domingo, 28 de julio de 2019

Miguel Strogoff, el correo del zar

Miguel Strogoff, correo del zar, es el arquetipo del hombre valiente y honorable que afronta innumerables peligros con gran valor persiguiendo siempre un objetivo mayor que sí mismo. Un icono del siglo XIX retratado por la pluma de Julio Verne, el francés visionario.

El traidor Iván Ogareff maneja en las sombras a las hordas tártaras de Feofar Khan, que ha sumido a a la Rusia asiática en un hervidero y prácticamente ha dejado incomunicado al hermano del zar en la lejana ciudad de Irkutsk. 



Miguel, un capitán de correos del zar de origen siberiano, es elegido para llevar una misiva en la que se advierte al príncipe de las verdaderas intenciones del traidor Ogareff. Al aceptar su misión, el joven Miguel dará el primer paso para convertirse en héroe. 

La obra de Verne es un mito do de la literatura universal y se ha llevado a la gran pantalla con gran éxito en la década de los años cincuenta del siglo pasado, además de adaptarse al mundo del tebeo e incluso de los juegos de mesa. 

Es uno de esos libros en los que la nobleza de las personas se reflejan en sus ojos, en los que el héroe sabe de manera instintiva en quién puede confiar, pero es sorprendentemente ingenuo para sospechar de los villanos que se encontrará en su camino. Pero el héroe, con su sola presencia y su carisma, dejará siempre en evidencia a aquellos que se opongan a su noble causa. 



Miguel Strogoff es también una novela hija de su tiempo. Eurocéntrica y puede que bordeando el racismo, pues las tribus tártaras, e incluso los rusos, se muestran inferiores a franceses e ingleses, potencias hegemónicas en la época (más los ingleses, aunque como buen francés Julio Verne se niegue a reconocer su superioridad y cuele algún personaje para dar presencia a su madre patria). 

Como novela de aventuras Miguel Strogoff funciona de manera desigual. Hay pasajes ciertamente apasionantes, aunque son los menos. Buena parte de la novela transcurre devorando verstas (una versta es algo mayor que un kilómetro) y más verstas entre tal sitio y tal otro, dando rodeos para evitar a los tártaros, vadeando ríos, cambiando de vehículo, a pie o a caballo. Los conocimientos y la preparación de Verne son superlativos y aunque de adolescente me mostraba ávido de aprender, ahora pasada la cuarentena esos pasajes me parecen plomizos. 



Así que con Miguel Strogoff me ha pasado lo mismo que con otras obras de Verne ahora que estoy leyéndolas en la madurez. Cuesta mucho decirlo, pero  tienen bastantes pasajes aburridos y no sé cómo funcionaría ahora en una chavalería que está acostumbrada a la inmediatez y que pueda llegar a estos clásicos por un motivo u otro.

sábado, 20 de julio de 2019

Jaipur

Jaipur es un juego de cartas exclusivo para dos jugadores en el que cada uno toma el rol de un mercader que quiere colocar su mercancía y ganar el mayor beneficio. 

Cada jugador tiene una mano de cartas con la que jugar, que representan las mercancías con las que tratamos (diamantes, oro, plata, especias, cuero y telas) y que siguiendo las reglas podremos vender y obtener dinero. 



Si conseguimos vender grupos de estas mercancías, obtendremos también bonificadores. 

Hay también un mercado central del que podremos reponer mercancía o en el que podremos descargarnos de cartas, si nos interesa por algún motivo. 

La saturación de mercancía a la venta se refleja porque cada vez que vendamos un producto, obtendremos menos dinero de vuelta. 

Los camellos son otra historia: no se pueden vender, no se pueden intercambiar, pero se pueden acumular. Y el jugador que más camellos acumula en su cuadra, se lleva también una tanda de puntos. 




La partida se divide en tres juegos, mangas, sets o como queramos llamarlo. Gana el jugador con más puntos en dos de esos tres juegos. 

Jaipur es un juego muy recomendable, con partidas que duran media horita y que se adapta a todos los niveles. Puedes jugar con niños o puedes jugar con adultos. Además, como solo hacen falta dos jugadores, no tienes que reunir a la pandilla. Su duración reducida lo hace ideal para rellenar un hueco en un viaje o para remontar una tarde aburrida.

A los niños les encanta porque tiene cartas con ilustraciones atractivas y coloridas, además de las fichas de bonificación, las monedas, etc. 

Y todo en una cajita pequeña y bien montada, y con un precio apañado. 


domingo, 14 de julio de 2019

El tapiz de Fionavar

En mi afán por leer obras clásicas, hace unos meses que leí la trilogía de El tapiz de Fionavar, del amigo Guy Gavriel Kay. Con un resultado bastante negativo, he de decir. 

Publicada en la primera mitad de la década de los ochenta del siglo pasado, El tapiz de Fionavar se compone de tres títulos, El árbol del verano, El fuego errante y Sendero de tinieblas, que cuentan la historia de unos muchachos canadienses (como el autor) que se ven transportados de nuestro mundo hasta Fionavar por el mago Loren Manto de Plata. Allí se convertirán en héroes de ese nuevo mundo, algunos de ellos morirán y todos sufrirán en una guerra que amenaza con destruir al resto de los mundos, incluido el nuestro, que están unidos a Fionavar por El Tejido. 




Partimos de una idea buena, ese viaje transdimensional o como lo queramos llamar. Tenemos alguna otra buena idea más, como esa particular forma de magia, que necesita del hechicero y de un catalista del que el primero extrae la energía mágica (algo que luego vimos en La espada de Joram). 

Pero lo que viene después no es ni mucho menos tan brillante. Es más, toda la obra tiene un cierto olor a viejo, a algo que ya está hecho y que se le ha querido dar un lavado de cara. Luego, cuando ves en algunos sitios que el amigo Guy Gavriel Kay ha colaborado con Christopher Tolkien en la redacción definitiva de El silmarillion, ya se entienden muchas cosas. 




La historia puede ser algo interesante, pero los personajes no tienen volumen y no se puede empatizar con ellos. Más bien odias a alguno de ellos y te da igual cuando mueren. Otros personajes que han podido dar un poco más de juego, mueren de una forma totalmente prescindible e inútil. 

Por ejemplo, cuando Melkor (perdón, el Tejedor), libera un dragón que promete fuego y sufrimiento a partes iguales, este es derrotado con bastante simpleza por un niño montado sobre un unicornio con alas. O sea, te quedas con una sensación WTF bastante poderosa. Una sensación que también tengo con el desenlace de la historia del hijo del Tejedor y una de las protagonistas (Jennifer, un personaje bastante poco empático con el lector), al que se le vende como el fiel de la balanza que desencadenará el destino del mundo dependiendo de su decisión, prometiendo al menos un confllicto sicológico interesante y luego se ventila como si nada.

Y la presencia del Rey Arturo y de su fiel Lancelot recuerda mucho, si no demasiado, al concepto de Campeón Eterno de Michael Moorcock.



Si además unes a todo esto una prosa excesivamente cargada y pomposa, tienes el cóctel perfecto para un fracaso en toda regla. Hay párrafos que son infumables, pretendiendo imitar la prosa de Tolkien (que, no nos engañemos, también tenía lo suyo), pero sin llegar a su talento.

Una pena, porque esta trílogía le podría haber gustado a mi yo de quince años. Y porque cuando leí Tigana, publicada por el mismo autor unos años después, no me disgustó para nada (aunque tampoco es un libro que vaya a cambiar la historia de la novela fantástica). 



Por lo menos es una trilogía de las clásicas, con libros manejables de trescientas y pico a cuatrocientas páginas y no los tochos que se llevan hoy en día. Si fuera así, sería homérico llegar al final. 

No puedo recomendarla. En conciencia.

viernes, 12 de julio de 2019

La paradoja de Fermi

Nuestro Universo está en continua expansión y alberga cientos de millones de galaxias, cada una de ellas con decenas de miles de millones de estrellas. Alrededor de cada estrella orbitan al menos una decena de planetas y malo será que al menos uno de ellos no orbite en la zona de habitabilidad de la estrella. 

O sea, si hacemos uso de la lógica, debería haber un número entre 1 (nosotros) y varios millones de sistemas estelares que albergan, han albergado o podrán albergar vida. Y, del mismo modo, podemos llegar a la conclusión de que un número entre 1 (nosotros) y varios millones de estos sistemas estelares, albergarán vida inteligente. 


La ecuación de Drake


El número, o más bien la estimación exacta, vendrá dado por cuán optimistas estemos el día en cuestión. Pero la lógica suele ser aplastante. 

Fran Drake desarrolló una ecuación que intenta estimar ese número de sistemas estelares que nos acompañan durante el camino (¿largo?, ¿corto?) de la civilización. Un intento de aplicar las matemáticas a un tema tan subjetivo. El problema, claro, que no es posible conocer los valores que necesitamos aplicar. O sea, vuelta a la subjetividad. 

Este es Drake...

Drake, como cualquiera de nosotros echando unos números, pensaba que debería haber otras civilizaciones inteligentes con las que podríamos comunicarnos e impulsó el proyecto SETI, ese en el que puedes participar tú también compartiendo tiempo de procesador. A pesar de todo, los años y las décadas pasan y no encontramos nada más allá de la fugaz señal WOW! y que no se ha vuelto a repetir. 

¡Uala!


Fue el físico italiano Enrico Fermi el que apuntó su famosa paradoja: la paradoja de Fermi. O sea, si hay potencial para tantos y tantos compañeros y vecinos, ¿dónde paran que no los oímos?. Otra aplastante aplicación de la lógica. Aplastante porque hace uso de la evidencia para destrozar los sueños de aquellos que desean surfear con los aliens. 

...y este es Fermi

Hay respuestas para todos los gustos, algunas más desarrolladas y otras apenas apuntadas:

  • Las civilizaciones no coinciden en el tiempo. La escala de tiempo del Universo es tan amplia que pudiera darse el caso de que dos civilizaciones cualesquiera no compartan la misma ventana temporal. 
  • Las distancias son tan grandes que todavía no hemos contactado. El tiempo que tarda una señal en llegar (o salir) a la Tierra desde el planeta habitado más cercano puede tan largo que todavía no haya llegado a nosotros.
  • Están ahí, pero no desean ser contactados. Esta hipótesis abre escenarios estimulantes para los conspiranoicos, esctritores y demás gente de mal vivir (por ejemplo la hipótesis del zoológico)
  • Están ahí, pero no conseguimos entenderlos. Puede que su tecnología sea tan avanzada que no tengamos los medios para reconocer sus mensajes.
  • Hay un cuello de botella en la evolución de las civilizaciones que puede llevar a su autodestrucción. O sea, que hay civilizaciones que se han autodestruido a escala temprana. Esto debe ser antes de que la civilización tenga capacidad para el viaje interplanetario y/o interestelar, porque de otro modo podría escapar del colapso de su mundo natal. Si el embudo es muy acusado, pocas o ninguna civilización será capaz de desarrollarse y pasar al otro lado. 
  • Realmente somos una consecuencia extremadamente improbable (hipótesis de la Tierra rara). Hay un gran filtro que impide el desarrollo de vida inteligente.
  • Realmente estamos solos
Prácticamente ninguna solución propuesta a la paradoja de Fermi fomenta el optimismo, la verdad. O nos enfrentan a la soledad del inmenso vacío estelar o nos ponen delante de un espejo para que veamos las consecuencias catastróficas de nuestro hacer. 


Filtro evolutivo

La verdad es que la lógica y la evidencia nos llevan a soluciones contradictorias. 

Pero también hay la posibilidad de que estemos pecando de inconscientes al querer contactar con una civilización vecina, como llegó a decir Stephen Hawking. Porque, ¿cuáles son sus capacidades? Y más importante aún, ¿cuáles son sus intenciones? 



lunes, 8 de julio de 2019

Vikingos (T5)

La quinta temporada de Vikingos también se ha dividido en dos partes de diez capítulos cada uno y continúa el cambio de foco tras la muerte de Ragnar en la cuarta temporada. 

El problema es el mismo de entonces: el personaje de Ragnar era tan arrollador que eclipsaba a todos los demas. Ninguno de los demás se le puede aproximar. Ni Lagertha, Bjorn, Floki, Ubbe, Rollo... ni el mismo Ivar sin Huesos.




En esta ocasión tenemos la guerra entre hermanos que ya se vislumbró en la cuarta temporada. De un lado Ubbe, Bjorn y Lagertha. Del otro Ivar, Hvitsärk y el rey Harald. En el medio, el control de Kateggat. 

Sangre, mucha sangre. E Ivar, mucho Ivar, que resulta el protagonista indiscutible de la temporada por encima de cualquiera de sus hermanos y demuestra estar también por encima suyo en cuanto a previsión, táctica y estrategia, derrotándolos una y otra vez hasta que, al final, solo la traición puede con él aunque conserva la vida para una sexta temporada. Ese descenso a los infiernos de la locura resulta atractivo, casi como caer al reverso tenebroso de la fuerza. 




Crece también el protagonismo de Alfredo de Wessex, aunque se le ve más bien pusilánime y aún lejos del gran rey que fue. En su trama brilló con luz propia su madre, Judith, capaz de todo con tal de asegurar en el trono a su hijo, aún a costa de su otro hijo (una escena digna de Juego de Tronos).

Una decepción resulta ser la historia de Floki y la colonización de lo que debe ser Islandia. Vale que es también la historia de la mezquindad humana y cómo esa mezquindad echa por tierra los sueños del buen Floki, que cree haber encontrado el hogar de los dioses, solo para ver una cruz cristiana en el interior de una cueva. 




Es interesante esa dualidad paganismo / cristianismo en los personajes principales que Vikingos recupera en esta temporada. Resulta ser uno de los mejores momentos desde la desaparición de Athelstan hace ya un par de temporadas. 

Y como descubrimiento que me encantó, Jonathan Rhys Meyers y su personaje, el obispo Heahmund, príncipe de la Iglesia y guerrero que se debate entre el amor a Dios y su amor a Lagertha. Su final me pareció épico, pero también triste porque hubiese sido un aliciente para las temporadas por venir. Confieso que no había visto antes a este actor, pero no voy a poder olvidar en mucho tiempo esa mirada que desprende a la vez fanatismo y locura, quizá lo más cercano a la santidad. 




En resumen, la quinta temporada me pareció bastante plana salpicada con algunos momentos de verdadero interés, pero también con otros momentos de verdadero aburrimiento. Me parece que el interés va a ir decreciendo, por el sencillo motivo que los personajes que se quedan no son capaces de cubrir el hueco de los personajes que se van.