miércoles, 28 de febrero de 2018

Hasta siempre, Brujo

Uno no ha sido nunca futbolero. Vamos, que no pierdo el sueño por un partido de fútbol, sea el que sea, como sí lo perdería (y de hecho lo pierdo) por un partido de baloncesto. 

Eso no quita para que uno de mis recuerdos más antiguos sea cuando, sentado en una silla a que me llegara el turno para cortar el pelo en la barbería de mi barrio (en los ochenta, las mujeres iban a la peluquería y los hombres al barbero; hoy todos vamos a estilistas), leía un artículo sobre el 75 aniversario de la fundación del Real Sporting de Gijón. Aquello fue en 1980, así que yo tenía entre seis y siete añitos. 

Quni y su hermano, Jesús Castro, fallecido al salvar de ahogarse en el mar
a varios miembros de una familia




Nunca fui futbolero, pero siempre he llevado al Sporting conmigo. Durante los años que viví en Madrid, no pasaba un domingo sin que viera el resultado de los partidos en el teletexto, cuando el club estaba en el infierno de Segunda (Villa era, de verdad, un guaje). De vuelta a casa, vibré como el que más con el ascenso, me entristecí con el descenso, más aún con el fallecimiento de Manolo Preciado y volví a alegrarme con el ascenso logrado con el Pitu Abelardo. 

Ayer por la noche me enteré del fallecimiento de Enrique Castro, Quini. Se sintió indispuesto mientras conducía por nuestra ciudad. Lo que el cáncer no consiguió, lo hizo un infarto: arrebatarnos un símbolo.

Hay que ser de Gijón, o por lo menos hay que ser asturiano, para entender lo que Quini representa para todos nosotros y en especial para los que hoy somos hombres entre los cuarenta y los cincuenta.



Quini, para nosotros, es Dios.

Quini es lo más grande que tenemos. En los partidillos del recreo, todos queríamos ser Quini, ser los héroes del triunfo. 

Quini es el recuerdo de nuestros tiempos de gloria, en los que los gijoneses podíamos mirar, con orgullo, a los ojos, a madridistas y barcelonistas. Amparados por unas normas muy restrictivas para los jugadores, el Sporting consiguió mantener a sus estrellas durante muchos años: ... Subcampeones de Liga, subcampeones de Copa, asiduos de la UEFA cuando en Europa jugaban cuatro, cinco equipos por país, no como ahora.

Nombres, y hombres, míticos: Castro, Cundi, Jiménez, Redondo, Uría, Joaquín, Maceda, Ferrero, Mesa... 

Con Núñez, presidente del F.C. Barcelona, el día de su liberación
tras 25 días de secuestro


Pero sobre todos ellos, Enrique Castro, Quini, el Brujo. Machacón pichichi de la Liga, sus goles, su liderazgo, sus intangibles, eran la guinda de un equipo que representaba a una ciudad, a una región, castigada por la reconversión industrial, que pocas veces tenía algo que celebrar. 

El Molinón rugía. Aquí se inventó el canto aquel de "así, así gana el Madrid". Pero también el de "ahora, ahora Quini ahora" con la que se hacía saber al rival lo que le esperaba de un momento a otro. O aquel de "Clemente, cabrón, Quini selección" que el comentarista de televisión, asturiano, no sin retranca convirtió en un devaluado "Clemente, bribón, Quini selección".

Pero, aparte de todo lo que significó en el terreno deportivo, su calidad humana, que está trascendiendo estos días, lo hace aún más grande. En la era de las megaestrellas y los egos galácticos, sobran messis y cristianos y faltan quinis que, además de encandilar, enseñen a los más jóvenes los valores de la humildad y el sacrificio. 



Ahora que se ha ido, es como si se hubiera ido alguien de nuestra familia, alguien cercano, alguien querido. Por eso hoy ha sido un día triste.

Hasta siempre, Brujo. 


domingo, 25 de febrero de 2018

Doctor Extraño

Tenía puestas mis esperanzas en la película sobre el Maestro de las Artes Místicas, el Doctor Extraño. No por el personaje en sí, del que apenas conozco nada más que desterró a Hulk a la Encrucijada, allá por el final de los años ochenta del siglo pasado (y dando origen a uno de los hilos argumentales más famosos del gigante esmeralda), que es uno de los Illuminati que controla el mundo superheroico (junto a Iron Man, Namor, Rayo Negro, Reed Richards y el Profesor Xavier) y que es el dueño del Ojo de Agamotto, una de las reliquias más importantes del universo místico de Marvel. 



No, mis esperanzas estaban todas puestas en Benedict Cumberbatch, que se ha convertido en uno de mis actores favoritos desde Sherlock

La verdad es que mis esperanzas se han visto cumplidas en parte, porque igual que Robert Downey Junior ES Tony Stark, Benedict Cumberbatch ES Stephen Strange. 

Lo mejor de la película es, sin duda, ese doctor Strange que sufre un accidente de tráfico que acaba con su brillante carrera como cirujano y que es una bomba que detona su enorme ego hasta que no quedan más que cenizas. También ese Stephen Strange que, poco a poco, se va dando cuenta de que la realidad no es aquello a lo que está acostumbrado y que irá aprendiendo a dominar unas artes místicas con las que podrá realizar cosas que algunos llamarían milagros, hasta convertirse en el protector de uno de los santuarios místicos repartidos por el mundo. En concreto el de Nueva York.

Pero Benedict Cumberbatch está demasiado solo en una película que es demasiado confusa y de la que salí con una triste sensación de WTF? Aparte de algunos contados momentos, Doctor Extraño parece una película fallida, no como Daredevil, no, sino que quizá el espectador (yo) está saturado de personajes superheroicos. 


Bueno, yo lo he intentado

Con esta masificación que estamos viendo en los últimos años, o eres capaz de hacer una propuesta rompedora (Deadpool o Ant-Man, dejando Guardianes de la galaxia aparte porque me parece que no están a la altura de los otros dos) o hay que jugar muy bien las bazas para asomar la cabeza en este proceloso océano en el que se está convirtiendo el género. 

Hace años, cualquier adaptación hacía mucha ilusión. Hoy en día es más un hartazgo que otra cosa. 

Una pena, porque como digo Benedict Cumberbatch ES el Doctor Extraño. Habrá que ver cómo se desarrolla en otras películas (de momento lo he visto en Thor: Ragnarok) y, quizá, en una secuela.

domingo, 18 de febrero de 2018

X-Men: Apocalipsis

El primer mutante del mundo, Apocalipsis, adorado como un dios en el antiguo Egipto, continúa vivo a día de hoy y sale al exterior después de decenas de siglos confinado hasta que una lamentable coincidencia en una expedición arqueológica le trae de nuevo a la vida y a nuestro tiempo.  

Malotes

 Apocalipsis, lejos de estar cansado de varios milenios de vida, no busca sino perpetuarla y, por añadidura, dominar nuestro tiempo como hizo en el pasado. Por eso, mientras intenta hacerse poco a poco con la situación y con todos los cambios habidos desde su salida del estrellato, va reclutando un puñado de mutantes con los que consolidar su poder, entre ellos una Tormenta con nuevo rostro y cierto mutante con querencia por el metal que se encuentra en un bajo momento personal. 

Buenos

Pero Apocalipsis no cuenta con el Profesor Xavier y su escuela encubierta de jóvenes mutantes: Júbilo, Jean Grey, Cíclope, Rondador... los clásicos de los clásicos X-Men, con el añadido de Mercurio... 

Todos


Es inevitable que el Profesor Xavier y sus chicos se vean enfrentándose al mítico Apocalipsis, al mutante primigenio que con el paso de los tiempos ha ido absorbiendo el poder de incontables congéneres y ha adquirido un poder propio más allá de toda comprensión. O, en otras palabras, un combate que no podrán ganar y que, si no ganan, llevarán a su fin al mundo tal y como lo conocemos.

Otra vez.

Pero...

La franquicia X-Men, antaño tan pujante no solo desde el punto de vista económico sino desde el atractivo para el aficionado en general, lleva un tiempo dando tumbos y alternando buenas películas (Primera Generación, Días del futuro pasado) con otras bastante mediocres (La decisión final, todas las de Lobezno menos Logan) que ha ido haciendo daño a su fama. No cuento a Deadpool, a pesar de que está vinculado también con este universo de mutantes. 


La era de Apocalpsis es uno de los hilos míticos de la Patrulla X de los tebeos de toda la vida (hilo que no he tenido todavía la ocasión de leer), pero en la pantalla no ha dado más que para una ensalada de peleas con gran movimiento de cámara y pirotecnia de efectos especiales. Ni siquiera el (indudable) carisma del Magneto de Michael Fassbender, ni la aparición juvenil de Jean Grey (Sophie Turner) hizo que fueran soportables las casi ¡dos horas y media! de metraje (esa es otra, cada vez son más largas). 

Fénix Oscura, cuidado


Una película que no me aporta gran cosa, más allá de las ganas de ver la futura Fénix Oscura, más que nada por el personaje y por la actriz.

domingo, 11 de febrero de 2018

Mad Men (T1 a T7)

Mad Men es, principalmente, la historia de Don Draper. Una serie en la que nunca pasa nada, pero que engancha de una forma que no es habitual, desde la particular cabecera hasta los títulos de crédito amenizados con una canción icónica de la época.



Engancha sin necesitar fuegos de artificio en forma de efectos especiales o historias rocambolescas como puntos de partida. Ni mucho menos. Mad Men se basa primero en los personajes y luego en las historias, cotidianas, de todos ellos. 

Nunca pasa nada en Mad Men, pero los cincuenta minutos que dura cada capítulo se pasan en un suspiro. Una y otra vez, capítulo a capítulo, temporada a temporada. 



Una serie esclava de la época que reproduce. Una serie donde se bebe, se fuma, los hombres son cazadores que miden su éxito en las piezas que logran, y las mujeres se dejan cazar. Una serie en la que los roles sexistas están muy marcados. 

Don Draper es el protagonista absoluto, un hombre que ha tomado prestada la vida de otro y que tiene un don, el don de vender ideas como si fueran churros. Un hombre de éxito que nunca está satisfecho con lo que tiene, que siempre quiere más, quizá porque sabe que lo que está viviendo no es suyo. 

Pero él no sería nada sin una pléyade de personajes secundarios que enriquecen el universo de lo cotidiano: Peggy Olson, Pete Campbell, Roger Sterling, Bertram Cooper, Betty y Megan Draper, Joan Harris, Ken Cosgrove, Stan Rizzo... prácticamente todos ellos tienen algo que aportar, algún matiz que los hace diferentes y llenos de contenido. 



Son siete temporadas, noventaidós capítulos, de pura poesía televisiva. 

He visto muchas series en mi vida, grandes clásicos de los años setenta y ochenta del siglo pasado, cuando solo había dos cadenas de televisión. De algunas de ellas, guardo el recuerdo de que son espectaculares, de lo mejor que se ha podido ver en la televisión. Mad Men no desmerece en nada a ninguna de ellas. No solo eso, sino que va directamente al Olimpo de las series. 



Es fascinante pasear por la vida de Don Draper, desde el principio, su ascenso, su inconformismo y voracidad y ese aparente descenso a los infiernos que lleva a los capítulos finales. Una vida que se resume con maestría en esa sonrisa al final capítulo postrero de la última temporada. Un magnífico colofón para una serie magnífica que, además, ha sabido cerrar cada una de las historias vitales de los personajes más importantes. 

Mad Men es, sin ninguna duda,  una de las mejores series de la Historia de la Televisión y será recordada durante años.