lunes, 30 de abril de 2012

¡Vengadores, reuníos!

Ése era el grito de batalla del grupo de superhéroes más poderoso de la Tierra, los Vengadores. 

Después de varios años preparando a los espectadores con espectaculares superproducciones, llegó la hora en que Marvel Productions, en colaboración con la Paramount, nos presenta la adaptación a la gran pantalla de esta serie de tebeos, una de las más antiguas de la Factoría. Por supuesto, se toma alguna que otra licencia (faltan Avispa y Hombre Hormiga, aparecen Ojo de Halcón y Viuda Negra), pero me da igual, nunca he sido un purista. Y si el resultado final es visualmente tan impactante, mejor que mejor.



Porque Los Vengadores es eso, un cúmulo de sensaciones visuales que bombardean al espectador desde el primer minuto de metraje. Son, no lo olvidemos, los héroes más poderosos de la Tierra, así que no pueden enfrentarse a amenazas de tres al cuarto. No tenemos aquí a mutantes que no saben muy bien cuál es su lugar; como tampoco tenemos a adolescentes trepamuros con problemas tópicos y típicos de su edad. 

En Los Vengadores nos encontramos con dioses que caminan entre nosotros, multimillonarios seguros de sí mismos, genios científicos con, digamos, una doble personalidad, un héroe criogenizado y un poco demodé y asesinos que han descubierto que tienen escrúpulos y abandonaron hace tiempo el eje del mal.

Lo mejor de cada casa, vamos. 

Si a ello añadimos al director de una agencia gubernamental norteamericana que es como un Estado dentro de otro Estado, tenemos el cóctel perfecto para pasar dos horas y media entretenidos.

No es que estemos delante de un ejercicio de estilo guionístico. Más bien no. Todo es bastante básico: planteamiento - nudo - desenlace, o sea encuentro - desencuentro - somos amigos, interrumpido en ocasiones para solmenar unas cuantas hostias al maluto o malutos de turno, en este caso Loki, ayudado por unos tipos muy malos y muy feos que vienen de muy lejos a través de una especie de agujero de gusano...

Samuel L. Jackson clava a Nick Furia (en su versión Ultimate; es un poco moreno para la versión tradicional) y Robert Downey Jr. ES Tony Stark (como Toby McGuire ES Peter Parker, por mucho que ahora nos vayan a vender un nuevo comienzo, o Christian Bale ES Bruce Wayne). Ambos están muy bien y dan algunos de los mejores momentos. 

Chris Evans hace un Capitán América bastante apañado, aunque no deja de estar a la sombra de los anteriores. Thor tiene momentos espectaculares, que para eso es un dios nórdico con unos brazos como remos y unas espaldas como un armario empotrado. Ojo de Halcón, bueno, pues eso... ¡ah, se le acaban las flechas! Viuda Negra, psé... los morros de la Johansson y poco más.... 

Una pena que se haya caído Ed Norton, que me pareció una pasada en su versión de Hulk. Aquí tenemos en el mismo papel a Mark Ruffalo (ni idea de quién es este tío) que hace un buen apaño con Bruce Banner, la verdad, aunque creo que no llega a lo que hizo Norton.

Y eso, visualmente es una gozada. Vemos el helitransporte de S.H.I.E.L.D., que parece un portaaviones hasta que despega del mar y tal, se hace invisible... la pera, vamos. Uno lo pasa bien, aunque la historia sea poco más que una excusa para el despliegue de medios. Pero bueno, uno no va a ver Los Vengadores para luego discutir del método DOGMA o de Almodóvar...

No sé, no sé... ¿qué tal un siete?

¡Ah, y quedarse hasta el final de los títulos de crédito!

sábado, 28 de abril de 2012

El mensajero de la oscuridad

Trilogía de Lynn Flewelling (nombrecito), compuesta por La suerte de los ladrones, La oscuridad que acecha y La luna del traidor y publicada originalmente por La Factoría de Ideas. Creo que esta edición original está bastante difícil de conseguir. Hoy en día ya ha dejado de ser trilogía, para convertirse en pentalogía al añadir dos libros más que aún no han sido traducidos al castellano.

Pues resulta que hace ya unos cuantos años me hice con el primero y me gustó bastante, así que estos días / semanas lo releí y me puse con los otros dos.Así disfruté de las aventuras de Seregil y de Alec, Micum, Nysander, Thero y Beka en los reinos de Micenia y Eskalia.



Tengo que decir que La suerte de los ladrones no me pareció tan bueno en la relectura. Sí, es ágil, los personajes son atractivos... pero la historia es, dejando aparte algunas particularidades, bastante tópica en la fantasía épica: encuentro casual de protagonistas, búsqueda a vida o muerte, enemigos en las sombras, aliados poderosos... Lo normal, vamos. Excepto porque, yalo he dicho, los personajes son atractivos y carismáticos, tanto los buenos como los malos y que Lynn Flewelling tiene un toque especial que hace que no te aburras de leer aunque describa las actividades más mundanas de sus personajes.

Pues eso, un poco decepcionante pero todavía prometedor. Así que decidí ponerme con el segundo, La oscuridad que acecha. Aquí somos testigos de cómo Plenimar, antiguo reino rival de Micenia y Eskalia vuelve a declarar la guerra a sus vecinos, arrollados por sus ejércitos y nigromantes. Paralelamente se desarrolla la luchaclandestina por ciertos artefactos de gran poder que, de caer en manos de los plenimaranos, permitirán convocar al Devorador de la Muerte (un nombre un poco chungo, me gustaría haber podido leer el original). 

En La oscuridad que acecha somos testigos de traiciones, comportamientos heroicos y muertes sorprendentes, pero también tenemos, además de los protagonistas conocidos y el desarrollo de sus historias personales, unos malos muy carismáticos y odiosos: el Duque Mardus de Plenimar y el nigromante Vargul Ashnazai. Estos dos tipos son realmente reseñables en cuanto a poderosas contrapartidas a los protagonistas. Bueno, ya sabemos que estas historias siempre acaban bien, pero hay momentos en que llegas a dudar de todo. Si en vez de Lynn Flewelling habláramos de George Martin, la mitad del casting protagonistas estaría en el paro ahora mismo. 



La confrontación final es climática y agridulce. Nadie duda del éxito de los buenos, pero pagarán un precio demasiado alto, especialmente Seregil, uno de los personajes más ricos en matices que me he encontrado en las novelas de fantasía. En su conjunto, La oscuridad que acecha es mejor que La suerte de los ladrones.

Y entonces llega la tercera parte, La luna del traidor, con un registro totalmente diferente a los anteriores: la alta política. Situado dos o tres años después del final de La oscuridad que acecha, el tercer libro arranca con negras noticias sobre la guerra que aún mantienen Eskalia y Micenia contra Plenimar. La cosa está chunga, vamos, así que una de las últimas decisiones de la reina Idrilain de Eskalia es mandar una embajada a reabrir las relaciones con Auréren (el país de lo que vendrían a ser los elfos) bajo la dirección de su propia hermana (una de las particularidades de Eskalia es que sólo las mujeres tienen derecho a la corona). 



Seregil, del que conocemos poco a poco piezas de su pasado, acompañará a la princesa como consejero especial, pues él mismo es un Aurenfaie (un elfo, vamos). Alec, por supuesto (ya veremos luego por qué) , le acompañará. 

Para mí es éste el mejor libro de los tres. Porque aunque parece que 700 páginas de complots políticos puedan tener poco interés, la historia es más que amena y divertida. Tenemos, por supuesto, esos entresijos entre pasillos a los que estamos acostumbrados en la vida real y que tienen gran interés mientras nos familiarizamos con la particular forma de ser de los Auren...elfos y cómo los humanos desesperan. Pero también tenemos momentos muy interesantes, cuchillos en las sombras, quintacolumnistas que buscan frenar todos los avances tan duramente conseguidos, asesinatos y atentados...

Y todo ello con la habitual forma de contar las historias que tiene la autora. En ese sentido es un grato hallazgo y tengo que decir que no me he aburrido nada leyendo una página tras otra. Además de que la serie va in crescendo, hasta un final más que satisfactorio. Desconfío de los siguientes dos tomos (que ya he dicho no se encuentran en castellano todavía), porque la autora dejó pasar casi diez años entre el tercero y el cuarto y no sé por qué me da mala espina. Pero la trilogía original es muy recomendable.

No he hablado todavía de la particularidad de los personajes principales: Alec y Seregil son bisexuales. Al principio se dan indicios deliberadamente ambiguos, pero ya en el segundo libro la cosa se hace más clara. Según el artículo de Wikipedia dedicado a la autora, es un tema recurrente en sus escritos. Bueno, para gustos hay colores y no voy a negar que choca bastante al principio. Esto no quita que, como digo, Seregil sea uno de los personajes con más volumen que he podido leer. 

Pues eso, si a La suerte de los ladrones le damos un seis con perspectiva positiva, más que nada porque no es muy original y las historias de los protagonistas están solo un poco más que esbozadas, resulta que a La oscuridad que acecha tiene un siete, también con perspectiva positiva. Y a La luna del traidor, le damos un ocho, a secas, que no es moco de pavo.

Resumiendo, El mensajero de la oscuridad es una serie que crece más que satisfactoriamente a medida que van pasando las páginas y las historias y tramas se entrelazan y desarrollan poco a poco.


sábado, 21 de abril de 2012

Ya está

Ya ha salido.

El libro recopilatorio de los relatos seleccionados en el IV Certamen de Relato Histórico Hislibris, en el que está mi Liebe Kitty, lleva por título Acerca de la virtud en la época clásica de los griegos y ha sido editado por Evohé y puede encontrarse también en formato digital.

Os dejo el enlace de la editorial, por si alguien se anima... 


¡Toy más contento!

domingo, 15 de abril de 2012

Para leer antes de dormir

También yo he sucumbido a la fiebre del segundo centenario del nacimiento de Charles Dickens, así que aderecé el último pedido del Círculo de Lectores con un pequeñín: Para leer antes de dormir. Una selección de cuentos de fantasmas.

La verdad es que es lo primero que leo de Dickens. Conozco sus obras por las adaptaciones que se han hecho, bien al cómic o al cine, pero nada que haya visto negro sobre blanco. El primero contacto ha sido, por qué no decirlo, decepcionante. 

Para aderezar, una de las fotos de fantasmas más famosas


El librito contiene unos cuantos relatos que aparecieron publicados en las revistas que dirigía Dickens, principalmente en especiales de Navidad. Por tanto, su extensión es limitada. Pero aún así, me ha costado bastante no solo leerlos, sino mantener la atención durante bastantes momentos. 

El estilo se hace en ocasiones pesado, y no ayuda que todos los cuentos estén escritos en primera persona. La historia nos lleva decididamente hacia un final que en la gran mayoría de los cuentos está bastante lejos de ser sorprendente y deja al lector más o menos indiferente. No sé, a mí me gusta que me sorprendan en las historias cortas, porque el final de un cuento, si es bueno, deja poso en la memoria y resulta más agradable de recordar. Yo apenas puedo acordarme de algunos detalles de los cuentos que he leído, aunque no hace ni una semana que terminé el libro. 

Y es que el problema, pienso, resulta en que tanto las historias como el estilo han envejecido bastante mal. Es ya más de siglo y medio el tiempo que ha pasado desde que fueron escritas y, como son unas historias ingenuas, el lector actual está ya de vuelta de todo y no causan el mismo efecto. Es un poco lo que me pasa con las historias de Lovecraft, por muchas cursivas que quieran poner sus editores... En cambio, fíjate tú, no me pasa lo mismo con Poe o, ya puestos, con Bécquer. 

Pequeña decepción, por tanto, que pesa en la nota final. No llegamos al aprobado, amigo Carlos. Un cuatro, pero más por lo que sé de ti que por lo que me haya gustado o dejado de gustar este Para leer antes de dormir.

martes, 10 de abril de 2012

Tres años

Hace hoy exactamente tres años que iniciamos la andadura de estas Historias de Iramar.  Este tiempo ha dado para más de 160 entradas, casi dos mil visitas, seis seguidores con firma (gracias) y alguno más que se esconde en la oscuridad (gracias también). 

No está mal, la verdad. Seguimos en la parte ascendente de la campana de Gauss y, dentro de la modestia, mantenemos un nivel estable de visitas. Quizá eche de menos algún comentario más, pero bueno, todo se andará.

Espero que sigáis ahí, echándonos unas risas a costa de Dan Brown, Artur Balder o José Luis Corral (de momento, ya tenemos Tríada) y comentando cosejas de interés. Espero por lo menos ahorraros ver bodrios en el cine o leer ladrillos y que podáis aprovechar vuestro tiempo en otras cosas de provecho.

lunes, 9 de abril de 2012

¡Épico!

Archimagos de inconmensurable poder arcano, cargados de objetos mágicos que harían palidecer a los mismos dioses... Guerreros con relucientes armaduras y espadas que decapitan con un movimiento... Archidruidas que pueden transformarse en critaturas colosales con el fin de defender el equilibrio de la naturaleza... ladrones que, además de fundirse literalmente con las sombras y moverse en silencio, son capaces de abrir cerraduras con los ojos cerrados o apuñalar a sus víctimas con mortal eficacia...La magia crepita por doquier, los conjuros se apelotonan para ser lanzados con mortal eficacia: dedo de muerte, rayo relampagueante, resurrección, deseo, bola de fuego...

Dragones rojos, azules, verdes, negros... dracoliches, liches, espectros, vampiros, demonios... Los enemigos son de por sí potenciales catástrofes naturales, cuando no son los propios dioses los que caminan por el mundo en forma de avatares.

Los retos a los que se enfrentan los PJs son de tal enjundia que cambian la faz de la tierra o la historia de un país de un plumazo. No hay tonterías ni medios pelos cuando cada uno de ellos convoca a decenas de seguidores y desplaza toneladas de material...

Esto es, en resumen, lo que el sistema D&D (Dragones y Mazmorras en cualquiera de sus reencarnaciones) entiende por juego épico. A mí me supone un cierto aburrimiento y descontrol, la verdad. Son tantas las opciones que tenemos los jugadores que al final me acabo centrando en las tres o cuatro cosas que funcionan y desechando el resto. Total, ¿para qué? Y si en lugar de jugador soy DJ, no te quiero contar. Preparar un módulo se convierte en una labor titánica, crear los PNJ lleva mucho más tiempo del que dispongo... así que también me centro en tres o cuatro cosillas de toda la vida y ya está. O sea, que el juego se desaprovecha en un 70%, por lo menos...

No, amigos...

Lo realmente épico es jugar partidas con personajes de nivel 1. Creedme, lo sé...

Nada supera a la sensación de escurrirte por un laberinto de piedra, ajeno a lo que se esconde más allá del reducido círculo de luz de la antorcha, atento a cualquier ruido que delate lo que quiera que hay más adelante mientras evito pisar una losa o un cable que active una mortífera trampa. Todo ello con apenas 6 o 7 puntos de vida, insuficientes para soportar dos golpes bien dados de una mísera daga.

En esos momentos, una decisión errónea puede llevar a la muerte del grupo completo. ¿Giramos a la izquierda o a la derecha? El pasillo de la izquierda está oscuro como la boca de un dragón, pero el de la derecha huele como una cloaca... de dragón. ¿Malgasto el conjuro de sueño, el único que tengo para este día, con los dos centinelas de la entrada o lo guardo para más adelante? Si lo guardo, ¿quién me asegura que estaré vivo para cuando haga falta lanzarlo? ¿Y el orden de marcha? ¿Quién va el primero? Amigo, hay que tenerlos como el caballo de Espartero para presentarse voluntario...

Es en el primer nivel cuando los hombres se diferencian de los niños. Especialmente cuando detrás de la puerta se escuchan los ladridos que delatan una horda de kobolds que, en proporción de cinco o seis a uno, se apelotonan deseando clavar sus lanzas de palo entre los resquicios de las armaduras de mis camaradas. 

Sí, eso que saboreas entonces es ¡miedo! Disfrútalo, porque es la salsa del juego.

Eso sí que es ÉPICO.

viernes, 6 de abril de 2012

¡A los leones!

La décima novela de Marco Didio Falco lleva el sugerente título ¡A los leones! y vino de regalo con la revista Historia y Vida de la que soy asiduo comprador. Bueno, de regalo no. Pero a muy buen precio. 

Tenía ganas de leer algún libro de la serie, porque hace ya siglos que leí la primera (La plata de Britania) y me gustó mucho, aunque apenas recordaba nada de ella y ni siquiera sé por dónde la tengo (probablemente ande en casa de mis padres, escondida entre la multitud de libros que todavía tengo por allí). 

Ambientada en la época en la que Vespasiano se hizo con el poder en Roma, aúna un cierto aroma histórico con el sabor de las buenas novelas de misterio. Pero cuidado, que el aroma histórico es a veces un pelín difuso y las más veces un mero vehículo para recorrer junto con Marco la geografía de la Ciudad Eterna y las provincias del Imperio. El punto fuerte es el personaje principal, cínico como buen sabueso clásico, pero con un código de honor que le empuja a hacer lo correcto. La retahíla de secundarios da aún más color a la historia, como si estuviésemos en una especie de reality de la vida de Falco.

En esta entrega, Falco comienza un trabajo para el censo, buscando aflorar la economía sumergida (qué terriblemente actual suena eso) y devolver al fisco parte de lo defraudado. Como socio tiene al antiguo jefe de espías de Vespasiano, al que no soporta. Con esta base, nos encontramos frente a la lucha subterránea entre los empresarios que buscan la mejor posición a la hora de contratar con el Estado cuando el Anfiteatro Flavio (sí, el Coliseo) sea una realidad. La muerte de un león será el detonante de la curiosidad de nuestro amigo. Pero no es un león cualquiera, sino uno especialmente entrenado para ajusticiar a los condenados a muerte (ad bestias, que se dice).

No podía faltar: Panthera leo en reposo
 La trama se desenrreda poco a poco y, aunque pronto parece que no va a dar más de sí, nos guarda una sorpresa al final del libro (por lo menos yo no lo ví venir, aunque a lo mejor esto no quiere decir mucho). Para dar un poquito más de volumen, qué mejor que alguna trama secundaria familiar. 

El resultado final es más que interesante, mezclando todos los ingredientes en una medida aceptable. Una lectura agradable que me hará leer más, sin duda. Veremos qué tal se dan los primeros volúmenes de la serie, porque la única duda que me queda es cómo ha ido evolucionando la historia hasta este décimo volumen y cómo seguirá a partir de ahí.

Vamos a darle un siete, con perspectiva positiva.

miércoles, 4 de abril de 2012

El sicario de Dios

Película corta que no llega a hora y media de metraje. Es lo mejor que se puede decir de ella.

La idea no es mala: la Iglesia (Católica, por supuesto), entrena un grupo de Sacerdotes (así, con mayúscula que suena y todo) para combatir a los vampiros. Tras la victoria final, desbanda el equipo, que pierde contacto hasta que las circunstancias vuelven a unir a una parte de él. 

Así, en bruto, la idea no está mal. Pero en bruto, ¿eh?. Que cuando se desarrolla no es más que un refrito de spaguetti western, Mad Max, Matrix, El planeta de los simios, Juez Dredd, Rambo y 1984, con todos los tópicos típicos habidos y por haber. 

¿Parece Batman o qué?


Tenemos un prota duro, pero carcomido por su pasado al haber tenido que dejar atrás a su colega más colega del mundo mundial. Pero, a pesar de los pesares, nada hace mella en su granítica determinación.Tenemos al hermano del prota, carne de cañón y motivación primaria (venganza) para él. Tenemos al maluto. Malo malísimo de la muerte, pretende ser carismático y se nos presenta como un rival prácticamente invencible. Pero claro, si lo fuera no tendríamos película, ¿verdad? Tenemos tensión sexual no resuelta entre el prota y su antigua compañera, que si bien son sacerdotes, la carne es débil. Aunque eso, la tensión sexual no está resuelta, así que dependeremos de grandes dosis de bromuro. Tenemos una organización a la que es fácil poner de mala, la Iglesia Católica, que como el gobierno de los Estados Unidos tras Vietnam, se olvida de los que lucharon por ella en aras de mantener con mano férrea el gobierno de lo que queda del mundo...

Porque todo esto sucede en una Tierra postcataclísmica. Probablemente una guerra nuclear. Los hombres viven en ciudades amuralladas, fuera de las cuales no hay más que devastación (las tierras baldías), aunque grupos poblacionales minúsculos aspiran a prosperar fuera de la vigilancia del Gran Hermano, digo de la Iglesia. 

Así que los protagonistas son cowboys que cambian el caballo por una motocicleta solar, se enfrentan a los malos y... pues eso. 

¿Cómo quedan los vampiros en este meollo? Lejos de la moda glam de estos últimos años, los vampiros se reducen a criaturas bestiales ciegas (no en vano tienen que vivir en la oscuridad), que viven en colmenas y dependen de una reina. Ya está. ¿Para qué filosofar, si lo que vende es el gore?

Vamos, que siendo buenos podemos ponerle un tres sobre diez. Lo más chungo es que el final es abierto, porque no sea que la cosa se venda y podamos hacer una segunda parte...

domingo, 1 de abril de 2012

Certamen Teseo VIII

Una vez más, el portal El Multiverso.com convocó el certamen Teseo. En este caso, la pregunta a la que había que responder era ¿Qué le ocurrió a la Atlántida? con un relato (o dos) de un máximo de 500 palabras cada uno.

Hay que reconocer que ha sido un fracaso total. Por un lado,  Sin Rumbo ha sacado 1 puntaco. No me extrañó, porque tampoco tenía muchas ilusiones puestas en él. No deja de ser una sátira de un acontecimiento real por todos conocido, que podía gustar o no gustar. No podía competir con otros relatos más elaborados, y lo asumo. Su puesto, 29 de 35, empatado con otros dos.

Sol sin estrellas sacó 4 puntacos, de dos votantes distintos. Su puesto, 23 de 35, empatado con otros dos relatos. Pero en este sí que tenía esperanzas. Creo que es bueno, pero los comentarios indican que es allido, porque su final abierto deja al lector confuso. En general, tampoco se apreciaron juegos de palabras con los nombres y la situación, y se indicó que necesitaba mayor extensión para desarrollarse por completo. Creo que sí, porque la versión 0 tenía unas 650 palabras que hubo que ir recortando hasta llegar al máximo permitido. 

Bueno, un serio paso atrás, incluso peor que con mi primera intervención. No ha sido lo mejor que he ofrecido, pero Sol sin estrellas quizá no mereciera tanto castigo.

Juzgad vosotros.

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SIN RUMBO

Los glaciales ojos azules del superintendente observaron el rostro de Farelli. Ordenó sus notas con meticulosidad eslava, tomó un sorbo de sucedáneo de café y esperó paciente el reflujo de la marea ofendida. Cuando habló, lo hizo en un susurro.
—Creo que no ha tomado conciencia de la situación en que se encuentra, comandante —pronunciaba la neolengua con un fuerte acento—. Debemos aclarar lo ocurrido y determinar su responsabilidad en el accidente.
Farelli se pasó la lengua por los labios y miró fijamente la mesa de bioplástico, que reflejaba con dureza la luz de los focos del techo.
—Mire Vorykhov —probó otra vez—, ya se lo he dicho. No sé qué alteró el rumbo del Atlantis. Puede que un error en el navegador…
—¿Quiere usted decir, comandante —interrumpió Vorykhov—, que el encontrarse a más de veinte millones de kilómetros de su posición teórica, en el puñetero centro de un campo de asteroides de cuatro parsecs cúbicos, se debe a un fallo de un sistema que cuesta más de lo que usted y yo ganaríamos en cien vidas?
—Bueno…
—¿Mantiene —continuó Vorykhov, implacable— que se produjo una explosión fortuita en la cubierta de mantenimiento que, cito textualmente, hizo temblar los cimientos de la nave?
—Yo… —empezó, cabizbajo.
—¿Cómo explica entonces que el casco se rasgara hacia el interior?
—Verá…
—Y, ya puestos, ¿qué hizo para salvaguardar las vidas de sus subordinados y las valiosas grabaciones de datos del sistema? —apuntó Vorykhov—. ¿He de recordarle que estaba al mando del primer hipervuelo de la Historia?
—Sé muy bien cuál era mi responsabilidad, superintendente —trató de defenderse Farelli—, pero todo fue muy confuso. Estaba oscuro y apenas podía ver.
—¿Dónde se encontraba mientras coordinaba las labores de rescate? —dijo Vorykhov, tomando otro sorbo de sucedáneo—. ¿Por qué nadie lo vio en el puente de mando después de producirse la colisión?
—Estaba inspeccionando una cápsula de escape.
—Ya veo… —dijo Vorykhov mientras revisaba sus notas; enarcó los ojos, mostrando sorpresa fingida—. ¿Fuera del Atlantis?
—¡Se disparó por accidente!
Inclinándose con rapidez sobre la mesa que se interponía entre ellos, Igor Vorykhov propinó un sonoro bofetón que hizo girar la cabeza del comandante, quien solo acertó a llevarse la mano a la mejilla dolorida.
—¡Es usted una vergüenza para el género humano! —escupió el superintendente—. ¡No solo ha echado a perder cien años de trabajo y billones de créditos, sino las vidas de los tripulantes que estaban bajo su mando! ¡Ocho personas, Farelli! ¡Ocho! ¡Mezquino hijo de la grandísima…!
Trató de recuperar el control mientras Farelli se encogía sobre la silla, ante el brutal ataque de ira que se cernía sobre él.
—¡Fuera de mi vista! —aulló Vorykhov.
Al momento, dos guardias de seguridad entraron en la sala y se llevaron en volandas a un derrotado comandante, que aún balbuceaba incoherencias.
Al quedarse a solas, tiró el vaso, derramando el sucedáneo de café por la pared.
—¡Cazzo!

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SOL SIN ESTRELLAS

—Descendiendo por debajo de cinco mil pies —recitó—. Ajustando velocidad de inmersión a doscientos pies por minuto.
A bordo del pequeño Atlántida, el capitán John Scott miraba a través de los gruesos mamparos de plexiglás la negrura de las profundidades marinas, apenas hendida por los proyectores halógenos. Pronto llegaría a la plataforma submarina en la que se habían detectado anomalías en el campo magnético terrestre y que ahora afectaban a sus sistemas.
Revisó la telemetría, sin sacar nada en claro del galimatías en que se convertían los datos obtenidos por los sensores. Al menos, el batiscafo respondía con normalidad al modo manual.
Algo llamó entonces su atención. Los potentes focos iluminaron la superficie marina, salpicada aquí y allá de curiosas formaciones extrañamente regulares. Un intento de activar las videocámaras solo inundó los monitores de nieve y ruido, así que los desconectó y activó la comunicación.
Poseidón, aquí Atlántida, ¿me reciben?
Un pitido agudo amenazó con romperle los tímpanos. Se vió obligado a despojarse de los auriculares aunque se aseguró de mantener el sistema de grabación en funcionamiento.
—Capitán John Scott, del buque de investigación USS Poseidón, a bordo del batiscafo Atlántida. Los sistemas de comunicación, audio y video no están operativos. El sistema de soporte vital funciona, de momento. Navegación en modo manual.
Hizo una pausa para acomodarse mejor frente a los paneles frontales.
—Veo unas formaciones regulares, dispuestas en dos líneas rectas paralelas que se pierden más allá del alcance de la iluminación. Decido seguirlas.
Las hélices del batiscafo impulsaron la nave ovoide hacia delante, estabilizando la altura sobre la plataforma a unos cincuenta pies. El sonar mostraba numerosas formaciones similares, cruzándose a intervalos regulares en perfectos ángulos rectos.
Minutos después decidió seguir una de esas avenidas —la palabra surgió, casi por casualidad— laterales por unos dos mil metros.
Unas figuras indeterminadas se cruzaron en el camino del batiscafo, de izquierda a derecha. Pudo ver otros grupos a través de los mamparos laterales,  siguiendo su misma dirección. El sonar marcaba decenas de puntos, guardando la distancia respecto a él.
—¿Qué coño es esto?
Había pasado por debajo de un arco sostenido por enormes columnas de lo que parecía mármol cubierto de coral. Extendiéndose a ambos lados, incontables pórticos cerraban una enorme plaza circular, en cuyo centro se alzaba la torre más alta que nunca hubo visto en la superficie.
La sección superior de la torre se iluminó. Primero de un color rojo mate, que fue ganando intensidad y virando hacia el amarillo brillante. Como una salida de sol, pensó, pero sin estar precedida por una noche estrellada.
La inmensa plaza quedó iluminada y vio centenares de edificios, brillando a la luz de este sol artificial, hasta donde alcanzaba la vista.
Apenas unos segundos después, la intensidad de la luz aumentó hasta que le hizo daño a los ojos e inundó el interior del batiscafo como si fuera pleno día. Miró hacia el sol y comprendió.
—Dios mío, parece como si…
Nada.