lunes, 8 de julio de 2019

Vikingos (T5)

La quinta temporada de Vikingos también se ha dividido en dos partes de diez capítulos cada uno y continúa el cambio de foco tras la muerte de Ragnar en la cuarta temporada. 

El problema es el mismo de entonces: el personaje de Ragnar era tan arrollador que eclipsaba a todos los demas. Ninguno de los demás se le puede aproximar. Ni Lagertha, Bjorn, Floki, Ubbe, Rollo... ni el mismo Ivar sin Huesos.




En esta ocasión tenemos la guerra entre hermanos que ya se vislumbró en la cuarta temporada. De un lado Ubbe, Bjorn y Lagertha. Del otro Ivar, Hvitsärk y el rey Harald. En el medio, el control de Kateggat. 

Sangre, mucha sangre. E Ivar, mucho Ivar, que resulta el protagonista indiscutible de la temporada por encima de cualquiera de sus hermanos y demuestra estar también por encima suyo en cuanto a previsión, táctica y estrategia, derrotándolos una y otra vez hasta que, al final, solo la traición puede con él aunque conserva la vida para una sexta temporada. Ese descenso a los infiernos de la locura resulta atractivo, casi como caer al reverso tenebroso de la fuerza. 




Crece también el protagonismo de Alfredo de Wessex, aunque se le ve más bien pusilánime y aún lejos del gran rey que fue. En su trama brilló con luz propia su madre, Judith, capaz de todo con tal de asegurar en el trono a su hijo, aún a costa de su otro hijo (una escena digna de Juego de Tronos).

Una decepción resulta ser la historia de Floki y la colonización de lo que debe ser Islandia. Vale que es también la historia de la mezquindad humana y cómo esa mezquindad echa por tierra los sueños del buen Floki, que cree haber encontrado el hogar de los dioses, solo para ver una cruz cristiana en el interior de una cueva. 




Es interesante esa dualidad paganismo / cristianismo en los personajes principales que Vikingos recupera en esta temporada. Resulta ser uno de los mejores momentos desde la desaparición de Athelstan hace ya un par de temporadas. 

Y como descubrimiento que me encantó, Jonathan Rhys Meyers y su personaje, el obispo Heahmund, príncipe de la Iglesia y guerrero que se debate entre el amor a Dios y su amor a Lagertha. Su final me pareció épico, pero también triste porque hubiese sido un aliciente para las temporadas por venir. Confieso que no había visto antes a este actor, pero no voy a poder olvidar en mucho tiempo esa mirada que desprende a la vez fanatismo y locura, quizá lo más cercano a la santidad. 




En resumen, la quinta temporada me pareció bastante plana salpicada con algunos momentos de verdadero interés, pero también con otros momentos de verdadero aburrimiento. Me parece que el interés va a ir decreciendo, por el sencillo motivo que los personajes que se quedan no son capaces de cubrir el hueco de los personajes que se van. 


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