sábado, 30 de diciembre de 2017

Los Últimos Jedi (Ep. VIII)

En esta época de fiesta, hemos seguido la tradición de acudir a las salas de cine para ver lo último de Star Wars: su episodio VIII, Los últimos Jedi

Vaya por delante que es posible que no me encontrara en las mejores condiciones posibles para ver la película, después de hacerme la friolera de 1.700 kilómetros en coche en apenas 36 horas. Incluso dudé si ir o si era mejor esperar unos días, descansar y tratar de disfrutar de la película. Pero venció el cansancio, no el físico, sino el de no poder entrar a ver ninguna de las numerosas noticias en prensa digital por miedo a sufrir un spoiler de esos...



Fueron de los mejores quince minutos iniciales del cine de los últimos tiempos. Una batalla estelar como dios manda, con los buenos y los malos pegándose con todo lo que tienen, mucho más en el caso de los malos que en el de los buenos, que andan un poco escasos de todo. 

Un subidón en toda regla que, de haberse mantenido, me hubiera ayudado mucho para soportar los 152 minutos de metraje. Pero, para mi horror, no se mantuvo. 

No solo eso, sino que en algunas ocasiones el ritmo se precipitó a los pozos más oscuros del reverso tenebroso. Momentos en los que el aburrimiento y el cansancio hacían que me removiera en la silla o tratara de ver las manecillas del reloj para saber cuánto tiempo de sufrimiento me quedaba. 

Los últimos Jedi es, como un buen amigo mío dice, una montaña rusa. Ahora estás arriba y luego estás abajo, solo para volver arriba y así ad infinitum

Pero vuelve Luke Skywalker, ¿no? En efecto, vuelve, pero el amigo Mark Hammill está p´a prao, como también lo estaba Harrison Ford (¡qué daño ha hecho al legado de Han Solo e Indiana Jones!), tiene cara de palo y unos ojos acuosos de forma que no sabes si va a llorar o es que necesita con urgencia un colirio. Su parte en la isla, salvo algún que otro chiste, es con diferencia lo más aburrido de la película y una muestra más de que lo de Lucas con la Fuerza no tiene perdón de dios, ni pies, ni cabeza. Por lo menos parece que ha habandonado por completo todo aquello de los midiclorianos. 

Si no fuera por el sable láser, parecerían piratas o algo así


Peleas de sable láser hay unas pocas. La de Rey+Kylo contra la nueva guardia pretoriana, que tiene sus momentos, y la de palo de Kylo contra Luke, que no vale gran cosa. 

Vale, el final en ese planeta perdido cubierto de ¿nieve?, vuelve a ser emocionante. Pero la sensación de haberlo visto antes es muy poderosa en mí. Como me ocurre con la confrontación entre el Líder Supremo Snoake con Kylo Ren y Rey. ¿El Imperio Contraataca? ¿El Retorno del Jedi? Todo eso, pero peor. 

¿Los héroes? A pesar de todo lo que he dicho de Luke, sigue teniendo más carisma en su mano implantada que todos los Rey, Finn, Poe o quien quieras poner por delante. Hasta Chewbacca tiene más carisma. Ese es uno de los mayores problemas de esta trilogía: personajes principales que no enganchan y que necesitan la muleta de nuestros héroes de siempre, aunque éstos tengan que arrastrarse por la pantalla. 

¿Los malos? De risa. Snoake no da mucho juego. Phasma parece que tampoco, pero habrá que ver el episodio IX. ¿Kylo Ren? Es un Sheldon Cooper con poderes, un niño grande que coge rabietas sin sentido, un insulto a la estirpe de Darth Vader.

Y, en medio, Benicio del Toro con un personaje que también parece que iba a dar mucho más juego para luego quedarse en un quiero y no puedo. 


Venga, ya pasó Luke.


Quiero y no puedo. Este es el sino del Episodio VIII. La sombra de la trilogía original es demasiado alargada y no están siendo capaces de remontar. Mientras tanto, nos da un batiburrillo de ingredientes que saben que nos gustan, pero al tun-tún (esto es de otro buen amigo mío) y esperan que nuestro estómago de friki sin criterio sea capaz de digerirlo. 

Esta vez, la sensación de tomadura de pelo ha sido demasiado fuerte. ¿La mejor película de la saga, que decían algunos artículos? Ni de coña. Esa sigue siendo El imperio contraataca

¿Que si iré a ver el Episodio IX? Por supuesto. Soy un friki sin criterio.

lunes, 25 de diciembre de 2017

El topo

Para poner en perspectiva la actualidad de las últimas entradas, diré que esta película de 2011 la vi el pasado mes de junio mientras esperaba al vuelo que me devolvía de Lisboa a Madrid. O sea, comento lo último de lo último. O, más bien, hay una cierta discrepancia entre el ritmo de las entradas y el ritmo al que añado temas en la lista de pendientes... Da igual, la cosa es ir tirando mirando al frente...

El topo es una película de espías a la vieja usanza, pero bien alejada de los James Bond de turno, en la que el escenario de la Guerra Fría nos visita con toda su crudeza. No hay encanto en estos funcionarios, que buscan proteger a los ciudadanos de una amenaza extranjera como no se ha visto otra en la Historia. 



El topo es una película de personajes y, por tanto, de actores. Las interpretaciones son tan importantes en esta película como la historia en sí. Una historia que es, por cierto, un poco difícil de seguir si no estás atento, con tantos flashbacks y flashforwards que uno pierde la cuenta y no entiende si esto que está viendo ha pasado, está pasando o va a pasar. 

El Servicio Secreto Británico está revuelto. Control (John Hurt, siempre solvente) tiene fundadas sospechas de que uno de sus colaboradores más estrechos ha sido captado por los soviéticos y está pasando información, no solo del Circo, sino de la propia CIA estadounidense. Huelga decir que los yanquis no están precisamente contentos con la situación. 

La sala de crisis

La solución de Control pasa por rescatar para el servicio activo al amortizado George Smiley, un gris profesional que había dado ya sus mejores años. La situación era tan desesperada que la participación de Smiley en la investigación solo debe ser conocida por un reducido número de ayudantes que, en caso de ser sorprendidos en mitad de la acción, no contarían con apoyo oficial...

Ese es el planteamiento desde el que luego asistiremos a pesquisas en Londres, Budapest y otras ciudades europeas, buscando el rastro del misterioso agente doble. Sabor de los años setenta del siglo pasado en estado puro. 

John Le Carré


Digo que esta es una película de personaje, de situaciones y de actores . Desde el gran Gary Oldman (Smiley) y el siempre solvente Benedict Cumberbatch en el papel del protegido de Smiley (Peter Guillam) a los componentes del círculo más estrecho del Circo: Colin Firth (Bill Haydon), Toby Jones (Percy Alleline), David Dencik (Esterhase) o Ciarán Hinds (Roy Bland). Abstenerse todos aquellos que quieran ver una parafernalia de efectos especiales al uso, como parece que se está reduciendo el cine actual.

Una película para disfrutar y que a día de hoy tiene un escaso 7,1 en imdb. Para mí es, sin duda, de notable alto. 

Hay una adaptación de la BBC de 1979 que no he podido encontrar pero que promete, con Alec Guinness en el papel de Smiley.

domingo, 17 de diciembre de 2017

El inocente

El inocente es la adaptación al cine de la novela The Lincoln lawyer, o el abogado del Lincoln (del Ford modelo Lincoln, claro), porque tiene su oficina en ese vehículo. La novela es de Michael Connelly, mi hermano perdido estadounidense. 


Bonito cartel


El protagonista es Mick Haller (Matthew McConaughey), un abogado que subsiste de forma muy desahogada de esta manera tan peculiar, pero es que también su clientela es muy peculiar. No obstante, tiene una excelente reputación en el mundillo, hasta que la señora Windsor le contrata para defender a su hijo Louis Roulet de la acusación de intento de asesinato de una prostituta. 

En  juego una pasta, pero sobre todo el estatus. Ese caso bien podría ser el que catapultara a Mick hacia la estratosfera y le permitiera salir del menudeo en el que vive en la actualidad. 

Y el bueno de Mick se pone a ello con afán y con la ayuda de su investigador privado de cabecera, Frank Levin (el siempre solvente William H. Macy). Sigue, incluso cuando las piezas no encajan del todo y el entramado completo de la historia que le han contado, comienza a chirriar. 


William H. Macy, sinónimo de solvencia


La cosa se va complicando, complicando, y el conflicto moral de Mick Haller también. Algo tiene que hacer para, al menos, salvar su alma que piensa haber vendido al diablo. Y algo hará, pero para nosotros, los espectadores, será una sorpresa. Tanto como el papel de uno de los personajes, que no se revelará hasta el final y nos dejará con la boca abierta. 

El inocente es una película que, sin ser original porque lo que plantea lo hemos visto ya unas cuantas veces en ese subgénero que podríamos denominar de cine legal, sí resulta muy sólida en sus planteamientos. 

Aunque su punto fuerte resulta ser el de los personajes. O más que los personajes, los actores y sus actuaciones. Comenzando por Matthew McConaughey, que mejora con los años como el buen güisqui, pero también Ryan Phillippe que construye a un Louis Roulet con grandes claroscuros, y sin olvidar al gran secundario del cine estadounidense desde hace ya ni se sabe cuánto tiempo, William H. Macy. 

Casi como mirarme en un espejo

El inocente resulta ser una buena opción para una tarde de cine en casa, sobre todo si afuera hace frío y llueve. 

Buf. Acabo de ver en imdb que esta peli es de 2011. Sigo con mis entradas de rabiosa actualidad...






domingo, 10 de diciembre de 2017

Cisne Negro

Cisne negro es una película rara, rara. Tan rara que al final te haces un lío y no sabes bien lo que es verdad y lo que es ficción (verdad y ficción dentro de la ficción de la película, claro... vamos, un lío). 

Nina Sayers (Natalie Portman) es la dulce bailarina que, después de mucho luchar, mucho tesón y mucha disciplina, mucho sudor para pagar la fama, consigue el papel protagonista de su compañía. Y se estrenará en esa nuevo papel nada menos que con El lago de los cisnes, en el que interpretará a la Reina Cisne que se convierte en el Cisne Negro. 

Caracterización lograda e inquietante

Ahí se complica la cosa, porque comienza la presión de los ensayos y además la buena de Nina Sayers es una perfeccionista enfermiza. Si añadimos que la parte del cisne blanco le sale de cine pero la parte del cisne negro no resulta convincente para el director Leroy (Vincent Cassel), tenemos un cuadro perfecto de obsesión. 

Así es, Nina se obsesiona con su papel, cambia su carácter y todo lo que no sea su historia no significa nada para ella. 

La cosa se agrava cuando llega Lily (Mila Kunis) a la compañía. Ella tiene todo lo que le falta a Nina, desborda la sensualidad necesaria para ser el Cisne Negro y Leroy toma una decisión que resultará trascendental en el devenir de la película...

Parece una historia como las que hemos visto cientos de veces. Una historia en la que la joven aspirante se come a la vigente estrella, que no puede soportar que le hagan sombra... Pero en Cisne negro la cosa se complica con el evidente desequilibrio de Nina, que poco a poco va a más hasta llegar al clímax final que, evidentemente, no se puede contar.

Una película bastante agobiante en ocasiones, con muchos primeros planos del rostro de los protagonistas. Una película en la que Natalie Portman demuestra que tiene cara de palo y un cuerpo de palo extremandamente delgado, y poco más. No entiendo el éxito que tiene esta chica, pero es que tiene el mismo gesto desde León, el profesional

La misma expresión, con más o menos pintura


Pero tampoco va a ser todo culpa suya. Vincent Cassel va a lo suyo y le da ese toque exótico al personaje (exótico para los yanquis, se entiende) y Mila Kunis explota su lado más sensual sin mucho más contenido. Al final, los tres personajes no pasan de ser arquetipos sin relleno. 

Por motivos obvios, no sé si retrata con veracidad todo lo que rodea al ballet clásico, aunque no se separa ni un milímetro lo que los tópicos indican. 

No me ha dicho gran cosa y para mí no llega a todo el hype que tuvo en su día y ni mucho menos llega al 8.0 que tiene en imdb a fecha de hoy. 



viernes, 1 de diciembre de 2017

La espada de Joram

Allá por los años ochenta del siglo pasado, arropados por la siempre importante presencia de El Señor de los Anillos y, también, de la creciente influencia de los juegos de rol (Advanced Dungeons & Dragons era, por aquel entonces, la edición actual del mítico Dragones y Mazmorras), llegaron a España las novelas de la Dragonlance. 

Fueron todo un pelotazo (tema aparte sería su calidad literaria, discutible) y su editorial Timun Mas se convirtió en referencia para los aficionados a la Fantasía. 

Tanto fue el éxito, que comenzaron a publicarse libros que quizá no hubieran llegado nunca a España o, en el mejor de los casos, habrían llegado mucho más tarde. La serie de La espada de Joram fue una de ellas. También escrita a cuatro manos por Margaret Weis y Tracy Hickman (recuerdo que dudé durante años si el amigo Tracy era hombre o mujer; hay que comprenderme, de aquella internet era poco más que un sueño). 

La espada de Joram es una historia dividida en tres (luego fueron cuatro) volúmenes: La profecía, La Forja, El Triunfo y El legado de la espada arcana. En un mundo en el que la magia lo es todo, nace un niño sin poder alguno, un niño "muerto", lo que desencadena el caos al ser el inicio de una profecía que adelanta el final de ese mundo.



Ideas interesantes por aquel entonces, como los catalistas, casi una casta sacerdotal, estudiosos de la magia, vitales en una sociedad basada en lo arcano pero incapaces ellos mismos de realizar magia. A cambio pueden canalizar la energía mágica - vida - y verterla sobre los magos para que estos la utilicen en sus sortilegios.

Weis y Hickman crean un mundo, una sociedad, partiendo desde cero, y no está mal. Si no fuera por el puñado de conceptos y palabras de un idioma inventando, que se repiten una y otra vez a lo largo de todos los libros y que canta mucho a inventado porque ninguno de ellos es un lingüista sudafricano que es capaz de inventar idiomas con apariencia real.

Entre el tercer y el cuarto tomo pasaron bastantes años. También se nota eso. Quizá quisieron atar cabos, pero la verdad es que al final todo queda un poco lioso y desigual, aunque no deja de tener su encanto ver nuestra querida sociedad tecnológica desde la perspectiva de la sociedad arcana del mundo de Joram.

¿Personajes? Pues otro puñado. Más que personajes son arquetipos básicos, apenas esbozados. Se quiere que Joram sea carismático, pero acaba por ser cargante y repetitivo. También Simkin resulta cargante, un remedo juguetón de un kender sin ser un kender al que le han querido dar un carácter tan enigmático que se pasan.

Pero lo peor no es eso. Lo peor es el estilo. No sé si es culpa de la traducción o del original, pero acabé hasta las narices de leer adjetivos antes del nombre al que califican (blancas manos, negros cabellos, hermosos vestidos...). Hasta las narices. Esto sí que es cargante y me estropeaban el "placer" de la lectura cada pocas palabras.

En resumen, un bodrio. Clásico, pero bodrio al fin y al cabo. Solo para incondicionales.

No perdáis tiempo. Hay más peces en el mar.