domingo, 24 de septiembre de 2017

In hoc signo vici turcos

Juan de Austria, un héroe para un Imperio es el título  de la pequeña (en tamaño) biografía que el autor francés Bartolomé Bennassar hace del hijo bastardo del César Carlos. 

Una biografía que no se queda en el espectacular fogonazo de Lepanto, la ocasión más grande que vieron los siglos, sino que hace un repaso a la trayectoria de afamado general, desde que su hermano lo puso al mando de la represión de la rebelión de los moriscos en las Alpujarras hasta que fue nombrado gobernador de Flandes tras la brutal estancia del duque de Alba, donde moriría. 

Nacido de los amoríos del emperador Carlos con la alemana Bárbara Blomberg, fue criado en secreto por personas de su confianza hasta que el propio Carlos lo llamó en su retiro de Yuste, aunque no le reveló su secreto y tuvo que ser su hermanastro Felipe quien, una vez desaparecido el padre de ambos, le pusiera en antecendentes y se ocupara de su educación. Como registro gráfico de estos "años oscuros" se puede ver la película Jeromín, su nombre de entonces, protagonizada por Jaime Blanch (El Ministerio del Tiempo). 



Educación que compartió con el príncipe heredero Carlos y con otro de los generales más famosos de su tiempo, Alejandro Farnesio, una especie de trío calavera de su época. A partir de ahí, su subida al estrellato fue fulgurante, con los puntos de inflexión comentados anteriormente. 

Como digo, Bennassar va algo más allá de lo evidente y desmitifica la figura de Juan de Austria como comandante invicto. En realidad, tanto en las Alpujarras como en Lepanto contó con grandes consejeros (a destacar Álvaro de Bazán, marqués de Santacruz, que sin duda salvó el día en Lepanto). De hecho, la única vez que voló solo, en Flandes, la cosa apunta a más tonos de gris. 

Apunta también Bennassar a una cuestión de celos del rey Felipe, mucho menos popular que su hermanastro, y a una cuestión de un ego como un castillo en el joven bastardo que maniobró de forma inequívoca para tener la oportunidad de ceñir una corona europea, postulándose incluso como candidato a la cama de Isabel de Inglaterra. Añadamos al cóctel todo el asunto de Escobedo y Pérez, que tuvo como resultado el asesinato del primero, secretario de Juan de Austria, que pudo haberse tomado el tema como un aviso a navegantes enviado por su hermano el rey y que pudo también tener como consecuencia el decaimiento en la salud de Juan de Austria y ayudarle a poner los dos pies en la tumba.

No voy a decir que Juan de Austria fue solo un producto de la maquinaria propagandística de los Austrias, pero tampoco el héroe monolítico que durante muchos años. Sí que parece claro que ayudó a mantener la moral de una Monarquía Hispánica que comenzaba a complicarse la existencia con varios frentes abiertos, tanto en el exterior como en el interior. 

De seguro que, de haber sido inglés, ya habría alguna que otra película contando su vida o, al menos, la jornada de Lepanto.

domingo, 10 de septiembre de 2017

Los odiosos ocho

Otra vez Tarantino y otra vez lo mismo: una película que me gusta excepto por esa media hora final que se pierde en un baño de sangre sin sentido. Como Django desencadenado, como Malditos bastardos....

En esta revisitación de las historias del Oeste, Tarantino crea un universo entero con un puñado de personajes y dos escenarios: una diligencia y una parada de postas en la que los viajeros pueden descansar, comer, echar un sueñecito y reponer existencias de primera necesidad. 




El inicio y el desarrollo de la película, como siempre, es superlativo. Diálogos ingeniosos y creativos, personajes llenos de relieve, cada cual más atractivo que el anterior, desde el oficial negro de Samuel L. Jackson hasta el cazador de recompensas de Kurt Russell, pasando por el verdugo de Tim Roth. Todos estos personajes van completando un cuadro cada vez más colorido de relaciones entrecruzadas, con detalles tan vívidos como la maldita puerta que no acaba de cerrarse y deja entrar la ventisca cuando uno menos se lo espera. Detalles que hacen que el espectador pierda la noción de estar viendo una película en lugar de una situación real. 

Es por eso que me da rabia no poder soportar a Tarantino, porque cuando se mantienen esas premisas no tiene nada que envidiar a ningún gran director de la Historia. Pero luego se le empieza a ir la pinza y la ensalada de tiros, sangre, vísceras y demás, termina por ser tan desagradable que no puedo terminar la película. 

Me ha pasado ya demasiadas veces, y esta no es la excepción: dejé la película cuando quedaban unos veinte minutos para el final. Demasiado para mí. 

¿Tengo la sensación de perderme algo? La verdad es que sí. Tengo la sensación de haber perdido algo más de una hora de mi tiempo para crearme unas expectativas que sabía positivamente que se iban a ir abajo. 

Ocho, ocho. Los odiosos son ocho. ¿No sabéis contar o qué c... os pasa?


Por cierto, durante un rato largo no dejé de preguntarme por dónde andaba Channing Tatum. No tardé en llevarme una desagradable sorpresa, aunque no tanto como la que se llevó Samuel L. Jackson.

domingo, 3 de septiembre de 2017

Donde los escorpiones

Lo último de Lorenzo Silva, de Bevilacqua y Chamorro, transcurre en Afganistán. O sea, donde los escorpiones, durante la intervención española en aquella guerra que lo fue en todo menos en nombre. 

Resulta que en la misión española se sucede el asesinato de uno de los militares allí destinados y nuestros bravos protagonistas se ven enmarronados para tratar de esclarecer el espinoso asunto, porque no deja de ser espinoso que en una base militar aparezca un fulano degollado sin que nadie sepa nada de nada.



La novelita (por ajustada en cuanto a su longitud, nada peyorativo) de Lorenzo Silva sigue el mismo patrón de las anteriores entregas de la serie, poniendo en situación al lector y dando un poquito más de relieve a los protagonistas (a los dos principales, Bevilacqua y Chamorro, porque los otros secundarios siguen siendo un poco planos). Además, a la habitual puesta en escena del caso y sus ramificaciones, tenemos que añadir la preparación del viaje a la zona de guerra, un viaje que se resuelve con relativa rapidez para evitar que la tensión decaiga.

Una vez allí, es interesante la descripción de la zona, de las relaciones entre los destacamentos de diferentes nacionalidades y con los locales, destacando siempre la situación de privilegio que tienen los muchachos de los Estados Unidos.

Y, como novedad, aprendemos un poco de las diferentes empresas de seguridad, mercenarios de hoy en día, que se encargan de distintos servicios en la zona, servicios que se definen con una sucesión de eufemismos para dar a entender sin nombrar.

No deja de ser curioso la forma de hacer la guerra hoy en día.

Este no es Bevilacqua. Es Silva


Pero volvamos a Donde los escorpiones.  La verdad que, más allá de la ya atractiva descripción de la realidad diaria de los soldados en Afganistán, el caso que se nos presenta es de los mejores que he podido leerle al autor. Con la diferencia además de que el culpable no se nos va a presentar hasta casi el mismo final en un giro argumental solvente y, en apariencia para mí, sólido. O por lo menos satisfactorio.

Añadiré que es de agradecer que Lorenzo Silva no haya caído en la tentación de hacer a nuestros sufridos protagonistas partícipes de una ensalada de tiros, a pesar de que el traslado que realizan durante la novela parecía estar dispuesta a, precisamente, eso. Pero no, me equivoqué y me alegro por ello.

Donde los escorpiones, para pasar un rato de lectura agradable, sin pretensiones.