sábado, 31 de agosto de 2013

Tigana

Después de unos cuantos días de descanso en el blog, sin ningún motivo especial más allá de la falta de ganas para ponerme a escribir a la vuelta del curro, hoy aprovecho para dar mi opinión sobre el clásico de la fantasía Tigana, de Guy Gavriel Kay, publicado allá por principios de los 90. O, dicho de otra forma, publicado en la Edad de Oro de la Fantasía en España. 

Había oído hablar bien tanto de Tigana como de El tapiz de Fionavar, pero viendo que esta era una trilogía, opté por la primera para ver qué  tal me iba.

Este es... bueno, el autor...


Guy Gavriel Kay escribe sus obras de fantasía haciendo un remedo de situaciones históricas reales. En este caso, la península en la que se desarrolla la historia, La Palma, se parece bastante a la Italia del Quattrocento, con distintos principados y ducados en disputa perpetua. 

En la historia que nos ocupa, La Palma está divida en nueve provincias que, lejos de ser independientes, están sometidas a dos potencias y dos invasores extranjeros: el rey Brandin de Ygrath y Alberico de Barbadior. Únicamente la provincia de Senzio es semiindependiente, con un gobierno títere que da bandazos entre ambos conquistadores según convenga. Ambas potencias se encuentran vigilantes, buscando signos de debilidad para hacerse con la totalidad del territorio. 

Pero las motivaciones de ambos son totalmente distintas. Si bien Alberico busca prestigio para apoyar su candidatura a Emperador, el rey Brandin busca venganza por la muerte de su hijo durante la conquista de la orgullosa Tigana, la única de las provincias de La Palma que daba a su gobernante el título de Príncipe. Años atrás, no contento con arrasar a los ejércitos del príncipe Valentín, haciendo gala de su poder como brujo lanzó un hechizo de olvido, con el resultado de que cualquiera que no fuera natural de la tierra de Tigana y que oyera su nombre, no lo entendería. Una vez los antiguos tiganeses hayan desaparecido, no quedará nadie en La Palma que recuerde esa tierra, culminándose la venganza de Brandin.

Y aquí su obra


Avanzamos de la mano de los personajes tiganeses: el príncipe Alessan, Devin, Catriana, el duque Sandre D´Astibar... Vemos como Alessan y Sandre han estado jugando a un largo juego que, ahora, está a punto de dar sus frutos, para bien o para mal. 

Mientras, el autor entrelaza esta historia con la de Brandin de Ygrath y su concubina Dianora (con un sorprendente pasado que no desvelaré aquí). El resultado de estos capítulos es que, inevitablemente, acaba uno empatizando con Brandin. Vamos, que no es tan malo, el hombre, más después de un giro en su conducta bastante inesperado. Al contrario de Alberico, que es un mal bicho que...

Después de un ir y venir que en ocasiones se hace un poco demasiado largo, llegamos a la confrontación final en la que se juega el destino de toda la península. El final, agridulce, original y sorprendente a la vez, es un digno colofón a la historia. 

Debo señalar que, aunque se hable de hechicería y una motivación fundamental de la novela sea la sed de venganza (de Brandin por la muerte de su hijo; de Alessan por la destrucción y maldición de Tigana; de Alberico, porque sí...), es bastante poco espectacular y pasa más bien desapercibida. A excepción del final, que ahí ya sí... Señalemos también que los hechiceros de La Palma se cortan dos dedos, para mejor desarrollar su poder... arriesgado cuando ser un brujo está perseguido por ambos conquistadores.

Los personajes están, en general, bien retratados. Sus motivaciones son creíbles, aún en los casos más extremos. La historia está narrada con fluidez, no obstante hay ciertos deus ex machina que le quitan un poco de brillantez y hacen necesaria una cierta suspensión de la realidad para no caer en lo mismo de siempre. Aunque hay veces también que la historia no avanza, pero es que lo que se dice está tan bien escrito que al final da un poco igual. 

El resultado ha sido satisfactorio, si bien no deslumbrante. Lo valoraría con un siete, con perspectiva de revisión negativa. Sí lo recomendaría, como una de las obras de referencia en la fantasía, pero para mí está un peldaño por debajo de la trilogía de Lynn Flewelling, Mensajero de la Oscuridad.

sábado, 17 de agosto de 2013

Lorenzo el inmoral

Ya perdonaréis la tontería, pero bajo este título, una broma privada, se camufla la opinión de Lobezno Inmortal, la última película de mutantes del universo Marvel. 



Con este título ya serán siete (seis estrenados) en los que Hugh Jackman encarna a Logan, Wolverine o Lobezno, como queráis, teniendo el honor de ser el actor que más veces ha puesto cara y ojos a un personaje de la Factoría Marvel. Seguro que cuando toque cambiar de rostro, es ley de vida, el actor australiano quedará siempre en el recuerdo de los buenos aficionados.

En esta ocasión, Lobezno se va de viaje a Japón, convocado por el señor Yashida, al que salvó la vida allá por la Segunda Guerra Mundial (recordemos que el apellido de Lobezno es Inmortal...). Lo que era una mera despedida se convierte en una lucha por su vida y por la de Mariko, la bella hija de Yashida. 

Las imágenes del pasado se entremezclan con el presente. Ninjas, modernos samuráis, la yakuza, mutantes buenos y malvados... todo se mete en un cóctel, removido, no agitado, para mayor gloria del protagonista. 

La mala malísima Viper... una víbora


Hasta que el inmortal está a punto de dejar de serlo, por obra y gracia de... no... me contendré. Esto sería un spoiler colosal. Pero vamos, que está a punto de palmarla cuando su factor de curación mutante falla. Curiosos momentos entonces, para un tipo acostumbrado a despreocuparse por lo que pueda pasarle porque sabe que tarde o temprano va a resucitar (en tebeos ha llegado a regenerar su cuerpo desde su pelado esqueleto de adamantium; duele, sí, pero no te mueres...). Tendrá que usar la cabeza y a eso sí que no está acostumbrado. 

Historia típica de superación en la que, como en otras muchas, hay que apurar hasta el fondo el cáliz de la desgracia hasta que puedes comenzar a subir de nuevo. Como en otras pelis de superhéroes, Lobezno tendrá el soporte de alguien a quien acaba de conocer pero que a los cinco minutos es como de la familia (en este caso será la joven Yukio, mutante con la capacidad de ver flashes del futuro de las personas...). 

Interesante ver cómo es la sociedad japonesa actual, anclada a antiguos ceremoniales sociales y religiosos y que aún tiene el honor, personal y de la familia, como algo digno de cuidar. No solo eso, somos también testigos de curiosas formas como los hoteles del amor o las salas de juegos...

Pablo Motos y una invitada de El Hormiguero, en un salón de
recreativos de Hello Kitty


Por lo demás poco hay que destacar. La película es una de las más pobres de la Factoría, aunque no llegue a niveles tan bajos como Daredevil, las de los 4F o, sobre todo, Elektra. Pero sí es lo suficientemente mediocre como para comprobar que el personaje, por lo menos en solitario, da síntomas de agotamiento y no es capaz de llenar el metraje.

Mención especial para las chicas de la película, desde las japonesas Yukio (Rila Fukushima) o Mariko (Tao Okamoto) hasta Jane Grey (Famke Janssen) o Viper (Svetlana Khodchenkova). Curioso que, excepto la primera, las otras tres superan con holgura el 1,70 m (Svetlana llega al 1,80 m y Famke las supera a todas con 1,82 m). De piernas largas no vamos mal, no.

Resumiendo, un poco decepcionado. No es que tuviera muchas expectativas, pero tampoco algo tan escasito. Démosle no obstante un aprobado raspado, un cinco, pero más por Hugh Jackman (un Pablo Motos hiperhormonado) que por otra cosa.

AVISO: quedáos hasta la escena tras los títulos de crédito. Merece mucho la pena y es lo mejor de la peli. Palabra.

jueves, 15 de agosto de 2013

La ley del mínimo esfuerzo

Iba yo ayer por la calle, pensando en mis cosas y tratando de organizar cómo voy a ir redactando las entradas que llevo pendientes cuando caí en la cuenta de que llevamos semanas oyendo críticas a la nueva Ley de Educación que impulsa el malvado ministro Wert. A pesar de todo lo que ha salido en la televisión, el debate parece que se centra en si es justo que una nota mínima de 6,5 sea necesaria para acceder a las becas.

No voy a entrar en disputas políticas. Ni siquiera voy a entrar a valorar una ley de la que, sinceramente, desconozco todo. 

Pero siguiendo con esta reflexión, llegamos al meollo que hoy quiero contar: la cultura del esfuerzo parece que no está valorada como antes. 

Yo soy de la EGB, el BUP y el COU. Soy de la época en que si suspendías dos asignaturas no pasabas de curso. Y si repetías más de dos veces, te ibas del colegio. Una época en la que el esfuerzo tenía un sentido: la recompensa. Si estudiabas, aprobabas. Si aprobabas, pasabas de curso. Si sacabas buenas notas, optabas a una beca.

No digo que fuera un sistema perfecto, pero por lo menos inculcaba una ética de trabajo. De manera inevitable, algunos quedaban atrás. Pero es que no queda más remedio si queremos que el sistema avance, que los que sí mantienen el ritmo continúen obteniendo las bases para alcanzar los siguientes niveles.

A nuestra clase política le dio un ataque de corrección política, así que la reforma que trajo la ESO también trajo una reducción del nivel de los estudios, no solo a través de los contenidos, sino de los mínimos exigidos. Y nos encontramos niños de diez años que a duras penas saben leer.  O a chavales de catorce o quince años que piensan que haciendo un trabajo que copiarán de internet, pueden dar la vuelta a un suspenso de campeonato; lo que en mi época se llamaba Muy Deficiente. 

Mientras estaban en los colegios e institutos, iba tirando la cosa. Pero luego llegaban a la Universidad y allí se llevaban el gran bofetón de realidad. Llegaban sin estar preparados, pero manteniendo una filosofía que les había valido durante doce años. 

Me han contado casos de alumnos que habiendo sacado un 0,3 en un examen llegan a la revisión con pretensiones de aprobar. Y si esto no funciona, intentan que cuele lo del trabajo (que copiarán de internet). 

O de casos en los que los propios miembros del claustro rebajan el nivel de sus expectativas y de sus contenidos. Más en el caso de asignaturas que no son troncales, porque ahora el profesor universitario es más un comercial que vende su producto que un profesor. Porque si la asignatura es difícil, los alumnos no se matriculan. Y si no hay matrículas, la asignatura no se renueva en el programa y el profesor pierde su trabajo... Y así, vuelta a empezar.

He oído el caso de una familia que denunció a la Junta de Andalucía por no otorgarle el título de la ESO a su hija. Título que no se merecía, tal era el carro de suspensos que llevaba la criatura. Y resulta que ganaron esa reclamación y su hija tendrá un título que no se ha ganado. 

¿De qué sirve el autoengaño?

No quiero pensar en la clase de profesionales que se están formando en nuestras aulas. No quiero tampoco pensar en el mensaje que se está mandando a los alumnos que sí se esfuerzan. 

¿Becas? Por supuesto. Todos aquellos que quieran estudiar deben tener una oportunidad y más si sus circunstancias socioeconómicas no ayudan, pero también deben aprender que esa oportunidad no es gratis. Que hay que ganársela. Tienen que demostrar que el esfuerzo que la sociedad pone en ellos tiene que tener un sentido. Porque asumámoslo: no es lo mismo que yo me dedique a tirar el dinero de mis padres a que me dedique a tirar el dinero que la sociedad aporta a través de sus impuestos. Estoy seguro de que mis padres me hubieran retirado la "beca" si yo no hubiera ido quemando etapas en los estudios.

En resumen, tienen que darse cuenta que para obtener algo hay que esforzarse por conseguirlo. Y luego, esforzarse por mantenerlo. 

No sé por qué eso es políticamente incorrecto. 

sábado, 10 de agosto de 2013

Cinco años de lecturas

Hace ya cinco años, desde el ocho de agosto de 2008 para ser exactos, llevo un registro de mis lecturas, fuera de lo que son revistas, manuales de rol o comics. Apunto en una lista cada libro que leo, el autor, cuándo lo empiezo o cuando lo termino. 

Justo ayer terminé Tigana, que hace el número 136 en esa lista (el vigésimo segundo durante este año). Ciento trenta y seis libros, cinco años, más de cincuenta y siete mil páginas...

Aunque hay un poco de todo, sigo leyendo fantasía, ciencia ficción o novela histórica como primeras elecciones. Son los géneros que llevo leyendo desde que era un chaval y con los que me paso los mejores ratos.

Hay autores recurrentes en esta lista: Robert Jordan, Isaac Asimov, Terry Pratchett, George R.R. Martin. También incursiones solitarias, pero reconfortantes: Juan Manuel de Prada, Antonio Garrido...

Es inevitable tener que leer tanto cosas muy buenas como cosas muy malas, pero en general estoy bastante satisfecho con lo que ha pasado por mis manos. 

Si tuviera que elegir algunos libros para recomendarlos, seguramente serían estos que nombro, sin ningún orden de preferencia:
  • El nombre del viento, de Patrick Rothfuss. Fue una sorpresa, porque lo elegí en el Círculo de Lectores sin saber nada del libro ni del autor, pero engancha de una forma como hacía mucho que no había tenido el gusto de sufrir. Su segunda parte, El temor de un hombre sabio, es quizá inferior en cuanto a calidad, pero continua la historia de una manera más que satisfactoria.
  • El sueño del Fevre, de George R.R. Martin. Me habían hablado muy bien de el y no me decepcionó. Una historia en los tiempos de los grandes barcos de vapor en el Mississippi, de la que no cuento más para no estropearla. La gracia está en empezar a leer sin saber mucho de qué va.
  • La trilogía de Los gozos y las sombras (El señor llega, Donde da la vuelta el aire, La Pascua triste) de Gonzalo Torrente Ballester, historia costumbrista en la Galicia de los primeros años treinta del pasado siglo, antes de la proclamación de la República en 1931. Si puede ser, también ved la serie que emitió TVE. Entonces sí que se hacía buena televisión en este país. 
  • Canciones que cantan los muertos, de George R.R. Martin. La segunda recomendación de este autor, no os arrepentiréis. Cuentos cortos, pero algunos impresionantes, se lee muy rápido por su estructura. 
  • Ronda de noche, ¡Zas! y Dinero a mansalva, todas de Terry Pratchett. Mundodisco en estado puro.
  • La trilogía de El mensajero de la oscuridad (La suerte de los ladrones, La oscuridad que acecha, La luna del traidor), de Lynn Flewelling. Fantasía que incorpora una historia interesante con unos personajes aún más interesantes.
  • El lector de cadáveres, de Antonio Garrido. Otra novela que descubrí en el Círculo de Lectores, con buen pulso narrativo.
  • La trilogía original Berlin Noire (Violetas de marzo, Pálido criminal y Réquiem alemán), de Phillip Kerr. Novela negra durante los más negros años de Alemania.
  • Me hallará la muerte, de Juan Manuel de Prada, con la División Azul como telón de fondo de una historia de decadencia moral y humana.
  • Flores para Algernon, una deliciosa novela corta (o cuento largo) de ciencia ficción de Daniel Keyes. O de cómo nuestros sueños pueden convertirse en pesadillas.
Por supuesto que también  he leído cosas malas o, directamente, muy malas. Sabido es que la tríada de mis desvelos incluye a "escritores" como Dan Brown, Artur Balder o José Luis Corral.

La siguiente lista es para que luego no digáis que no aviso:
  • La pentalogía del clérigo (no tengo ni ganas de poner los títulos), de R.A. Salvatore. Un autor muy respetado en el mundillo de la fantasía por la creación del mítico Drizzt Do´Urden, pero que de calidad va más que justito.
  • Nocturna, de Guillermo del Toro. Una basura. Mala la historia, mala la redacción y mala la traducción.
  • El último querusco, Liberator Germaniae y La batalla del destino, de Artur Balder. O cómo destruir un tema interesante a base de pedantería y una mala documentación. La acabé por orgullo, pero la habría tirado al fuego tras el primero.
  • Numancia, de José Luis Corral. Novela histórica, muy justita de calidad. Nunca la hubiera comprado si no me la regalaran con una revista.
Para terminar, ahí van los ni fú ni fá. O, lo que es lo mismo, no me responsabilizo de posibles efectos secundarios. Las decepciones, vamos:
  • El clan del oso cavernario y El valle de los caballos, de Jean M. Auel. Cavernícolas feministas y perfectos. Yo no sigo leyendo la serie. Me planto.
  • Crimen y castigo y El jugador, de Dostoievski. No entro yo por la literatura rusa, no...
  • La serie de Mundo Anillo, de Larry Niven. Se salva el primero, por aquello de la novedad, y quizá el segundo. A partir de ahí, prescindible. Yo no la terminé. 
  • Santiago Posteguillo en general, tanto la trilogía de Escipión como el último, Los asesinos del emperador. Decepcionante, pero puede tener su momento. Lo que pasa es que los libros son enooooormes, así que si el tiempo de lectura no es muy abundante, quizá tenga más sentido ir a otras cosas. 
Bueno. Creo que ya es suficiente por hoy. He intentado recopilar un poco las sensaciones que he tenido con algunos libros. En algunos casos para recomendarlos. En otros,  para evitar que otros caigan en mis errores.



domingo, 4 de agosto de 2013

¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!

Las últimas semanas me ha dado por bucear en los clásicos de la ciencia ficción y la fantasía (Flores para Algernon, ya comentada; esta ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! o Tigana, que estoy leyendo ahora).

Elegí la novela de Harry Harrison un poco al tuntún. El título me sonaba y sabía que era en la que se basaba la película Cuando el destino nos alcance o, mejor, ¡Soylent Green son personas!. 



Escrita en la década de los sesenta del siglo pasado, la novela nos presenta un futuro apocalíptico un poco más allá, en la que la gente se hacina en una superpoblada Nueva York, viviendo una familia entera en una habitación, en barcos abandonados en el puerto, en coches en la calle, en almacenes... Un futuro en el que ya apenas hay petróleo o carbón para uso privado, en el que el agua y la comida están racionadas y en el que la gente se traslada en taxis que no son más que carros tirados por el taxista... Un futuro en el que la gente vive sobre las ruinas de nuestra civilización. 

Es en este mundo, donde es prácticamente imposible comer carne de verdad, aunque sea de perro, en el que Andy, el policía protagonista, debe investigar el asesinato de un hampón de la ciudad. Esta investigación lo llevará a relacionarse con Shirl, la bella compañera del muerto (prostituta, vamos). 

A través de sus ojos y de los de Sol, el vecino de Andy que pedalea por las mañanas para cargar las baterías que alimentan su frigorífico y su televisor, y que es lo suficientemente mayor para recordar los buenos viejos tiempos, vemos la miseria a la que lleva la superpoblación. 

Un tema que parece ser fue recurrente en aquella época en el que Malthus estaba de moda. Ya sabéis, los recursos crecen según una proporción aritmética y las necesidades de la población según una proporción geométrica, así que, por definición, llegará un momento en el que los recursos no sean suficientes. Sin duda, una preocupación arraigada por el crecimiento desmesurado y aparentemente sin fin de la población mundial. 

Al final de la obra, un alegato en favor de la eutanasia y el aborto parece ser el fin último del autor. 

¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! es una obra amarga, en la que incluso durante los momentos de felicidad los protagonistas rechazan dejarse llevar por la euforia, escarmentados ya por lo duro de su existencia.

La historia no da para mucho. Ni siquiera para una trama policíaca al uso, porque desde el principio sabemos quién ha matado a la víctima. El principal activo de la novela es la recreación de ese mundo siempre al borde de la ruina que se aferra a la vida un día mas. 

El resultado es curioso, pero poco más. Se deja leer para pasar el rato. 

Por eso, por la ambientación, un seis es más que justo.