domingo, 4 de agosto de 2013

¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!

Las últimas semanas me ha dado por bucear en los clásicos de la ciencia ficción y la fantasía (Flores para Algernon, ya comentada; esta ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! o Tigana, que estoy leyendo ahora).

Elegí la novela de Harry Harrison un poco al tuntún. El título me sonaba y sabía que era en la que se basaba la película Cuando el destino nos alcance o, mejor, ¡Soylent Green son personas!. 



Escrita en la década de los sesenta del siglo pasado, la novela nos presenta un futuro apocalíptico un poco más allá, en la que la gente se hacina en una superpoblada Nueva York, viviendo una familia entera en una habitación, en barcos abandonados en el puerto, en coches en la calle, en almacenes... Un futuro en el que ya apenas hay petróleo o carbón para uso privado, en el que el agua y la comida están racionadas y en el que la gente se traslada en taxis que no son más que carros tirados por el taxista... Un futuro en el que la gente vive sobre las ruinas de nuestra civilización. 

Es en este mundo, donde es prácticamente imposible comer carne de verdad, aunque sea de perro, en el que Andy, el policía protagonista, debe investigar el asesinato de un hampón de la ciudad. Esta investigación lo llevará a relacionarse con Shirl, la bella compañera del muerto (prostituta, vamos). 

A través de sus ojos y de los de Sol, el vecino de Andy que pedalea por las mañanas para cargar las baterías que alimentan su frigorífico y su televisor, y que es lo suficientemente mayor para recordar los buenos viejos tiempos, vemos la miseria a la que lleva la superpoblación. 

Un tema que parece ser fue recurrente en aquella época en el que Malthus estaba de moda. Ya sabéis, los recursos crecen según una proporción aritmética y las necesidades de la población según una proporción geométrica, así que, por definición, llegará un momento en el que los recursos no sean suficientes. Sin duda, una preocupación arraigada por el crecimiento desmesurado y aparentemente sin fin de la población mundial. 

Al final de la obra, un alegato en favor de la eutanasia y el aborto parece ser el fin último del autor. 

¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! es una obra amarga, en la que incluso durante los momentos de felicidad los protagonistas rechazan dejarse llevar por la euforia, escarmentados ya por lo duro de su existencia.

La historia no da para mucho. Ni siquiera para una trama policíaca al uso, porque desde el principio sabemos quién ha matado a la víctima. El principal activo de la novela es la recreación de ese mundo siempre al borde de la ruina que se aferra a la vida un día mas. 

El resultado es curioso, pero poco más. Se deja leer para pasar el rato. 

Por eso, por la ambientación, un seis es más que justo.

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