historia, sino el tipo de letra utilizado y los amplios márgenes. Porque estos de Alfaguara imprimen libros de 350 páginas que, si se maquetaran del mismo modo que otros, apenas llegarían a las 250. 

Lo dicho, recomendable, muy recomendable. Un buen regalo para estas Navidades, por ejemplo. Por encima de la excelente media de la serie.

Un ocho, sin dudar.

¡Qué pena que la adaptación al cine se hiciera tan comprimida! Si hubieran tratado de adaptar los dos primeros tomos en lugar de cuatro, al público en general hubiera entendido mejor la cosa y quizá estaríamos hablando de una exitosa serie de cine patrio.

Pero eso es otra historia.

domingo, 18 de diciembre de 2011

La legión del águila

Un peplum más tras la estela de Gladiator... Ya os podéis imaginar. 

Efectivamente, no hay mucho que contar. Un oficial romano, un tal Marco Flavio Aquila (original y bien traído, ¿eh?; anda que no son agudos los guionistas, cuando quieren) pide ser destinado a un puesto de avanzada en Britania, para tratar de lavar el nombre de su familia. Su padre, oficial de la Novena Legión, fue visto por última vez portando el águila de la legión y huyendo de las tribus ¿pictas? más allá del muro de Adriano. Ni la Novena, ni el padre ni el águila volvieron nunca y la Novena fue desmantelada.

O sea que los Aquila perdieron su honor por culpa de un águila. Anda, que...


 Pero eso no es todo. Durante su convalecencia, Marco escucha noticias sobre el estandarte y se propone recuperarlo. ¿Solo? No, con su esclavo Esca, que es algo peculiar. 

Y hasta aquí puedo leer. La cinta continua con un despliegue de paisajes verdes de lo que suponemos es Escocia pero que cuando ves los títulos de crédito y los nombres de los que han trabajado en la producción resulta más probable que sea Hungría. Marco Aquila y Esca llegan al poblado donde está el estandarte y por supuesto logran huir con él. 

Pero el negocio se complica. Marco está herido y no puede dar un paso más. Los bárbaros están sobre sus talones, ya pueden oirlos y casi olerlos... La cosa está muy malita, así que Marco decide que será un héroe y manda a Esca huir y salvar la vida. Por supuesto, le devuelve su libertad. Y... batalla épica con la compañía de los veteranos de la Novena que no estaban muertos, estaban de parranda. Más bien, ocultos por vergüenza. Y es que Aquila no solo trata de recuperar su honor, sino que les da a todos la oportunidad de luchar por el suyo. Pero eso es otra historia.

Dicho así puede parecer hasta interesante, pero la verdad es que me aburrí bastante. Channing Tatum (palabra que es la primera vez que veo este nombre) no tiene más que una cara de palo bastante importante, lo que tampoco es tan grave o si no veamos a Roger Moore (El Santo, James Bond...). Jaime Bell no podrá dejar de recordar siempre a Billy Elliot, pero tampoco anda muy sobrado de recursos, así que...

La historia tampoco da más de sí y está repleta de tópicos. Entretiene y poco más, aunque hay que echarle un poco de voluntad para llegar al final. Aún y así, está cerca del aprobado. Un cuatro.

¡Ah! Y sale Donald Sutherland, con la cara de cínico que tanto le da de comer últimamente. Parece que se apunta a todas (Los Pilares de la Tierra).

domingo, 11 de diciembre de 2011

El ZX Spectrum

Hace ya unos cuantos años, algo así como veinticuatro o veinticinco, mi hermano se fue a cumplir con la Madre Patria y hacer la mili. No sé para que sirvió aquello, tanto para la Madre Patria como para mi hermano. Para mí fue el descubrimiento de un turrón de chocolate como nunca más volví a ver, y para disfrutar de un flamante ZX Spectrum +, maravilla tecnológica del momento, con el que pasamos horas y horas jugando.

ZX Spectrum de 48 Kb y teclas de goma

Si no recuerdo mal la historia, por aquel entonces había en Madrid una especie de tienda en la que se podían adquirir bienes que la policía había incautado, a precios bastante competitivos. De allí vino el ordenadorcillo de marras, por la módica cantidad de 20.000 pesetas de las de entonces. 

En casa teníamos una vieja televisión en blanco y negro, pequeña, pero que funcionaba. Más que suficiente para poder conectar el ordenador y disfrutar de él. Aún así, al ser las cintas de cassette el soporte para los distintos programas, nos hicimos con un reproductor Computone, otras 5.000 pesetas del ala. Mi hermano le practicó un agujerito desde el que acceder al tornillo del cabezal, lo que nos permitió sortear los tan habituales errores de carga y utilizar nuestras copias privadas, que conseguía en el rastro de Madrid por la módica cantidad de 500 pesetas (un juego original andaba por las 2.000 o 2.500 pesetas) o le enviaban algunos amigos por correo. 

Aún hoy maravilla lo que se podía hacer con 48 Kb de RAM y 16 Kb de ROM, una paleta de colores reducidísima y un rango de sonidos aún más reducido. Pero los programadores de entonces hacían virguerías con aquellos medios. Nombres míticos como Ultimate, Ocean o, ya entonces, Electronic Arts, nos ofrecían títulos no menos míticos: Alien 8, Gunfighter, Green Beret, Ghosts´n´goblins, Match point, Match Day, The Great Scape, Everyone´s a Wally, Sabre Wulf, Underwurlde, Knight Lore, Jet Man... A nivel patrio, los chicos de Dinamic (con portadas de Azpiri o Luis Royo) o Made in Spain y juegos como West Bank (con el que pasamos una tarde entera jugando sin llegar, evidentemente, al final), Sir Fred, Game Over, Abu Simbel, Saimazoom, Babaliba...


Pantalla de Sir Fred
Eran tiempos de comprar cada semana la MicroHobby y cada mes la MicroManía. De tratar de copiar los programas que venían en ellas, con el lenguaje BASIC con el que trabajaba el ZX Spectrum. Yo odiaba especialmente las líneas de datos, pero también eran un infierno los puntos y coma, los dos puntos y las comillas. Si te dejabas algo por el camino, el programa no funcionaba. Era frustrante, además de tener que pasar horas y horas delante del teclado y la pantalla...

Pero lo pasábamos bien. Y, aunque el ordenador permitía limitadas capacidades gráficas, resolución de ecuaciones, dibujos, etc., nosotros lo utilizábamos básicamente para jugar. Los fines de semana eran para jugar, jugar y jugar. Y cuando tuvimos el joystick, el Quick Shot II, aquello fue la pera.

Otros tuvieron el Commodore 64 o el Amstrad. Algunos tuvieron también el MSX (de corta vida). Pero nuestro ZX Spectrum + nos dio años de diversión y, como dice la canción de El Reno Renardo, no se colgó jamás.


 Sir Clive Sinclair merece, sin duda, un monumento y un lugar de honor en la galería de visionarios tecnológicos de los ochenta.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Avatar

Son indios, macho.

Azules, pero indios al fin y al cabo. Los alienígenas del planeta Pandora (en realidad una luna de un gigante gaseoso, al estilo de Europa), son como los indios de aquellas pelis que ponían los sábados por la tarde cuando yo era un chavalillo.

Así que Avatar es una peli del Oeste. Pero no de aquellas en las que salía John Wayne, que glorificaban al hombre blanco y demonizaban al nativo americano. Es más bien un western crepuscular, ecologista y algo maniqueo, pero al revés de lo que viene a ser habitual. Los na´vi son una raza divida en clanes o tribus, distantes entre sí, que viven en equilibrio con su entorno y respetan la vida y la memoria de sus ancestros. ¿Familiar o no?

El argumento es sencillo: en Pandora hay gran cantidad de un mineral de aquellos que podríamos denominar estratégicos y una corporación privada se dedica a su explotación. Todo ello en medio de un ambiente hostil (atmósfera irrespirable para los humanos) y del hostigamiento de los nativos. Los marines norteamericanos se convierten aquí en mercenarios que protegen a las partidas de extracción, al mando de helicópteros y exoesqueletos (armaduras de combate). 

Personaje humano y su avatar


Paralelamente transcurre el proyecto Avatar, un intento de transferir la conciencia de humanos especialmente seleccionados a un organismo desarrollado a partir de combinar genes humanos y de nativos (de ahí que sus manos tengan cinco dedos, en lugar de cuatro) y así interactuar con ellos, enseñarles nuestro idioma, aprender el suyo... Colonizarlos, al fin y al cabo.

La historia no es para nada original. Ya la hemos visto infinidad de veces bajo distintos nombres, así que por ahí poco se puede rascar, aunque se añada el no menos manido conflicto amoroso entre dos personas pertenecientes a distintas etnias/familias/clanes. Pero es que, además, el impresionante despliegue técnico para recrear las junglas de Pandora, su ecosistema y los nativos, da para mantener nuestra atención durante los primeros minutos metraje. Para rematar el asunto, éste es excesivo para lo que cuenta: casi dos horas y media de película. 

He tardado dos años en decidirme a verla y lo he hecho del tirón. Me ha cansado por momentos, aunque no he podido dejar de pensar que los profesionales que han recreado todo eso tienen un grandísimo mérito. 

Avatar es una muestra de lo que se reduce el cine estos días: efectos pirotécnicos que buscan el asombro del espectador, apoyados en historias pretendidamente originales que no aportan nada nuevo y son incapaces de rellenar los inevitables agujeros que nos vamos a encontrar.

Es recomendable para ver cómo ha avanzado la tecnología y cómo se puede mantener el pulso sin necesitar actores reales (aunque de momento siga siendo necesario capturar sus movimientos para dar mayor realismo al movimiento de los personajes) y para comprobar cómo la mercadotecnia, el saber vender un producto, es fundamental a día de hoy, independientemente de la calidad del producto que queramos vender, aunque haya ocasiones en las que las expectativas no se cumplen y redunda en la satisfacción del cliente, como en este caso.

Un seis y va que chuta.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

El día de la infamia

7 de diciembre de 1941. Los japoneses ponen en práctica un plan del almirante Yamamoto para poner de rodillas al gigante americano. Atacan rápido y veloz, con la esperanza de acabar con la mayor parte de la flota del Pacífico. Aunque acaban con la vida de más de dos mil militares y hunden trece buques de guerra, las víctimas más preciadas, los portaaviones, no se encontraban en el puerto y se salvaron indemnes.

Fuente: Wikipedia


No soy un especialista en Historia, ni mucho menos, pero no acabo de comprender las razones del ataque ni las ventajas que podría conllevar. Los Estados Unidos, dirigidos por el presidente Roosevelt, se empecinaban en no entrar en guerra y únicamente aportaban armas y suministros gracias al programa cash & carry. Aunque evidentemente simpatizaban con las democracias occidentales, vivían en un continuo quiero y no puedo, haciendo equilibrios de circo para evitar lo inevitable.

A los japoneses, así como a los alemanes, les interesaba que esa entrada norteamericana en la guerra se produjera lo más tarde posible, tras consolidar las victorias en el Pacífico y en Europa, respectivamente. Su industria de guerra estaba estirada al máximo de su capacidad y el suministro de materias primas dependía de sus conquistas exteriores. Un país-continente como son los Estados Unidos, unido a su enorme potencial humano, desequilibraría la balanza de una forma decisiva.

Quizá pensaron que, obligándolos a luchar en dos frentes, incluso su inmenso poderío no sería suficiente para acabar con ellos. En cualquier caso, las previsiones más optimistas de los japoneses indicaban que si la guerra con los americanos se alargaba por más de seis meses, tendrían todas las de perder.

Así fue, por supuesto. Los Estados Unidos entraron en guerra y desequilibraron la balanza, dando más que oxígeno a los casi ahogados británicos. Aún así, fueron necesarios casi cuatro años más para acabar con la guerra en Europa y dos bombas atómicas para rendir a Japón. 

El ataque a Pearl Harbor es también fuente de innumerables teorías conspiranoicas, las más de las cuales vienen a decir que los dirigentes americanos sacrificaron hombres y material para torcer definitivamente la oponión pública americana hacia los fines que ellos mismos se habían marcado. La mera ausencia de los portaaviones en el puerto se ha señalado como una prueba más de ello. A mí se me hace muy difícil pensar algo así, queridos pasajeros de la nave del misterio...

Hoy, setenta años después, continúan las incógnitas.

martes, 6 de diciembre de 2011

La batalla del destino

Finalizamos la tetralogía de Teutoburgo (aún hoy continúa siendo trilogía) con el tercer volumen, La batalla del destino.He de decir que ha costado llegar hasta aquí, pero lo hemos conseguido. Ha hecho falta fuerza de voluntad para continuar pasando páginas, en lugar de cerrar el libro para no volver a abrirlo jamás. 

Han sido casi 1.500 páginas y casi dos meses de mi vida, pero se cuentan con los dedos de una mano los libros que no he podido terminar (entre otros, Memorias de Adriano). Otros, prefiero no empezarlos (amigo Dan Brown, cuánto hace que no apareces citado por aquí...) para mantener mi salud mental en equilibrio.

Han sido, decía, casi 1.500 páginas con un estilo recargado. En ocasiones mucho más que eso, salpicados los párrafos de latinajos y germanismos con los que el autor se lucía. O pretendía lucirse, porque luego la cagaba, y bien, con los anacronismos que colaba. No, en este tercer volumen no la caga... demasiado. Únicamente continúa haciendo caso omiso de las reformas de Cayo Mario y utilizando las antiguas (en la época) denominaciones de velites o hastatii.

La batalla del destino es, al menos en su primera mitad, el mejor volumen de los tres. Tampoco es que fuera muy difícil mejorar los resultados anteriores, pero hay que reconocer que la descripción de la batalla de Teutoburgo es bastante acertada y amena. Hasta ahí, el libro prometía cotas insospechadas (para lo que estaba ofreciendo el autor), pero una vez terminada la batalla se acaba el fuelle. O, más bien, comienza la preparación del cuarto volumen que, por lo que sé a día de hoy, no se ha publicado todavía. 

Vuelve entonces Artur Balder a los antiguos vicios, como transcribir la afamada serie Yo, Claudio, casi punto por punto y con ninguna originalidad. Ya lo dije en las otras entradas: parece que estemos viendo a los actores de la serie de la BBC deambulando por un plató de segunda. 

Así que las páginas van pasando, más por inercia que por otra cosa, hasta que llega el final del volumen. Menos mal. Respiré hondo y me dije que tengo que tener más cuidado a la hora de seleccionar mis lecturas. 

Como este es el mejor libro de los tres, vamos a darle un cinco, aunque con reticencias. 

Si, por cualquier circunstancia, cualquiera de estos libros (vamos a recordar los títulos, para los que tengan memoria de pez: El último querusco, Liberator Germaniae, La batalla del destino; también el autor, Artur Balder), volved la mirada a vuestro blog favorito.

Luego no digáis que no os lo advertí.

domingo, 4 de diciembre de 2011

El gato con botas

La película seleccionad para la segunda incursión de Covadonga a las salas de cine fue El gato con botas, un spin-off de las pelis de Shrek, utilizando probablemente al secundario más interesante de esa obra coral. 

No hablaré de lo caro que está el cine (nos pulimos la friolera de 37 euracos entre las entradas y la logística de avituallamiento), pero está claro que hoy en día está al alcance de más bien pocos el ir al cine con cierta asiduidad.

Vayamos al grano entonces. La película es honesta, desde el punto de vista que ofrece exactamente lo que promete. El gato con botas, con la voz de Antonio Banderas, en estado puro. Se nos dan datos sobre su infancia y por qué tuvo que huir de su hogar. Se nos presenta a su amigo Hampty Dumpty, que una vez le traicionara provocando su caída en desgracia, y a una gatita, Zarpas Suaves (Salma Hayek) que le traerá por el camino de la amargura. Con ellos tratará de hacerse con las habichuelas mágicas y raptar a la oca de los huevos de oro.



Un argumento por lo menos interesante, pero creo que da poco de sí. El resultado es bueno, pero sin llegar a sorprender. Momentos interesantes trufados entre largos períodos que aburren al adulto (así que imaginad cómo lo pasan los niños entonces). Hay gags muy buenos, pero deshilvanados. A ver, la peli no es mala, ni mucho menos, pero probablemente el personaje da poco de sí. Es un caso claro en que un secundario funciona muy bien en el papel que tiene asignado pero no tiene peso específico para soportar la carga de toda la trama. 

Es más, una gran parte del peso de la película se apoya en el doblaje de Antonio Banderas, con un acento andaluz exagerado. Mientras, el resto de los personajes, o bien no tienen acento reconocible (caso de el huevo) o son mexicanos (la gata y algunos de los habitantes del pueblo). Esto último, unido a la estética del pueblo y los habitantes, hace pensar más en una aventura de El Zorro que en otra cosa.

Aún así, la sala acogió una más que respetable entrada aunque la película lleva dos semanas en cartel. Bueno, era un viernes por la tarde, pero había bastantes niños y algunos que éramos un poquito más talluditos. Las fechas ayudan, en cualquier caso.

Un aprobado alto, un seis para El gato con botas.