Hace unos días que se han hecho públicos los resultados del XI Certamen Teseo. Los que sois asiduos por aquí, ya sabéis que es un concurso que se celebra entre los pobladores de El Multiverso (elmultiverso.com) en el que hay que responder una pregunta lanzada por el organizador (que es el ganador de la edición anterior) con un relato de menos de 500 palabras.
La pregunta de esta edición era ¿QUÉ ESCONDES?
La web estaba pasando por lo que quizá era el momento más bajo desde que ando por allí, y los inicios del certamen siguieron la misma línea. Tras ampliar por tres veces el plazo de admisión de relatos, se juntaron catorce obritas que pugnaban por el honor de organizar el Teseo XII.
El ganador, por tercera vez, Invierno, con una versión cifi del caballo de Troya que aunaba originalidad y sentido del humor. Como es habitual, le cayó un puñado de puntos de mi parte (como es también habitual, me cayeron unos cuantos puntos de su parte). Es un tío que escribe tan bien como me gustaría hacerlo a mí, capaz de construir una historia con elementos cotidianos y deslizar un sentido del humor que hace subir enteros a sus relatos.
El nivel medio fue bastante apañado. Por mi parte conseguí la mejor posición (quinta) y el mayor número de puntos (veintidós) desde que participo. Una pena que el final fuera flojito y que el relato requiriera un poquito de esfuerzo adicional por parte del lector (esto sí que era buscado). Quedé muy contento y creo que los lectores se lo pasaron bien, que es lo principal.
Después de leerlo (ojo, he dicho después, no antes ni durante), pasaos por este enlace y quizá entendáis más cosas.
Aquí tenéis el relato:
EL SECRETO DE CÂNDIDO GODÓI
El anciano había insistido mucho en que debían venir las dos, petición
que aderezó con la promesa de un buen puñado de cruzeiros a repartir.
Adriana intuía las objeciones que Patrizia sin duda opondría. No estaba
acostumbrada a ganarse la vida en las calles y en su ingenuidad pensaba en un
futuro próspero fuera del pueblo. Adriana, más pragmática, se centraba en
sobrevivir.
Se acicaló con oficio para resaltar sus rasgos agraciados, más propios de
una dama europea que de una pobre chica del Brasil de los años setenta. Ayudó
además a la inexperta y monjil Patrizia a mostrarse como una joven de gran
belleza, su propia imagen en un espejo.
Bajaban por la calle principal con sugerente contoneo de caderas
—Adriana, sobre todo— y pechos que amenazaban con escapar de los escotes, atrayendo
miradas de blancos, mulatos y negros hasta llegar a la entrada de la vivienda
en la que se alojaba el anciano.
—Vamos, cariño —sonrió a su hermana— ¡Piensa en todo lo que harás con ese
dinero!
Respiró hondo, se acomodó el pelo,
retocó el carmín de las dos y llamó a la puerta. Al cabo, una sirvienta de las
de uniforme y cofia abrió y las precedió hasta el salón. Junto al sofá, una
botella de champán puesta en hielo prometía una noche de diversión.
*****
Desde el vestidor oyó el timbre y los pasos de Gladys, la asistenta que era
el recuerdo de pasados días de lujo y ostentación. Las chicas pasaron al salón
y quedaron a solas, como había ordenado.
—Enseguida salgo, queridas —dijo con voz alegre que a ellas les llegó un
poco ahogada por la puerta entrecerrada del vestidor—. Este viejo necesita
tiempo para estar presentable.
Oyó la risa cantarina de la más descarada y la forzada de la otra. Le
daba igual si fingían. Volvía a sentir esa energía electrizante largo tiempo
olvidada y que, casi por casualidad, tenía la oportunidad de recuperar.
Desde que las vio juntas en el Café de Martins no pudo olvidarlas. No fue
difícil atraer la atención de la golfilla. No en vano, aunque ya setentón,
mantenía ese porte que daba el orgullo de saberse superior. Ser extranjero en
una comunidad tan atrasada también ayudó. Y manejar dinero, claro. No se
avergonzaba en absoluto de ello.
Se atusó el bigote canoso y se contempló en el espejo. El brillo de la
cruz del pecho y la calavera de la gorra contrastaban con el negro del uniforme
y el rojo sanguíneo del brazalete. Una sonrisa lobuna de dientes blancos
iluminó su rostro y sus vivos ojos azules.
Salió del vestidor y atravesó el dormitorio hacia el salón. Al verlo
aparecer así, las gemelas abrieron los ojos y ahogaron un grito con las manos,
en un gesto idéntico que le proporcionó oleadas de placer.
—Podéis llamarme Josef —dijo, con sus erres arrastradas, amable.
Solo entonces vieron el maletín abierto que llevaba en sus manos, y el
instrumental quirúrgico de su interior.
Hasta justo cuando declara su nombre no te das cuenta de nada. Simple y elegante final.
ResponderEliminarMucha guerra me dio. El límite de palabras se me quedó un poco corto...
EliminarEs un microrrelato bien simpático, me ha gustado. Yo lo sospeché con la cruz y la calavera, y ya con el nombre la confirmación.
ResponderEliminarNo sé si te pasas alguna vez por el foro de OcioZero, pero imagino que el Invierno que mencionas es también el Invierno que ganó el Polidori. Su relato allí fue buenísimo.
Por Ociozero me paso bastante, pero me prodigo poco.
EliminarEfectivamente, hablamos del mismo Invierno.
Lo siento, pero me pasé por el enlace antes. Soy un tramposo, qué le vamos a hacer.
ResponderEliminarSin embargo, el relato me gustó igualmente. Engancha bien.