sábado, 25 de julio de 2020

Reverte napoleónico

Es posible que Arturo Pérez-Reverte sea mi autor español preferido. La verdad es que no le he dedicado mucho tiempo a pensarlo, pero en mi librería tengo casi todo lo que ha escrito. Digo casi todo, porque faltan algunos libros que no llamaron mi atención en su día. 

Por supuesto tengo todo lo que se ha publicado de Alatriste, porque seguramente es el Pérez-Reverte histórico el que más me apasiona (y ahí incluyo El maestro de esgrima). Y dentro de esta faceta suya, el Pérez-Reverte napoleónico es digno de mención. Lo haré en conjunto y no con una entrada por libro. No está la cosa para derrochar papel. 

Creo que a Pérez-Reverte lo napoleónico le apasiona bastante. No lo sé, es una intuición. Creo recordar que el protagonista de La tabla de Flandes colecciona miniaturas de plomo de las guerras napoleónicas y las pinta, pero leí ese libro cuando todavía vivía con mis padres, hace ya la friolera de más de veinte años, y los recuerdos son difusos. 

Vamos allá, siguiendo un orden subjetivo: de peor a mejor.... 



Un día de cólera recrea el levantamiento del pueblo de Madrid ante el invasor. Un levantamiento que, lejos de ser planificado, viene a ser lo que el autor titula: un día de cólera, en el que ciertos individuos o pequeños grupos más o menos organizados, convierten la capital en un foco de insurgencia que, poco a poco, prenderá la llama de un país que vivía de rodillas. Solo el cuartel de artillería de Monteleón se unió a los paisanos y resistió al ejército más poderoso de su tiempo. 

Es una novela coral, sin un protagonista. O más bien, el protagnista es todo el pueblo de Madrid. No obstante se me hizo bastante pesado el continuo ir y venir, el chorro de nombres de personas, hombres y mujeres, y de las calles en las que se encontraban en cada momento. No sé si lo escribió por encargo, con motivo del segundo centenario de los hechos, pero si fue así, eso puede explicar muchas cosas. 



El asedio es un tocho de narices ambientado en la Cádiz de 1812, asediada por los ingleses y sede de las Cortes Constituyentes que luego parirían nuestra primera Constitución moderna. En esa ciudad, en la que además se daba una soterrada lucha política entre liberales y conservadores mientras tratan de arrimar el ascua a su sardina, un oscuro héroe se dedica a contrabandear y romper el bloqueo del inglés. No recuerdo mucho ni del personaje ni del libro (hace ya bastantes años), o sea que tampoco era para tirar cohetes. 



Cabo Trafalgar es, por supuesto, la recreación de la batalla naval que según todos los historiadores puso fin al dominio del mar en 1805 y precipitó la caída del Imperio Español un par de décadas después, al terminar con una Armada cuidadosamente preparada durante las décadas precedentes. Como Un día de cólera es una novela coral, pero en este caso me pareció mucho más amena. Quizá porque Pérez-Reverte es un gran amante del mar y patrón de barco, leyendo las páginas de este librito breve parece que hueles la sal, la pólvora y la sangre. Ya cuando lees que para evitar resbalar con la sangre vertida se echan paletadas de arena sobre la cubierta, sabes que la cosa se va a  poner seria. Tanto como las nubes de astillas, como agujas, que vuelan en todas direcciones y se clavan en las carnes blandas, después de cada impacto en los costados de aquellas verdaderas y hermosas fortalezas flotantes, con el Santísima Trinidad sobresaliendo sobre todas ellas, la nave más grande y mejor armada de su tiempo. 



Para finalizar, La sombra del águila. Otro librito breve que cuenta la historia de un regimiento de españoles que se ve obligado a luchar bajo las águilas imperiales de Napoleón y que, durante el primer enfrentamiento contra el ejército ruso, avanza a pie firme contra las filas enemigas con el oculto empeño de desertar. Pero todo se complica cuando el ejército imperial toma ese gesto como de una valentía extrema y, siguiendo su ejemplo, cambia las tornas y convierte en sufrida victoria lo que iba a ser una clamorosa derrota. Y con estos valientes desesperados, seremos testigos de la toma de Moscú, incendiada y vacía, y de la triste retirada de la Grande Armée dejando un rosario de cuerpos helados en el infierno blanco de la Madre Rusia. 

No es solo la épica, sino sobre todo el fino humor que desprenden sus páginas, lo que para mí la convierten en la mejor de las cuatro novelas. Además de su pequeño tamaño que hace que un lector entrenado la pueda ventilar en dos o tres días. 




Las cuatro son Pérez-Reverte, sí, pero unas más que otras.

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