Así empezaba la famosa frase de Neil Armstrong mientras descendía por la escalerilla al encuentro de la superficie lunar. Y medio mundo contuvo el aliento, viendo como un hombre ponía el pie en el satélite.
El sueño de cientos de generaciones, que cada vez que elevaban su mirada al cielo se encontraban con ese disco blanco, se había hecho realidad.
Sin duda producto de su tiempo, pues si no hubiese habido tan enconada competencia con el eterno enemigo soviético no habríamos tenido carrera espacial. Seguramente el mundo no sería como ahora, sin poder aprovechar los avances que se llevaron a cabo en multitud de materias.
Luego dejó de interesar a la opinión pública, y el presupuesto se redujo de modo drástico. Las misiones lunares se abandonaron, pues no había nadie a quien vencer. A los ojos de un observador actual, quizá aquello no fue más que un derroche de medios y dinero.
Pero me quedo con el lado romántico. La Luna nos pertenece un poquito a todos.
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