domingo, 29 de marzo de 2015

Cuando a alguien se le va la cabeza

Todos estamos aún consternados por el accidente aéreo del pasado martes. No solo por la tragedia humana que representa y las historias truncadas que poco ha poco se han ido conociendo, sino por el verdadero motivo que la causó.

Desde las primeras especulaciones que apuntaban a un fallo de unos sensores de velocidad a causa de la congelación, pasando por aquellos comentarios que echaban la culpa a la edad del avión (comentarios malintencionados o desinformados, porque todos los expertos desmentían que fuera un motivo necesario para el accidente) o al hecho de que se tratara de una compañía de bajo coste (seamos serios, no es lo mismo una filial de LUFTHANSA que, digamos por ejemplo, Ryanair). 

Esos mismos expertos (incluida la espeluznante reaparición televisiva de César Cabo, el controlador aéreo que trató de conseguir un poquito de cuota de pantalla cuando la huelga de hace unos pocos años), se mostraban confundidos por dos motivos: la caída del avión, aunque rápida, no podía considerarse una caída libre y la tripulación no había contestado a los mensajes de la torre de control. 

Luego supimos la verdad: el copiloto estrelló voluntariamente el avión aprovechando que se quedó por unos momentos solo en la cabina. Hay que tenerlos cuadrados, la verdad, para aguantar la tensión de un descenso de ocho minutos que te llevará a la muerte sin siquiera replanteárselo y echar mano de los controles de altitud. Normalmente los suicidios son realizados de forma rápida e impulsiva, pero esto se sale de lo normal, diría yo. Por no hablar de la angustia del comandante, que debió ser el primero en darse cuenta de lo que estaba pasando y trató de entrar en la cabina por todos los medios a su alcance.

Está claro que fallaron los protocolos, los controles y todo lo que sea aplicable en estos casos. Y que cuando esto sucede en aeronáutica, las consecuencias son nefastas. 

Pero lo que me da más vértigo es comprender que en muchas ocasiones dependemos de terceros, de que a una persona se le vaya la cabeza o no en un momento dado: en un trayecto en coche, en autobús, en tren, en avión, el vecino de abajo y su bombona de butano... Da miedo, mucho miedo. Porque en nuestro fuero interno es más comprensible que suceda un fallo mecánico o humano de forma involuntaria, pero esto... es totalmente distinto.





Y luego tenemos a los descerebrados de a pie. Los que no manejan maquinaria pesada ni medios de transporte de masas, pero que tienen el cerebro de un mosquito. Los que no tienen la capacidad de empatizar con nadie ni con nada que no sea la inmediata satisfacción de sus expectativas y sus deseos personales. Como los seguidores del programa basura de TeleCirco, ese "Mujeres y hombres y vicecersa", que berrearon como lo que son, carroñeros inmundos, porque la actualidad mandaba sobre la programación de la cadena. A las pruebas me remito:




Ahora que hay prisión continua revisable ya podía haber una deportación ad hoc para esta gentuza que no merece vivir en sociedad. Tenemos las cuentas de twitter, no puede ser difícil mandar a los loqueros a su casa.


1 comentario:

  1. No sé si en otros países hay tanta Tele-(5)Basura y tanta incultura popular, pero desde luego el nivel de educación de un país y sus habitantes es inversamente proporcional al consumo de este tipo de programas. Los odio a muerte, al igual que tanto programa de entendidos de fútbol. Dan todos asco y pena. Y está en vigor la canción de Sabina (abreviada):
    Nietos de toreros disfrazados de ciclistas
    ediles socialistas, putones berbeneros,
    peluqueros de esos que se llaman estilistas,
    musculitos, posturitas, cronistas carroñeros.
    Divorciadas calentorras con pelo a lo Madonna,
    trotamundos, fantasmas, soplones de la pasma,
    pintorcillos vanguardistas, genios del diseño,
    camellos que te pasan papelinas contra el sueño.
    Marcadores de paquete en la cola del retrete,
    escritores que no escriben, vividores que no viven,
    jet de pacotilla, directores que no ruedan,
    mas chorizos que en revilla con corbatas de seda.
    Muera la locura, viva el trapicheo.
    Tonto-pollas sin cura, estrategas del magreo,
    petardeo de terraza, pasarela, escaparate,
    Tiburones de la noche, con teléfono en el coche,con fax,
    caballeros en oferta, señoritas que se quieren casar.
    Caraduras, obsesos, maltratas, lame culos,
    azafatas de congreso del brazo de su chulo,
    superman en camiseta y en la pista dando brincos
    la colección de tetas que hacen bulto en tele 5
    Mulatonas caribeñas que ponen a la peña de pie.
    Blancanieves en triple amor descafeinado,
    Cenicienta violando al príncipe encantado.
    Cifereños de la ruta del mar
    mercachifles del vacío total.
    Especialistas en nada, inventores del T.B.O.
    Julietas demacradas que no encuentran a Romeo.
    [..]

    Y una tribu de repatriados de Ibiza
    que dejaron de ser hippies pero no de ser palizas,
    filósofos con caspa, Venus oxidada,
    apóstoles del S.I.D.A. lengua envenenada,
    motoristas hitlerianos con guantes en las manos,
    guitarristas de loquillo, kubalas de banquillo,
    doctores en chorradas, triunfadores con mosca,
    yuppis que esta temporada no se comen una rosca.
    Equilibristas del predio, un gorila armando gresca en el bar,
    vampiros al asedio de sangre fresca para chupar.
    Paparazzis, reinonas, skins, perdonavidas,
    y un notario de Pamplona que viene a la movida,
    muertos que no se suicidan, niñatos, viejos verdes,
    y un cuñado de una querida del marqués de Villaverde.
    Pinchadiscos que te dejan KO
    con la cosa del bakalao.
    Morenazos de balcón y rayos uva,
    fotógrafos borrachos como cubas
    un tal Pepe que te puede contar doce mil de Lepe sin respirar,
    naricillas de saldo, tabiques de platino
    y un psicólogo argentino mostrándote el camino.
    [...]

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