sábado, 10 de diciembre de 2011

Avatar

Son indios, macho.

Azules, pero indios al fin y al cabo. Los alienígenas del planeta Pandora (en realidad una luna de un gigante gaseoso, al estilo de Europa), son como los indios de aquellas pelis que ponían los sábados por la tarde cuando yo era un chavalillo.

Así que Avatar es una peli del Oeste. Pero no de aquellas en las que salía John Wayne, que glorificaban al hombre blanco y demonizaban al nativo americano. Es más bien un western crepuscular, ecologista y algo maniqueo, pero al revés de lo que viene a ser habitual. Los na´vi son una raza divida en clanes o tribus, distantes entre sí, que viven en equilibrio con su entorno y respetan la vida y la memoria de sus ancestros. ¿Familiar o no?

El argumento es sencillo: en Pandora hay gran cantidad de un mineral de aquellos que podríamos denominar estratégicos y una corporación privada se dedica a su explotación. Todo ello en medio de un ambiente hostil (atmósfera irrespirable para los humanos) y del hostigamiento de los nativos. Los marines norteamericanos se convierten aquí en mercenarios que protegen a las partidas de extracción, al mando de helicópteros y exoesqueletos (armaduras de combate). 

Personaje humano y su avatar


Paralelamente transcurre el proyecto Avatar, un intento de transferir la conciencia de humanos especialmente seleccionados a un organismo desarrollado a partir de combinar genes humanos y de nativos (de ahí que sus manos tengan cinco dedos, en lugar de cuatro) y así interactuar con ellos, enseñarles nuestro idioma, aprender el suyo... Colonizarlos, al fin y al cabo.

La historia no es para nada original. Ya la hemos visto infinidad de veces bajo distintos nombres, así que por ahí poco se puede rascar, aunque se añada el no menos manido conflicto amoroso entre dos personas pertenecientes a distintas etnias/familias/clanes. Pero es que, además, el impresionante despliegue técnico para recrear las junglas de Pandora, su ecosistema y los nativos, da para mantener nuestra atención durante los primeros minutos metraje. Para rematar el asunto, éste es excesivo para lo que cuenta: casi dos horas y media de película. 

He tardado dos años en decidirme a verla y lo he hecho del tirón. Me ha cansado por momentos, aunque no he podido dejar de pensar que los profesionales que han recreado todo eso tienen un grandísimo mérito. 

Avatar es una muestra de lo que se reduce el cine estos días: efectos pirotécnicos que buscan el asombro del espectador, apoyados en historias pretendidamente originales que no aportan nada nuevo y son incapaces de rellenar los inevitables agujeros que nos vamos a encontrar.

Es recomendable para ver cómo ha avanzado la tecnología y cómo se puede mantener el pulso sin necesitar actores reales (aunque de momento siga siendo necesario capturar sus movimientos para dar mayor realismo al movimiento de los personajes) y para comprobar cómo la mercadotecnia, el saber vender un producto, es fundamental a día de hoy, independientemente de la calidad del producto que queramos vender, aunque haya ocasiones en las que las expectativas no se cumplen y redunda en la satisfacción del cliente, como en este caso.

Un seis y va que chuta.

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