El día 22 de diciembre de 2008 fue un punto de inflexión en mi vida. Y no fue, lamentablemente, porque me tocara un pellizco en la Lotería. ¡Qué más quisiera! Hasta esa fecha mi ego y yo no podíamos estar juntos en la misma habitación; cuando entraba uno, el otro debía salir porque no había sitio para ambos. Pero entonces, él se sometió a una formidable cura de adelgazamiento y se ha quedado hecho un figurín. Es lo que tiene ir de concursante a Pasapalabra y que tu contrincante te barra sin misericordia.
Y la verdad es que la cosa no empezó mal. Pasé el cásting telefónico bastante sobrado, y me llamaron para otro presencial. Fui a verlas venir, una experiencia más, sin pretensiones… y también lo pasé. También bastante sobrado, por cierto (mi ego ya tenía por entonces unas dimensiones astronómicas).
Entonces recibes la llamada que te comunica que vas al programa. Al principio me lo tomé con calma, pero al pasar los días se van generando expectativas en el entorno cercano. Lo que era un “pásatelo bien, que es una experiencia”, pasa a ser un “a ver si ganas un programa, o varios, y nos sacamos un dinerito”. Y empiezan los nervios. Y empiezas a cuestionarte muchas cosas (tu ego no, por supuesto, él sigue ahí, sólido como las raíces de una montaña). Empiezas a obsesionarte viendo el programa y con hacer roscos sin descanso. Lo más preocupante es cuando sueñas con Christian Gálvez.
Llega el día de la grabación. Aquilatas a tus contrincantes en la sala de espera. Quieras que no todos nos estudiamos, buscando los puntos débiles. Somos muy simpáticos, pero allí estamos todos para llevarnos una pasta. La pava que era la campeona titular llevaba una buena tirada de programas y estaba tranquila. Se pulió al individuo que iba delante de mí. Se lo merendó con patatas todo el programa, hasta el rosco y ganó sin despeinarse. Mi ego se tambalea, pero se sobrepone. Siempre se sobrepone.
El subidón de adrenalina al entrar al plató es de cine. El corazón se pone a mil por hora. No ves más que lo que tienes delante de los ojos. Conoces al equipo de famosos que intentará ayudarte a conseguir unos segundos valiosos. No tuve suerte en el reparto, y ahí debí darme cuenta que no iba a ser mi día. Me tocaron Mayra Gómez Kemp (simpática y voluntariosa) y Moncho Alpuente. Por si os es desconocido, diré que fue un intelectualoide progre asiduo a tertulias televisivas en los 80 junto al Gran Wyoming, al que el tiempo ha tratado muy mal. El tiempo y los excesos. Si el Drugtest hubiera estado disponible en su época, probablemente lo habría reventado. Por el otro lado Alaska (una borde y una decepción mayúscula) y Ramoncín (estuve a punto de decirle que era un gran admirador suyo y que me había bajado toda su discografía con el e-mule; las dos canciones, vamos… Puñetera SGAE).
Al final pringué yo solito. El rosco fue una merienda de negros en la que yo era el plato principal. Al terminar el programa me volví invisible por unos minutos; el perdedor se queda solo. Por lo menos pude trazar y desechar unos cuantos planes de fuga del país, cambio de identidad y comienzo de una nueva vida. No los he llevado adelante, más que nada porque mi ego aún no se ha repuesto del todo y, como en el fondo soy un sentimental, no quiero abandonarle; sé que no podría soportarlo.
Mientras tanto hago zapping buscando un nuevo concurso en el que participar. Uno de mi nivel. Le he echado el ojo a “Sabes más que un niño de primaria”. Creo sinceramente que ahí podría hacer un buen papel… de niño.
Y la verdad es que la cosa no empezó mal. Pasé el cásting telefónico bastante sobrado, y me llamaron para otro presencial. Fui a verlas venir, una experiencia más, sin pretensiones… y también lo pasé. También bastante sobrado, por cierto (mi ego ya tenía por entonces unas dimensiones astronómicas).
Entonces recibes la llamada que te comunica que vas al programa. Al principio me lo tomé con calma, pero al pasar los días se van generando expectativas en el entorno cercano. Lo que era un “pásatelo bien, que es una experiencia”, pasa a ser un “a ver si ganas un programa, o varios, y nos sacamos un dinerito”. Y empiezan los nervios. Y empiezas a cuestionarte muchas cosas (tu ego no, por supuesto, él sigue ahí, sólido como las raíces de una montaña). Empiezas a obsesionarte viendo el programa y con hacer roscos sin descanso. Lo más preocupante es cuando sueñas con Christian Gálvez.
Llega el día de la grabación. Aquilatas a tus contrincantes en la sala de espera. Quieras que no todos nos estudiamos, buscando los puntos débiles. Somos muy simpáticos, pero allí estamos todos para llevarnos una pasta. La pava que era la campeona titular llevaba una buena tirada de programas y estaba tranquila. Se pulió al individuo que iba delante de mí. Se lo merendó con patatas todo el programa, hasta el rosco y ganó sin despeinarse. Mi ego se tambalea, pero se sobrepone. Siempre se sobrepone.
El subidón de adrenalina al entrar al plató es de cine. El corazón se pone a mil por hora. No ves más que lo que tienes delante de los ojos. Conoces al equipo de famosos que intentará ayudarte a conseguir unos segundos valiosos. No tuve suerte en el reparto, y ahí debí darme cuenta que no iba a ser mi día. Me tocaron Mayra Gómez Kemp (simpática y voluntariosa) y Moncho Alpuente. Por si os es desconocido, diré que fue un intelectualoide progre asiduo a tertulias televisivas en los 80 junto al Gran Wyoming, al que el tiempo ha tratado muy mal. El tiempo y los excesos. Si el Drugtest hubiera estado disponible en su época, probablemente lo habría reventado. Por el otro lado Alaska (una borde y una decepción mayúscula) y Ramoncín (estuve a punto de decirle que era un gran admirador suyo y que me había bajado toda su discografía con el e-mule; las dos canciones, vamos… Puñetera SGAE).
Al final pringué yo solito. El rosco fue una merienda de negros en la que yo era el plato principal. Al terminar el programa me volví invisible por unos minutos; el perdedor se queda solo. Por lo menos pude trazar y desechar unos cuantos planes de fuga del país, cambio de identidad y comienzo de una nueva vida. No los he llevado adelante, más que nada porque mi ego aún no se ha repuesto del todo y, como en el fondo soy un sentimental, no quiero abandonarle; sé que no podría soportarlo.
Mientras tanto hago zapping buscando un nuevo concurso en el que participar. Uno de mi nivel. Le he echado el ojo a “Sabes más que un niño de primaria”. Creo sinceramente que ahí podría hacer un buen papel… de niño.
Ánimo tio, que sabemos que sabes más que un adolescente de secundaria
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