viernes, 15 de octubre de 2010

El Día D

Aunque he estado unos días inundado de curro hasta las trancas, lo que ha estancado la progresión geométrica de entradas en el blog,  he podido terminar El Día D, de Antony Beevor.

En la línea de los grandes historiadores militares anglosajones, Beevor es un especialista en la Segunda Guerra Mundial. Sobre todo en los últimos años, sus libros se cuentan como verdaderos best-sellers, llegando al gran público con facilidad (caso de Berlín, la caída o de Stalingrado). Su fama de historiador ameno, no exento de rigurosidad, hizo que me animara y cogiera el libro en el Círculo.

La sensación es un poco agridulce y, probablemente, la culpa no sea suya sino mía. Es realmente difícil leer el libro sin la ayuda de un mapa de la zona. Los nombres de unidades, oficiales, soldados, equipo, se hace tan extensa que agota. El volumen de notas al pie de página, o notas numeradas que remiten al final del libro, es ingente. En el caso de estas últimas, lo que encontramos al buscar frenéticamente los diminutos números no pasa de ser una cita bibliográfica de documentos que no podremos consultar en nuestras vidas...

Aparte de esto, el libro es ciertamente ameno porque está salpicado de anécdotas cercanas, está escrito desde el punto de vista de los protagonistas. No cae además en el maniqueísmo y no escatima los datos objetivos de la brutalidad tanto de unos como de otros (hay precedentes; los rusos protestaron por su visión de la conquista de Berlín en la que no salen muy bien parados). Los SS eran unos fanáticos salvajes, rayando en la psicopatía, pero canadienses, ingleses y americanos pagaron con la misma moneda, en algunos casos sin que fuera siquiera justificable.

Es más, durante algunos pasajes simpaticé con los alemanes, por su afán de resistir a pesar de la abrumadora superioridad de hombres y medios de los aliados y a pesar de recibir órdenes de un loco que hacía ya mucho tiempo había perdido todo contacto con la realidad. Lo mejor que pudo suceder en los últimos años de la guerra, es que Hitler sobreviviera a los atentados. Podría ser que le hubiera sustituido alguien capaz de dar la vuelta al destino lo suficiente al menos como para permitir una paz honrosa.

Beevor no emite juicios de valor, ni morales ni estratégicos. Este es uno de los puntos que no me acaban de convencer. No es un novelista, es un historiador. Como aficionado a la Historia, busco algo más de alguien tan reputado como él. Si deja caer alguna que otra vez algún comentario sobre los supuestos errores de Montgomery, hecho de menos una argumentación que, aunque entiendo que en un libro no destinado a especialistas tiene que ser necesariamente simple, dé la impresión de que el autor tiene una opinión.

Es entonces El día D un libro con claroscuros. No es redondo, pero tampoco está mal. Aunque al final termine el lector con un batiburrillo de nombres en la cabeza, se hace una idea de la barbaridad de la guerra, de cómo los generales calculan las previsiones de bajas sin pararse a pensar que no se trata de meras cifras, sino de personas; vemos cómo las situaciones más desesperadas sirven para mostrar lo mejor y lo peor del ser humano. Aunque, normalmente, priman los más bajos instintos sobre los ejemplos de solidez moral.

Por todo esto, creo que se merece un aprobado. Un 6, casi cerca del notable. No obstante, no lo recomendaría a menos que el candidato a lector sea aficionado a la Historia o conozca algo de lo que va a pasar ante sus ojos.

Pero, a pesar de todo, tengo claro que si Dan Brown pudiera meter mano, El día más largo se convertiría en El desastre de Bahía Cochinos.

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