domingo, 25 de noviembre de 2018

Alfonso VI y el Cid

Hoy toca un poco de Historia.

Allá por el siglo XI, Fernando I era rey de León y conde de Castilla. En una Península Ibérica en la que el Califato Omeya no era ya más que un recuerdo brillante y efímero, era el rey más poderoso con diferencia. Ni Navarra, ni Aragón, ni los condados catalanes ni los reinos de Taifas, podían hacerle sombra. 

La situación cambió cuando, a su muerte en 1065, decidió repartir sus posesiones entre todos sus hijos: Zamora para Urraca, Toro para Elvira, Galicia para García, León para Alfonso y Castilla para Sancho. Éste último fue recuperando poco a poco los territorios perdidos en la herencia y, a su muerte ante los muros de Zamora, ya había recuperado Galicia y León.


 —¡Rey don Sancho, rey don Sancho!,   no digas que no te aviso,
que de dentro de Zamora   un alevoso ha salido;
llámase Vellido Dolfos,   hijo de Dolfos Vellido,
cuatro traiciones ha hecho,   y con esta serán cinco.
Si gran traidor fue el padre,   mayor traidor es el hijo.
Gritos dan en el real:   —¡A don Sancho han mal herido!
Muerto le ha Vellido Dolfos,   ¡gran traición ha cometido!
Desque le tuviera muerto,   metiose por un postigo,
por las calle de Zamora   va dando voces y gritos:
—Tiempo era, doña Urraca,   de cumplir lo prometido.

Según el mito, Alfonso jura ante el Cid en Santa Gadea

Al fallecer el rey Sancho, heredó Alfonso VI, que se convertiría en un monarca de referencia y tendría un largo reinado y una larga vida para la época (falleció en 1109, a la venerable edad de 76 años) y hubiera brillado solo por ser el reconquistador de Toledo. Luego hubo de enfrentarse con la invasión almorávide que, con un empuje irrefrenable, presionó la frontera como hacía décadas que los reinos cristianos (y musulmanes) no sentían, infligiéndole graves derrotas en Uclés y Consuegra.

Coincidió en el tiempo con uno de los mitos fundacionales de España: Rodrigo Díaz, el Cid Campeador. Un personaje que da brillo a la Edad Media de la Península y sobre el que se escribió un cantar de gesta que ha sido referencia en Europa y comparable a la Chanson de Roland francesa. 

Aún despojado de ese manto mítico, Rodrigo Díaz pasa por ser uno de los capitanes más eficientes de su época, bien sea al servicio del rey Alfonso VI, del rey musulmán de Zaragoza o a su propio servicio como conquistador y señor de Valencia, coincidiendo con otros grandes capitanes como Álvar Fáñez o Pedro Ansúrez.



Dos grandes personalidades que estaban destinadas a chocar. Salvando las distancias, fueron como Justiniano y Belisario (o como Cleón y Bel Riose en la aplaudida Fundación e Imperio). Es la de Alfonso VI y el Cid una historia de amor y odio entre señor y vasallo, por mucho que el Cantar de Mío Cid edulcorase la disposicion del Cid frente a su señor y remarcase los aspectos negativos del rey, celoso del brillo de su vasallo y rencoroso e incapaz de olvidar la humillación en Santa Gadea. Aunque es cierto que el único hijo varón del Cid, Diego Rodríguez, murió en la batalla de Consuegra. 

No puedo dejar de recordar una serie de mi infancia: Ruy, el pequeño Cid. Una serie de animación de BRB con animadores japoneses que echaron en TVE allá por 1980. Fueron 26 capítulos de menos de media hora de duración y no recuerdo si era los sábados o los domingos, después del telediario. Y allí estaba yo, delante del televisor, viendo las travesuras totalmente inventadas de aquel que con el tiempo se convertiría en Rodrigo Díaz de Vivar. Incluso recuerdo coleccionar las tapas de los yogures danone, que al juntar unas cuantas te daban en la tienda un juego recortable con figuras de cartón.



Y no olvidemos la película con Charlton Heston y una guapísima Sofía Loren, con toda la épica del cine de Hollywood pero hecho aquí, con la batalla por Valencia que ganó el Cid después de muerto y que forma parte del mito.




En Santa Gadea de Burgos
do juran los hijosdalgo,
allí toma juramento
el Cid al rey castellano,
sobre un cerrojo de hierro
y una ballesta de palo.
Las juras eran tan recias
que al buen rey ponen espanto. 

—Villanos te maten, rey,
villanos, que no hidalgos;
abarcas traigan calzadas,
que no zapatos con lazo;
traigan capas aguaderas,
no capuces ni tabardos;
con camisones de estopa,
no de holanda ni labrados;
cabalguen en sendas burras,
que no en mulas ni en caballos,
las riendas traigan de cuerda,
no de cueros fogueados;
mátente por las aradas,
no en camino ni en poblado;
con cuchillos cachicuernos,
no con puñales dorados;
sáquente el corazón vivo,
por el derecho costado,
si no dices la verdad
de lo que te es preguntado:
si tú fuiste o consentiste
en la muerte de tu hermano. 

Las juras eran tan fuertes
que el rey no las ha otorgado.
Allí habló un caballero
de los suyos más privado:
—Haced la jura, buen rey,
no tengáis de eso cuidado,
que nunca fue rey traidor,
ni Papa descomulgado.
Jura entonces el buen rey
que en tal nunca se ha hallado.
Después habla contra el Cid
malamente y enojado:
—Mucho me aprietas, Rodrigo,
Cid, muy mal me has conjurado,
mas si hoy me tomas la jura,
después besarás mi mano.
—Aqueso será, buen rey,
como fuer galardonado,
porque allá en cualquier tierra
dan sueldo a los hijosdalgo.
—¡Vete de mis tierras, Cid,
mal caballero probado,
y no me entres más en ellas,
desde este día en un año!
—Que me place —dijo el Cid—.
que me place de buen grado,
por ser la primera cosa
que mandas en tu reinado.
Tú me destierras por uno
yo me destierro por cuatro. 

Ya se partía el buen Cid
sin al rey besar la mano;
ya se parte de sus tierras,
de Vivar y sus palacios:
las puertas deja cerradas,
los alamudes echados,
las cadenas deja llenas
de podencos y de galgos;
sólo lleva sus halcones,
los pollos y los mudados.
Con el iban los trescientos
caballeros hijosdalgo;
los unos iban a mula
y los otros a caballo;
todos llevan lanza en puño,
con el hierro acicalado,
y llevan sendas adargas
con borlas de colorado.
Por una ribera arriba
al Cid van acompañando;
acompañándolo iban
mientras él iba cazando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario