domingo, 29 de septiembre de 2013

La estación de la calle Perdido

Había oído hablar de este libro y de su autor, China Miéville, desde hace por lo menos doce o trece años. Desde que leí sobre él en la revista Solaris Ficción, de La Factoría, cuando todavía joven, inexperto e inconsciente. Revista que, huelga decirlo, ponía por las nubes a los libros que ponía en circulación la editorial mientras que ignoraba al resto del panorama editorial español.

La historia nos presenta al científico Isaac Dan der Grimnebulin, al que el garuda (una especie de hombre-pájaro) le hace el encargo de conseguir un modo para volver a volar, una vez que por cierto delito el consejo de su pueblo se encargó de mutilarle las alas.



Grimnebulin se obsesiona con este encargo, buscando por toda la ciudad criaturas voladoras con las que experimentar y estudiar los diversos mecanismos de vuelo. Con todo el gran número de criaturas, recibe un gusano de vivos colores que parece no alimentarse con nada conocido hasta que, por puro azar, descubre algo que sí consigue alimentarlo. 

A partir de ahí, los acontecimientos se desencadenan hasta que tiene que enfrentarse con un enemigo aparentemente inaccesible, contra quien cualquier método de eliminarlo tiene que fracasar. Así que, tras más o menos la mitad del libro en que se nos presenta el escenario, nos embarcamos en una lucha desigual que se alarga por el resto de la novela.

Historia un poco endeble que, sin embargo, se apoya en un sólido escenario, Nueva Crobuzón. Una ciudad - estado que parece anclada en pleno siglo XIX: se utiliza el carbón, pólvora, coches tirados por tracción animal, lo que parece el inicio de la computación con tarjetas perforadas... podría considerarse algo próximo al steampunk si no fuera porque también tenemos magia (con una cierta base cuasicientífica), criaturas extrañas (los garudas u hombres-pájaro; las khepri o mujeres-escarabajo, especie a la que pertenece Lin, la pareja de Grimnebulin; los cactos, exactamente eso; los vodyanoi, curiosos humanoides que crean esculturas efímeras de agua...). 

Hay otros conceptos interesantes, como los rehechos (delincuentes a los que se ha castigado mediante la reconstrucción de su cuerpo con partes mecánicas o animales) o los constructos (algo así como robots con estética steampunk), insectos que son capaces de alimentarse de las emociones de los seres inteligentes; una araña que vive simultáneamente en distintas dimensiones y que parece estar un poco desequilibrada...

Pero el verdadero protagonista de la novela es Nueva Crobuzón. La ciudad en sí. Una tiranía basada en el miedo y la represión, con desigualdades sociales, sórdidos sindicatos del crimen y una masa de habitantes que sufren dia a día sus míseras vidas. 

No puedo poner en duda que haya marcado una que La estación de la calle Perdido ha marcado un hito en la ciencia ficción de principios del siglo XXI, pero a mí me ha costado un mundo acabarlo. El atractivo de la ambientación no ha sido suficiente para compensar una historia que no me ha atrapado. Densos párrafos descriptivos hacían que mi mente divagara durante la lectura, haciendo muy difícil concentrarme, meterme en la historia.

Si a esto añado que el final es muy precipitado y bastante decepcionante (no entiendo cómo la opinión de Grimnebulin sobre Yagharek cambia tanto en apenas dos párrafos), estoy en condiciones de afirmar que no comparto la opinión de los sesudos analistas que la han leído.

Le daré un cuatro, sobre todo por la ambientación. En cuanto a recomendarla... 

Hay otras novelas de Miéville ambientadas en Nueva Crobuzón. Yo esperaré a desintoxicarme mientras me dedico a buscar prados más verdes para pasar el rato.

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